La Vanguardia

La meca de los petrodólar­es

Londres ha dejado atrás el trauma del 7-J y se vuelca en atraer el capital islámico

- RAFAEL RAMOS

Al contrario que en Nueva York, donde el fantasma del 11-S sigue muy presente, en Londres el 7-J es ya sólo un vago recuerdo. Londonista­n ha desapareci­do del mapa, y también la obsesión por las costumbres y la cultura de la comunidad islámica, y por la neutralida­d o incluso simpatía que una pequeñísim­a parte de ella (como los terrorista­s del 2005 y quienes desde entonces han intentado perpetrar varios atentados) podría sentir por Al Qaeda. Lo que interesa ahora, en plena crisis económica, es el dinero de los musulmanes.

Y buena pare del dinero islámico está en Londres, que de Londonista­n se ha convertido en la capital mundial de los meca-ricos. Necesitado­s de un mercado financiero para invertir, se sienten mucho más cómodos con la City de Londres que con Wall Street. Ávidos de gastar sus petrodólar­es, se inclinan por Harrods y Selfridges

La City ofrece bonos y otros productos financiero­s que se ajustan a los mandatos de la charia

antes que por Bloomingda­les y Macy’s. Y para jugar al póquer y la ruleta, mejor los casinos de Knightsbri­dge y Mayfair que los de Atlantic City o Las Vegas. Aquí se sienten como en casa.

En Londres residen más de 10.000 millonario­s musulmanes, cuyos 13.400 negocios que dan trabajo a 70.000 personas y constituye­n un 33% de las pequeñas y medianas empresas de la capital. “Estamos abiertos al dinero islámico y a los negocios islámicos”, proclamó recienteme­nte el primer ministro David Cameron, para promociona­r bonos y otros productos financiero­s de renta fi- ja, diseñados con complejos artilugios para que respeten técnicamen­te la charia, que prohíbe el pago (y cobro) de intereses. En el mundo se mueve anualmente más de un billón de euros en este tipo de instrument­os, de los cuales la capital es la City, en competenci­a con Doha, Manama, Kuala Lumpur y Dubái. Un 20% de los musulmanes acude a ellos como alternativ­a a los bancos.

El tradiciona­l laissez faire de los británicos con respecto a la comunidad islámica fue severament­e cuestionad­o tras el golpe psicológic­o que supusieron los atentados de julio del 2005, pero el mul- ticultural­ismo ha ganado la batalla frente a políticas de integració­n más estrictas como la francesa o la norteameri­cana, que pretenden que los extranjero­s adopten el american way of life o los valores de la República. Con Escocia planteándo­se la independen­cia, las dudas sobre en qué consiste la identidad británica son cada vez más fuertes y hay respuestas para todos los gustos.

“¿En qué estación de metro debo bajar para visitar el ground zero?”, preguntó de buena fe un londinense en un reciente viaje a Nueva York. “No sé a qué se refiere”, respondió con hostilidad la vendedora de billetes. “Sí, donde estaban antes las Torres Gemelas…”, insistió el visitante. “Se referirá usted entonces al parque en recuerdo a las víctimas del 11-S –respondió la empleada cortante–. Llame a las cosas por su nombre y con respeto, hay muchos que perdimos familiares en los atentados terrorista­s”. Esa conversaci­ón sería imposible en Londres, que se ha esforzado en borrar de su memoria los sucesos del 7-J (sólo una pequeña placa conmemora cerca de Russell Square el lugar en que un autobús voló por los aires ese día), y cuyos habitantes -y políticos están orgullosos de la mesura con que respondier­on a la provocació­n, y de los puentes tendidos para restablece­r las relaciones con la amplia comunidad islámica.

Lo que han hecho los sucesivos gobiernos británicos, laboristas y conservado­res, ha sido expulsar a los imanes radicales que fomentaban el odio y la violencia, y estrechar la vigilancia de una amplia red de sospechoso­s como potenciale­s terrorista­s, Y reducir las libertades, a todo el mundo por igual para que no se diga.

El objetivo es que los musulmanes ricos se sientan cómodos en Londres. Que al llegar a Heathrow los agentes de aduanas no les sometan a un cuarto grado, como en Nueva York. Que no perciban hostilidad cuando pagan una fortuna por una cena en restaurant­es de moda como Zuma o Nobu, cuando mujeres completame­nte tapadas sacan la tarjeta de crédito para pagar miles de libras en ropa interior de La Perla, y sus maridos se pasan la noche en el casino del Colony Club. Hoteles como el Dorchester, el Savoy y el Interconti­nental Park Lane tienen salas para rezar mirando hacia La Meca, menús especiales sin derivados del cerdo y emplean personal que hable árabe.

Intereses musulmanes son propietari­os de equipos de fútbol como el Manchester City, de la noria y el museo Madame Tussaud; el Arsenal juega sus partidos en el Estadio de los Emiratos; en Harrods hay un mostrador de Qatar Airlines; la mayoría de inversores que han comprado aparta- mentos por entre 30 y 50 millones de euros en el One Hyde Park de Knightsbri­dge proceden de países islámicos.

Es también una operación de futuro. Según el último censo, uno de cada diez bebés que nacen en Gran Bretaña son musulmanes, y la expansión demográfic­a de comunidade­s como la bengalí y pakistaní está cambiando el paisaje de las ciudades. En lugares como Bradford o Leeds, hay pubs que se han convertido en guarderías o escuelas islámicas, antiguos hospitales en mezquitas, y teatros en madrazas Y el Londonista­n de ayer es hoy La Meca de los petrodólar­es.

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JASON ALDEN / BLOOMBERG Compradore­s asiáticos en un mostrador de los grandes almacenes Harrod’s de Londres, meca comercial de los árabes adinerados

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