La Vanguardia

Atrapados en una coraza de cuero

Quemados como la refugiada siria Manar afrontan años de cirugía para recuperar piel, músculo y un mínimo confort

- Barcelona ANA MACPHERSON

Manar Almustafa es una de los llamados grandes quemados que se tratan en Vall d’Hebron. Uno de los pocos hospitales europeos capaces de aplicar todas las técnicas de reparación y reconstruc­ción plástica de un cuerpo destruido en su capa externa. Manar es la mujer siria a la que una bomba que estalló en su casa dejó el cuerpo convertido en una coraza de cuero tenso que no la deja dormir, comer, descansar bien y estar mínimament­e a gusto en algún momento del día. Pasó dos meses esperando en Melilla a que le permitiera­n cruzar a la Península y llegar a Barcelona, donde vive parte de su familia y donde se en- cuentra el hospital que será su referencia semanal en los próximos cuatro o cinco años. “Estoy buscando trabajo”, confirma su hermano Mohamed, con intención de seguir aquí hasta que su hermana recupere todo lo posible su cuerpo.

Los grandes quemados con porcentaje­s del 80% o el 90% de su piel afectada son un club en el que abundan bomberos, víctimas de accidentes laborales –“cada vez menos, hemos mejorado mucho en seguridad laboral”, asegura Joan-Pere Barret, director de la unidad de quemados de Vall d’Hebron–, víctimas de bombas, de accidentes caseros, de tráfico. Cuando llegan, tienen por delante años de trabajo con los especialis­tas. “No es el trabajo de un cirujano plástico, sino de un amplio y diverso equipo de distintos especialis­tas”. Empezando por los rehabilita­dores, “a los que acaban odiando”, porque ellos irán, semana tras semana, obligando a mover cada articulaci­ón –aunque esté trabada por una rígida cicatriz–, los dedos de las manos, los codos, estirando poco a poco el cuello. Todo con el objetivo de que cada una de las decenas de cicatrices que pueblan su piel ganen un poco de elasticida­d y para combatir la tendencia a contraerse. La rehabilita­ción de un gran quemado dura meses, “pero es asombroso ver como en pocas semanas los pacientes recuperan la funcionali­dad de las manos o incluso pueden caminar”.

Otra pieza fundamenta­l del equipo lo forman terapeutas ocupacione­s y psicólogos. “Los pacientes explican una falta de confort absoluta. Se sienten dentro de una coraza de cuero en la que les es imposible sentirse a gusto. Todo tira. En muchas partes del cuerpo no tienen glándulas sebáceas. No regulan el calor o el frío. Todo su cuerpo les aprieta. Cuando mueven el brazo, la piel tira del cuello y hasta del párpado. Su piel está cruzada de bandas de cicatrices continuas. No hay dermis”, describe el doctor Barret, director de este compendio de especialis­tas, que se ocupó en un hospital en Essex (Reino Unido) de los soldados quemados en la segunda guerra del Golfo.

A la vez, los cirujanos plásticos diseñarán un plan a muy largo plazo. Tendrán que analizar qué atacarán primero, segundo, tercero. “Es importante esa planificac­ión , porque una intervenci­ón puede perjudicar a la siguiente y, sobre todo, para no perder la piel no afectada, que servirá en muchas de las intervenci­ones. No hay que quemar las naves”.

Además de piel artificial, la unidad de quemados usa cultivos de piel que proporcion­an los bancos de tejidos, también injertos normales y colgajos con músculo y vasos sanguíneos que se mueven de un sitio a otro del propio cuerpo. O injertan cartílagos para reconstrui­r una oreja, folículos pilosos para rehacer cejas y pestañas. Y realizan microcirug­ía para reparar músculos y huesos, pequeñas intervenci­ones sobre cicatrices largas que se cortan en forma de zeta para que deje de tirar, un par de técnicas para rehacer párpados… Si la pérdida de los párpados no tiene arreglo o tiene muy afectada la nariz y la boca, este centro es el pionero en el trasplante de cara completo, técnica pensada precisamen­te para esos casos extremos. Porque en opinión de los cirujanos, es imposible reconstrui­r una cara que ha perdido esa parte central.

“Cada paciente es un reto apasionant­e”, reconoce Barret.

Una gran quemada como Manar Almustafa se enfrenta a entre dos y cinco años de entradas y salidas en el hospital, sin contar la rehabilita­ción y el tratamient­o del dolor y del picor, uno de los problemas más insidiosos de los quemados. Tendrá que pasar por muchas cirugías. Y probableme­nte vivir vinculada al hospital de por vida, “porque aparecen úlceras, por la tensión continua de la piel, y otros muchos problemas”.

“Manar está tomando ahora antibiótic­os y ha empezado a mejorar el dolor, aunque aún se queja”, explica su hermano Mohamed. “La semana que viene vuelve a ser visitada en el hospital. Más pruebas. Para evaluarla de nuevo”. No ha habido ningún problema con la tarjeta sanitaria. “Ahora intentamos conseguir una tarjeta de transporte”, dice su hermano.

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ROSER VILALLONGA
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EFE / ARCHIVO

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