Cuento de Navidad
Vivo en la Inglaterra victoriana inmortalizada por Charles Dickens. Concretamente, en la de su relato más popular: Cuento de Navidad. Pero últimamente, no avanzo: me he visto arrastrada de forma permanente por el fantasma de las navidades del pasado. “Nueva congelación del salario mínimo: 645,30 euros al mes”. “La luz podría subir en enero un máximo del 2,9%”. “La nueva ley del aborto suprime el supuesto de malformación del feto”. “A Blesa le salió el IRPF con devolución: 167.000 euros entre el 2005 y el 2011”. ¿No les parece que Dickens no lo hubiera escrito mejor?
Últimamente estoy encontrando alarmantes similitudes entre su obra las escenas de las que soy testigo. Da igual que las víctimas sean el lumpen embrutecido de los suburbios londinenses o los desechos humanos llegados a la isla de Lampedusa. Lo mismo da que los ladronzuelos sean niños hambrientos que huyen de orfanatos de pesadilla o menores empujados al robo por parte de sus propios padres en nuestras calles. Es indiferente que los endeudados acaben en la siniestra cárcel de Marshalsea cerca del Támesis o desahuciados en cualquiera de nuestros barrios.
Dickens nos muestra en su cuento de Navidad la evolución y salvación de Mr. Scrooge, un símbolo de la codicia de los que hacen pasar sus intereses por encima de las personas. Los pinta como responsables de la miseria y la explotación, del abuso, el hambre y todas las desgracias de un
Recomendaría a la Moncloa una representación del ‘Cuento de Navidad’ de Dickens estos días
país que, aunque se estaba convirtiendo en líder mundial, lo hacía destruyendo miles de vidas. Scrooge, que odia la Navidad, recibe la visita esa noche de tres fantasmas que le enfrentan a su pasado, presente y futuro. Le hacen ver de dónde sale su rencor y misantropía, las consecuencias actuales de su tacañería y cómo, muy pronto, todos celebrarán su muerte. Después de despertarse despavorido por estas visiones, Scrooge se convierte en un ciudadano ejemplar lleno de amabilidad y generosidad. Simple, esquemática y con un final inverosímil que, quizá por eso, ha convertido esta obra en inmortal y una de las más populares de Dickens. Pero no parece que el egoísta y avaro Mr. Scrooge de esta presente Navidad esté muy dispuesto a cambiar, aunque el fantasma del futuro ande aún pintando un triste cuadro para las navidades por venir.
Este año la fábula de Dickens cumple 170 años plenamente vigente: decenas de grandes actores siguen interpretando a Mr. Scrooge. Michael Caine, Rowan Atkinson, James Earl Jones, Bill Murray o incluso Pedro Picapiedra, el Tío Gilito o el Mr. Burns de Springfield se han puesto en su piel.
Recomendaría a la Moncloa una representación del Cuento de Navidad de Dickens estos días, como medida estrictamente educativa y después de abonarle al ministro Wert el correspondiente IVA. Tienen prácticamente todos los papeles de la obra a mano. No tendrán problemas, por ejemplo, para encontrar buenos intérpretes de los fantasmas: Ruiz-Gallardón sería ideal para el del pasado y Bárcenas clavaría el del presente. Y para el titular de Hacienda y Administraciones Públicas, Cristóbal Montoro, dadas sus cualidades histriónicas y particular personalidad, sugiero un papel principal en el reparto.