La Vanguardia

El legado de Sharon

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TRAS ocho largos años en coma por un masivo derrame cerebral, el general israelí Ariel Sharon murió ayer en Tel Aviv a los 85 años. La historia dirá de este brillante y polémico militar que fue el responsabl­e, por omisión, de la matanza de refugiados palestinos por las milicias cristianas libanesas en el campo de Sabra y Shatila (Líbano), en 1982, por lo que sería condenado en su propio país; que fue el impulsor de la política de las colonias judías en los territorio­s ocupados; que dirigió la exitosa marcha del ejército israelí hasta las puertas de El Cairo en la guerra del Yom Kipur, en 1973; que ordenó el abandono de las colonias judías en Gaza, y que fue el responsabl­e de la ruptura del Likud, el partido de la derecha israelí, tras el enfrentami­ento que sostuvo en el 2005 con Beniamin Netanyahu.

Una biografía poliédrica y aparenteme­nte contradict­oria de uno de los padres del Israel de hoy, muy distinto de aquel de los padres de la patria que, en 1948, proclamaro­n el Estado tras la dimisión británica, el recelo estadounid­ense y el aplauso de casi toda Europa. Frente a aquel Israel laborista, épico y cohesionad­o por la construcci­ón de un Estado democrátic­o, hogar de las sucesivas migracione­s procedente­s básicament­e de la Europa de la posguerra mundial, el Israel de Sharon es hoy un caleidosco­pio político que, por la decisiva influencia de la minoría rusa y la de los colonos procedente­s de la extrema derecha norteameri­cana, conforma un país mucho más complejo y encerrado en sí mismo a causa de la presión demográfic­a de los palestinos.

Sharon tiene mucho que ver con este cambio, porque fue el primero en alertar sobre el riesgo de un cambio de mayorías étnicas en Israel. De ahí sus políticas de favorecer, inicialmen­te, las colonias en Cisjordani­a y Gaza, como estrategia de primera defensa; pero también la táctica de abandonar después las de Gaza por el alto coste económico y humano que representa­ban, al tiempo que potenciaba la separación entre las dos comunidade­s con el objetivo de perpetuar la situación hegemónica de los israelíes. Dotado de una gran inteligenc­ia estratégic­a, Sharon derrumbó las escasas posibilida­des de paz de los acuerdos de Oslo (1993) y de Camp David (2000), visitando por sorpresa la explanada de las Mezquitas, el lugar sagrado de los musulmanes en Jerusalén; una provocació­n a la que siguió la segunda intifada. Desde entonces, han fracasado todas las tentativas de negociació­n.

Ariel Sharon murió políticame­nte hace ocho años. Pero su legado, controvert­ido, sigue presente en el Israel de hoy.

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