Moda en Milán: cosmos y castillos
Ambientación medieval en Dolce & Gabbana; futurista en Ermenegildo Zegna. Si los primeros ilustraban su desfile con armaduras y retratos de caballeros, el segundo hacía una proyección en pantalla gigante que llevaba a los espectadores del cosmos (en imagen real) a la misma sala de desfiles. Una propuesta estética tan opuesta en las colecciones como en la puesta en escena. La de Zegna, muy pensada y trabajada (contribuían incluso expertos en astronomía y astrofísica), ayudaba a entender la filosofía de la marca y cómo la interpreta el diseñador Stefano Pilati en su segunda colección para la firma. Es básico para la conocida familia no perder su identidad, pero ser capaces de proyectarse hacia el futuro. Partiendo de esa idea, Pilati recurre a los mejores tejidos, los tradicionales en Zegna, incluidos el cachemir y la preciada lana de vicuña, para hacer unas prendas dinámicas pensadas para un público renovado.
Los abrigos de doble faz, sin forro y con distintos cuadros y tonos en cada una de las caras, son un ejemplo; como las cazadoras bomber en materias gruesas y muy cortas, que combinan con trajes de vocación más formal. Los abrigos acolchados y amplios tienen su vertiente innovadora en los que son casi una capa, que se hacen también en lana. Los trajes, en cambio, son ajustados y en muchos casos cruzados y se acompañan de chalecos y camisas, siempre sin corbata.
Si Zegna combinaba música de Chaikovski con otra que quería reproducir el sonido del silencio, con el jazz y la ópera, la de Dolce & Gabbana repetía machaconamente unos compases de la que acompañaba los bailes medievales. No es que sus chicos desfilaran enfundados en jubones o amplias camisas blancas, aunque hubo alguna prenda que recordaba las de bufones, y las cabezas de los modelos se adornaban con coronas. Pero la ropa tenía un estilo más actual, aunque tan poco convencional como amplios blusones de piel vuelta y borreguillo ilustrados con iconos del medievo. También camisas, trajes y abrigos reproducían en estampados, o con recargados bordados de pedrería, retratos de reyes y caballeros, escudos heráldicos, armaduras y símbolos eclesiásticos.
Aunque la referencia no era tan evidente en toda la colección: una vez sentadas las bases, todo se hacía más sutil, desde trajes de franjas de distintos tonos de gris, con cruzados de tres y cuatro hileras de botones, hasta chaquetas con el cuello de terciopelo.