Postal de Alicante
El Sequé es un vino potente, balsámico, maduro, untuoso y carnoso, cumpliendo con las señas de identidad de los vinos elaborados a partir de la variedad de la uva monastrell, de las cepas casi centenarias de los viñedos asentados en el Sequé, en el Pinoso. Un vino con aroma a sotobosque y plantas aromáticas. Vamos, un vino con un auténtico carácter mediterráneo, ideal para acompañar unos sepionets de Santa Pola y unas alcachofas a la plancha, una ensalada alicantina de tomates raf y salazones, y unas chuletitas de cordero lechal, que es lo que me desayuné el jueves (26 de diciembre) en la terraza del Gourmet, en la Explanada alicantina, en una mañana soleada y bajo una hermosa palmera, en compañía de un palomo pendenciero y desvergonzado que intentaba, sin suerte, zamparse un platillo de cacahuetes.
Suelo pasar la Navidad en Alicante, con los hermanos de mi mujer. El día del almuerzo de Navidad llegamos a juntarnos casi una treintena de comensales, de tres generaciones: desde el mayor, que soy yo, hasta Marco, el hijo de mi sobrino Jorge, que apenas tiene dos años. Es un almuerzo muy tradicional, con la sopa y el cocido navideño, los turrones, los villancicos y los regalos para la chiquillería. Contrariamente a lo que aconsejaba el Corriere de
lla Sera (lunes, 23 de diciembre) para este tipo de almuerzos familiares y festivos, en casa de mi cuñado Paco se habla de todo, y con mucha malicia. El Corriere aconsejaba, entre otras cosas, evitar a ser posible hablar de los sueldos y de política. Según el periódico milanés, sacar a relucir que un médico de un hospital italiano cobra 2.500 euros al mes y un diputado regional siciliano 14.800, “non fa bene, a Natale”. En cuanto a las discusiones políticas, el diario sugiere abordarlas tan sólo cuando el número de botellas vacías iguale el número de comensales…
Yo me temía que alguien sacase el tema de la independencia de Catalunya y, en consecuencia, me había preparado un pequeño discurso inspirado en unas reflexiones, muy sensatas, que oí formular a Salvador Pániker en una entrevista. Según el amigo Pániker, el nacionalismo es una manera demasiado cómoda de resolver el problema de la identidad. “Yo, que carezco de una identidad fija, no necesito de la protección nacionalista”, dijo nuestro simpático filósofo. Pero, afortunadamente, a nadie se le ocurrió sacar a colación el tema de la independencia, aunque se soltaron pestes del ministro Wert (“Yo sólo tiro la toalla al salir de la ducha”), del ministro Ruiz-Gallardón y su polémica ley del aborto, de las nuevas tarifas eléctricas y de un montón más de barbaridades.
Las fiestas navideñas acaban por parecerse unas a otras; todo transcurre a través de un ritual
Con los años, las fiestas navideñas acaban por parecerse unas a otras; todo transcurre a través de un ritual previa y minuciosamente establecido. Como esa Explanada con su mar de palmeras –“La palmera levantina, la columna que camina, la que otea la marina, la mediterránea era”; La palmera de Miguel Hernández que canta Joan Manuel Serrat–, y que cada año, al reencontrarla, me alegra el alma. Una Navidad más, en la que sí ocurren cosas, cosas pintorescas, como esa cajera de la Marks&Spencer londinense que se negó a facturar a un cliente una botella de champán alegando sus creencias religiosas, o esa lata de 10 kilos de caviar (“Le Terrible Ivan”) que acaba de poner a la venta Armen Petrossian en su selecta tienda de Latour-Maubourg, en París; cosas pintorescas que pillamos en los papeles y que a los mediterráneos, sensibles al “fraseo”, nos distraen unos instantes de los ataques del desvergonzado palomo, pero poco después, cuando encendemos el habano y saborea- mos la copa de armagnac, nos olvidamos de ellas.
Entonces, el armagnac ayudando, llega el momento de mirar atrás y recordar a los seres queridos, a los amigos que nos han dejado este año. Tantos, tantos amigos. Como Ignacio de Olano, mi compa-
El ‘Corriere’ aconsejaba, entre otras cosas, evitar a ser posible hablar de los sueldos y de política
ñero de colegio, al que yo conocí mucho antes de convertirse en “la Garza” y cuyo recuerdo me retrotrae a la Bonanova de mi infancia, cuando compartíamos los “búlgaros” de la pastelería Foix y nos co- lábamos en el cine Murillo a ver unas sabrosas y “rechazables” (según el Sipe) pelis hollywoodienses, del gran Hollywood. Ignacio, viejo amigo, presente en la soleada mañana alicantina.
De regreso al hotel, busco en el televisor un canal extranjero con la esperanza de pillar, como otros años, mi película navideña: Fanny y Alexander, de Ingmar Bergman. Sin éxito. En mi mesilla de noche doy con un librillo, El ansia de vagar, de Luis Racionero y Alexis Racionero, premio EurostarsHotels de Narrativa de Viajes 2013. En él, Luis Racionero recuerda con agrado un viaje a bordo de un barco turco de línea que comunicaba Barcelona con Estambul. “Fue en 1963. Yo acababa de ganar –escribe Luis– el concurso de televisión Concertino, presentado por Torrebruno y que consistía en adivinar los títulos de piezas de música que interpretaba la orquesta del maestro Sala. Gané ciento setenta mil pesetas y fui rico y famoso durante seis meses, pues TV1 era el único canal en antena y me veía toda España después de Perry Mason”. ¡Qué tiempos aquellos!
Al día siguiente, en El matí de Catalunya Ràdio, Mònica Terribas entrevistaba a Lluís Llach y, tímidamente, nos lo proponía como “el padrí de la República” ( Independent de Catalunya). Por cierto, finalizado el Any Espriu, ¿qué voz, qué grito glorioso sustituirá el monótono “Direm la veritat, sense repòs” del poeta? ¿“He mort el llop!”? (sugerencia del compinche Juan Marsé). Les deseo un muy feliz año 2014.