Mala memoria, peor conciencia
Lo hemos visto de Darfur a Siria: hambrunas espeluznantes, guerras atroces y conflictos internacionales de primera magnitud, con los muertos que acarrean, no bastan para mantener la atención de la audiencia. ¿Acaso carecen estas noticias de interés público? En absoluto. Sin embargo, caen en el olvido porque en ellas confluyen dos motivos –su cobertura periodística es cara y nuestra sociedad se está volviendo inmune al dolor mediático– que desembocan en una única explicación: la distancia.
No siempre estamos separados de estas calamidades por un gran espacio físico, lo que sí se interpone entre quienes las padecen y nuestras familias, amigos, vecinos y compañeros es un trecho cultural. Si a esta barrera mental se le añade el hábito occidental en el consumo de desgracias, acabamos pensando: “Esos muertos no son nuestros”. Pero entonces, ¿qué buscamos en los medios? Veámoslo.
Si alguien tiene un accidente mientras esquía no es noticia. En caso de que el afectado sea un popular excorredor de fórmula 1 no habrá duda: el accidente generará titulares. Este percance trivial llamará la atención de millones de lectores, oyentes, espectadores e internautas por el peso específico del protagonista en nuestra comunidad.
Más respuestas: la subida del precio de la gasolina no deja indiferente a nadie, por lo tanto, los medios de comunicación la tratarán ampliamente. Pasa lo mismo con la cantidad de personas beneficiadas o perjudicadas por un acontecimiento, lo cual determina su grado de curiosidad, como evidencian las víctimas de terremotos, huracanes, inundaciones...
Los periodistas deben calibrar igualmente las consecuencias de cada acción. La simple firma de un documento puede abrir las portadas de los principales diarios y noticiarios audiovisuales si el papel en el que se estampan las rúbricas sella la paz definitiva entre israelíes y palestinos.
La radio, la televisión y la web –en especial Twitter y Facebook, a pesar de que la mayoría de cuentas no pertenezcan a empresas periodísticas– dedican mucho tiempo a aquello que está ocurriendo en ese instante. El directo, esto es, lo simultáneo e inmediato, engancha a la gente, que cada vez más sigue el desarrollo de los hechos en vivo. Los rotativos han buscado tradicionalmente este efecto al
La paradoja es que la distancia para primar y valorar la actualidad se mide más en términos culturales que territoriales
conceder prioridad a las informaciones más recientes.
Las imágenes, por sí solas, pueden alcanzar la categoría de noticia. Cuando un medio –público o privado; de referencia, popular o sensacionalista; de cualquier alcance y en todo tipo de soportes– dispone de planos o fotografías, incluso de documentos sonoros, con una gran fuerza expresiva, no duda en presentarlos como piezas de una importancia formidable. Ni las cabeceras más rigurosas se libran del influjo del espectáculo.
Este último elemento no coincide exactamente con otro criterio fundamental en periodismo: los sucesos extraordinarios, aunque apenas tengan relevancia, despiertan interés. El canon –aburridísimo– es el del hombre que muerde a un perro, y no al revés. A lo sumo, estas cuestiones valen para dibujar un paréntesis entre las noticias de la jornada, por lo común, severas y poco reconfortantes.
La facilidad con la que se accede a ciertos actos, celebraciones, etcétera, ha convertido estos eventos en noticias. Pero esta circunstancia no significa que lo sean desde el punto de vista del servicio y el rigor informativos. Los redactores asisten a conferencias y ruedas de prensa en las que los convocantes hablan mucho para decir muy poco. Con esta práctica se llenan páginas y minutos sin complicaciones, y se anestesia a los profesionales y su audiencia.
Y así, superando adversidades debidas a la crisis –cierres de empresas, despidos, precariedad laboral– y sorteando silencios –por razones políticas o económicas–, se llega al concepto clave: la proximidad.
En cada ámbito se potencian las novedades cercanas y se discriminan las lejanas. Es comprensible: los medios priman la actualidad en nuestra zona geográfica en detrimento de la situada a miles de kilómetros.
La paradoja es que esta distancia se mide más bien en términos culturales, no territoriales. Por ejemplo, catalanes –y españoles– se sienten más afines a los norteamericanos que a los magrebíes en múltiples aspectos. En avión y en barco se llega antes a Túnez que a Estados Unidos. No obstante, para una elevada proporción del público, este primer país está a años luz, y el segundo, a la vuelta de la esquina. En este contexto, las estrategias para el rescate de noticias desterradas bascularían entre la utopía –reeducar a informadores y ciudadanos para que sean más sensibles– y factores ligados al marketing –vender mejor los dramas humanos–. Vaya panorama.