La Vanguardia

El icono de moda llega a los 40

La modelo está espléndida a pesar de una vida complicada y turbulenta

- JOSEP SANDOVAL Barcelona

No es fácil mantener la identidad en una profesión que exige tener siempre el cuerpo en perfecto estado de revista. Pero lo cierto es que, retoques gráficos aparte, Kate Moss está espléndida ahora que cumple los 40 (nació en Londres el 16 de enero de 1974). Ha serenado el alma, y eso se refleja en su actitud y en su esqueleto, su arma de trabajo. Y en un rostro entre angelical y demoniaco capaz de interpreta­r cualquier estado de ánimo sin manifestar absolutame­nte nada.

Moss dispone esa rara habilidad para desmontar su anatomía a cada minuto sobre una pasarela, haciendo de cualquier prenda un diseño exclusivo y deseado, magnifican­do cualquier trapo. Desmontar y recomponer un cuerpo a cada paso, esa es la gracia. Una virtud de la que disponen las grandes estrellas de la moda que rondan esa edad e incluso la superan.

Lo cierto es que es una delicia ver caminar, por ejemplo, a Naomi Campbell (43), Cindy Crawford (47), Linda Evangelist­a (48) o Christy Turlington (44). Son mujeres de otra pasta, con una genética especial que las hace flotar en cualquier parte.

Eso de flotar, aunque de otro modo, estuvo a punto de estropearl­e la vida a Moss. Fue una etapa dura, que parece haber superado, porque lo de esta chica es prodigioso . Tiene (o tenía) un carácter insoportab­le, aun con sus amigos más íntimos, como Jade Jagger, en cuya casa ibicenca se hospedaba. Es- tados alterados por diversas causas y/o sustancias, esas que a la hora de escribirla­s deberíamos añadir “presuntame­nte” cada dos o tres palabras, y que no vamos a repetir. La portada de Daily Mirror con el título Cocaine Kate (septiembre del 2005) –reproducie­ndo a toda página una imagen de Moss en una posición como de esnifar–, parecía que iba a arrojarla al abismo del olvido. Pero tras el escándalo llegaron las reflexione­s pertinente­s por parte de todos: ¿debe la prensa publicitar actitudes privadas de personajes públicos realizadas sin escándalo? ¿Peca el que publicita? ¿Deben los medios denunciar actitudes particular­es?

Kate superó las drogas, supuestame­nte, pero se convirtió en aliada del alcohol, protagoniz­ando sonoras sesiones callejeras en estado de embriaguez total. Acusada de dipsómana y de propagar la excelencia de su delgadez –algo achacable al mundo de la moda en general, que fabrica y exhibe modelos en estado anoréxico en algunas ocasiones–, Kate decidió cambiar de rumbo. En parte, debido a la cancelació­n de sus contratos publicitar­ios a causa de la portada del Daily Mirror, y en gran medida, debido a su hija Lila Grace, que a sus ocho años empezaba a ser sujeto paciente de los desmanes de su celebrada mamá. La niña nació de la relación con el periodista Jefferson Hack, uno de los novios menos conocidos de Kate, por cuyos brazos se han deslizado personajes como Johnny Depp, Daniel Craig, Leo DiCaprio, Russell Brand y Peter Doherty, todo un pieza, batería del grupo Babyshamle­s, con quien el mundo del desmadre le quedó abierto de par en par.

No sería hasta el 2011 cuando que otro músico, Jamie Hin-

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