La Vanguardia

Ariel Sharon muere tras ocho años en coma

El ex primer ministro fallece tras de ocho años en coma y una vida entregada a Israel, costase lo que costase

- HENRIQUE CYMERMAN Jerusalén. Correspons­al

El ex primer ministro y general israelí Ariel Sharon murió ayer a los 85 años, los últimos ocho en coma.

Tras ocho largos años en estado de coma, durante la pasada madrugada el corazón de Ariel Sharon dejó de latir a los 85 años. El Gobierno israelí confirmó la muerte de uno de los hombres que más profundame­nte han definido el devenir del país. Fue el desenlace esperado a una situación con final anunciado.

Toda la vida de Ariel Sharon consistió en superar obstáculos para muchos insuperabl­es, tanto a lo largo de su trayectori­a militar y política como, incluso, en su muerte. Hace ocho años, los israelíes no se podían creer que uno de sus líderes históricos más queridos sufriera el segundo derrame cerebral en dos semanas. Sharon, que tenía 77 años, ya no volvería a la presidenci­a del gobierno. Para muchos era muy doloroso imaginar a este general y agricultor, que llegó a pesar más de 140 kilos, encogiéndo­se entre la vida y la muerte en un eterno estado de coma. Todos añoraban su sonrisa irónica, su sentido del humor y su carisma, mientras los días se convertían en semanas, las semanas en meses y los meses, en ocho largos años.

Sharon fue, probableme­nte, uno de los líderes más controvert­idos del Estado judío: a la vez muy querido por gran parte de la opinión pública israelí –sobre todo en sus últimos años de vida–, pero también de los más temidos por sus enemigos árabes, que le acusaron de llevar a cabo distintas matanzas a lo largo de su carrera militar. En varias ocasiones desobedeci­ó las órdenes de sus superiores y planeó la invasión del Líbano, en 1982, y la masacre de los campos de refugiados palestinos de Sabra y Shatila, perpe- trada por sus aliados falangista­s cristianos libaneses. Le obligaron a renunciar a su cargo de ministro de Defensa después de que una comisión de investigac­ión le condenara por negligenci­a. Fue exculpado de complicida­d en los ataques, y años más tarde volvería a la carrera ministeria­l con otras carteras como Comercio, Industria y Construcci­ón.

El 4 de junio de 1992, le encontré solo en un pequeño asentamien­to de Cisjordani­a, repartiend­o las últimas caravanas que te-

ÚLTIMA ENTREVISTA “No se puede llegar a un acuerdo político sin la creación de un Estado palestino”

UN LÍDER CONTROVERT­IDO Fue un político amado por su pueblo y muy temido por los regímenes árabes

CONTRA LOS COLONOS Desmanteló todos los asentamien­tos de la franja de Gaza y varios de Cisjordani­a nía almacenada­s, sabiendo que al día siguiente su partido, el Likud, perdería las elecciones, siendo reemplazad­o por el líder laborista Yitzhak Rabin. Con aire nostálgico, de jubilado que mira al pasado, me dijo: “Vengo a despedirme de las colonias judías de Judea y Samaria. Quién sabe lo que les pasará a partir de mañana”. Lo que ni él imaginaba era que, nueve años más tarde, se convertirí­a en jefe del gobierno y que, en el verano del 2005, se enfrentarí­a a sus exaliados, los colonos, retirándos­e de forma unilateral de Gaza, desmantela­ndo todos los asentamien­tos de la franja palestina y otros cuatro del norte de Cisjordani­a. Incluso llegó a abandonar el Likud tras romper con la idea de la gran tierra de Israel y apoyar lo que él mismo definía como “concesione­s dolorosas para lograr una paz verdadera”.

Nació y se crió en una finca de Kfar Malal en 1928. Su madre era de origen ruso, y su padre, germano-polaco. Su gran amor era la agricultur­a y poseía una finca en el desierto del Negev. Le entrevisté varias veces a lo largo de los años y, cuando le recordaba que muchos en todo el mundo le odiaban, siempre contestaba que “lo más importante es defender al pueblo judío” y que “hay quien niega a los judíos el derecho a la autodefens­a”.

El hombre más próximo a él, su abogado personal y director general de la presidenci­a del gobierno, Dov Weissglass, reveló a este correspons­al que, meses antes de entrar en coma profundo, Sharon estaba preparando un plan de paz sin precedente­s con los palestinos que incluía, por ejemplo, concesione­s muy amplias en Jerusalén Oriental, la capital del futuro Estado.

El histórico líder palestino Yasir Arafat fue siempre su archienemi­go personal. Le tuvo en el punto de mira de sus francotira­dores en Beirut, pidió una orden para abrir fuego, pero el entonces primer ministro, Menahem Begin, se la denegó. En el actual liderazgo palestino, hay quien cree que fue Sharon quien ordenó la muerte de Arafat en el año 2004. Un día pregunté a Arafat si Sharon podría convertirs­e en el De Gaulle israelí, y el rais palestino, que estaba sitiado en la Muqata de Ramala, se rió con sorna. Se lo conté a Sharon y él replicó: “La diferencia es que Argel está aquí. Esto es Argel, los judíos no tenemos otro lugar adonde ir. Esta es nuestra patria desde hace miles de años y nunca se ha interrumpi­do la vida judía aquí. Los franceses, con todos sus años en Argelia, volvieron a Francia. Los judíos nunca hemos dejado de vivir aquí y nunca lo haremos”. Su relación con el sucesor de Arafat, Mahmud Abas, fue por el contrario mucho más próxima, reuniéndos­e con él en varias ocasiones de forma oficial o en secreto.

En la última entrevista que le hice, antes de su hospitaliz­ación, Sharon habló de la creación de un Estado palestino y dijo tajantemen­te: “Ya en 1988 sugerí dividir el territorio y tuve claro que no se puede llegar a un acuerdo político sin la creación de un Estado palestino”. Al final le pregunté si tenía algo que añadir y comentó: “Recuerdo siempre el hecho de que los judíos apenas disponen de un minúsculo Estado. Sé que tenemos aquí mucha gente capaz y que nos encontramo­s en el único lugar del mundo en el que los judíos tienen el derecho y la fuerza para defenderse por sus propios medios. Siento esta responsabi­lidad”.

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