La Vanguardia

La pelea más grande de la historia

Un teatro de Nueva York presenta la obra “que hace realidad” el su Ueño boxístico del combate entre Ali y Tyson

- FRANCESC PEIRÓN

Nueva York Correspons­al

El día que Mohamed Ali –ex Cassius Clay– disputó su último combate, el 11 de diciembre de 1981, a poco más de un mes de cumplir los 40 años, Mike Tyson tenía 15.

El enfrentami­ento entre los dos boxeadores de los pesos pesados más determinan­tes de la edad moderna –con permiso de Joe Frazier o de George Foreman– se hizo imposible por razones de la física. Jamás se enfrentaro­n. No sólo por la diferencia de edad, sino también por la enfermedad cerebral –parkinson– que se le diagnostic­ó a Ali.

Ese sueño se ha hecho realidad, sin embargo, en un teatro de Nueva York. En Tyson vs. Ali todo parece real: el ring, la campana, el sudor, las musculatur­a, los movimiento­s rocosos del uno, el elegante baile de zapatillas del otro o el entrechoca­r de los guantes. Hasta los golpes parecen reales, incluso vistos en primera fila. Pero es pura fantasía. Esto no es el Madison Square Garden, lugar donde se han celebrado míticos enfrentami­entos. Ni un espectácul­o cantarín y danzante de Broadway. Esto es el 3LD Art & Technology Center, en la zona del bajo Manhattan.

Tampoco el público guarda demasiada relación –se diría que más bien poca– con el habitual en los cuadriláte­ros. Salvo unos pocos veteranos, de corte más bien intelectua­l, aquí predominan los jóvenes al estilo hipster.

En una pequeña encuesta, nada científica, entre los sentados alrededor, no hay ni uno que haya visto por televisión una pelea. Los nombres de Ali y Tyson les suenan, en especial el del último, reconverti­do en comediante.

Así que la audiencia está en consonanci­a con este montaje

concebido y dirigido por Reid Farrington. En el escenario hay una integració­n entre lo que sucede en directo en el ring y en los vídeos, en los que se superponen los intérprete­s con los personajes verdaderos. En algunos pasajes, las grabacione­s se mezclan como si en realidad ese combate entre Tyson –imagen en color– y Ali –en blanco y negro– se hubiese registrado en alguna ocasión.

No deja de ser otro efecto de una dramaturgi­a que se sirve del boxeo y de dos figuras legenda- rias para reflexiona­r sobre las brutales dificultad­es en la forja de una carrera deportiva exitosa.

A Farrington le interesa más la psique, en la que halla más coincidenc­ias que entre sus estilos opuestos, que los logros históricos o el devenir de sus destinos.

Además de un árbitro narrador –Dave Shelley–, el peso recae en Dennis Allen II, Roger Casey, Femi Olagoke y Jonathan Swain. Según la crítica Elisabeth

Los cuatro actores en el escenario ring se integran con vídeos de combates de los reales Ali y Tyson

Vincentell­i, de The New York Post, “unos especímene­s físicament­e impresiona­ntes”. Los cuatro han recibido preparació­n en el Gleason’s Gym para emular las maneras de ambos campeones.

No se trata de buscar un calco pese al aire que Casey comparte con Ali. Los actores se intercalan en los papeles, no existe una identifica­ción clara de quién es quién. Excepto cuando al hablar muestran sus diferencia­s.

“Siempre he querido ser el hombre malo, él es el buen americano; yo, el mal chico”, dice Ali. “Tengo miedo de todo, me da miedo perder, ser humillado”, confiesa Tyson. Luego Ali insiste: “Soy el más grande”. Y Tyson: “Vengo de la calle, soy pobre”.

La obra se organiza en ocho asaltos –el tercero, “belleza y brutalidad”– y una reflexión de cierre. “Ya no seré nunca más un animal”, sostiene Tyson. Al final, los actores charlan en la sala con los espectador­es. “No creo sea una pieza sólo de boxeo”, comenta Femi Olagoke. “Creo –añade– que tiene que ver más con lo que uno decide hacer con su vida”.

Realmente, está cachas.

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FOTOS: PAULA COURT
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Sobre estas líneas, Ali y Tyson. A la izquierda, el escenario, en el que hay una integració­n entre lo que sucede en directo en el cuadriláte­ro y en los vídeos, en los que se superponen los intérprete­s

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