“Era un criminal de guerra”
Los palestinos no olvidan el papel de Sharon en la masacre de Sabra y Shatila
Los dirigentes palestinos calificaron al difunto ex primer ministro de Israel de “criminal de guerra”, deplorando que no hubiese sido juzgado por tribunales internacionales y aludiendo, además, a las sospechas de que hubiese estado implicado en el asesinato por envenenamiento de Yasir Arafat.
Un portavoz del gobierno de Hamas declaró que “viven un momento histórico con la muerte de Ariel Sharon, con sus manos manchadas de sangre del pueblo palestino y de sus dirigentes”. El fundador y máximo caudillo, el jeque Yasin, fue asesinado en el 2004 por el ejercito israelí bajo mando de Sharon.
En el 2000, el general tituló su autobiografía Guerrero. Un guerrero, presente en todos los campos de batalla entre Israel y los árabes, desde 1948, 1967, la guerra 1973 y por encima de todo, la guerra del Líbano de 1982. Fue aquella empresa militar durante la que se perpetró la matanza de los campos de refugiaos palestinos de Sabra y de Shatila de Beirut.
Gobernaba Israel el partido Likud. Menahem Begin era el primer ministro y Ariel Sharon su ministro de Defensa. Los políticos israelíes habían decidido, después del asesinato de su embajador en Londres por un grupo radical palestino, aplastar a los fedayines que desde 1970 se establecieron sobre todo en bases de la zona fronteriza del sur de Líbano. Desde allí atacaban el norte de Israel.
Con Sharon al frente de Defensa, el ejército orquestó en 1982 una matanza de palestinos en Líbano
La operación militar, denominada paz en la Galilea, y que sólo debía penetrar doscientos kilómetros, alcanzó Beirut. Aquel verano de 1982 los barrios musulmanes de la capital fueron bombardeados por tierra, mar y aire, en una inusitada batalla contra una capital árabe que los israelíes siempre habían evitado. Ya no se trataba sólo de derrotar a los guerrilleros palestinos, sino de expulsarlos de Líba- no. Yo presencié la salida de Arafat y sus fedayines de los muelles del destruido puerto de Beirut, hacia el exilio.
Cuando se creía que había terminado la guerra con la evacuación, la matanza de Sabra y Shatila fue un nuevo episodio imprevisto de crueldad colectiva. Duró tres días. Fue ejecutada por milicianos de las falanges libanesas, pero planeada por jefes militares de Israel. Estos, desde sus posiciones, situadas en la vecina embajada de Kuwait –que todavía hoy ocupa el mismo lugar– y sus aledaños, pudieron dominar el laberinto de callejuelas.
No fue hasta el final que accedieron equipos de la Cruz Roja y de la Defensa Civil, fotógrafos y corresponsales, que dieron su testimonio desgarrador. Describieron y fotografiaron el horror de montículos de cadáveres hinchados al sol, algunos mutilados, torturados. No había tiempo de enterrarlos a todos y se abrieron tres fosas comunes. Los habitantes de Sabra y Shatila dijeron que hubo cinco mil muertos. El que fue un prestigioso periodista israelí muy critico con el Estado judío, Kapeliouk, publicó la cifra de tres mil, mientras que la Comisión Kahan, formada por el gobierno israelí, en su informe basado en los datos del ejercito, estableció que hubo entre 700 y 800 muertos. Fue precisamente en sus conclusiones donde se califico a Sharon de “indigno” para desempeñar el cargo de ministro de Defensa. Le imputó la responsabilidad indirecta de la matanza, forzándole a dimitir. Fue
Sus enemigos recuerdan la visita a la explanada de las mezquitas en el 2000 que avivó la intifada
él, más que Menahem Begin, el verdadero autor de aquella invasión a Líbano que aspiraba a aplastar para siempre a Arafat.
Sharon volvió a provocar a los palestinos en septiembre del 2000 con sus irrupción en la explanada de las mezquitas de Jerusalén. Su desafiante visita acompañado de sus armados guardaespaldas en el recinto musulmán fue el principio de la segunda intifada.