Un héroe discreto
Activista contra la segregación racial en Estados Unidos
Franklin McCain fue uno de los héroes discretos del movimiento por los derechos civiles, ese milagro de la historia en el que la no violencia de inspiración gandhiana logró desmontar décadas de segregación legalizada en el sur de Estados Unidos.
McCain, uno de los cuatro muchachos que hace 54 años desafiaron la discriminación en los locales públicos y desataron una protesta en todo el país, murió el jueves en Greensboro (Carolina del Norte). Tenía 73 años.
McCain era estudiante de primer curso en la Universidad Agrícola y Técnica de Carolina del Norte, en la ciudad de Greensboro. El 1 de febrero de 1960, él y los también estudiantes Ezell Blair, Joseph McNeil y David Richmond –fallecido en 1990– se sentaron en la barra del restaurante de los almacenes Woolworth, un local segregado donde sólo se servía a clientes blancos. Los negros, como ellos, no podían sentarse allí (la imagen muestra a McCain, el tercero por la izquierda, y sus compañeros en el lugar en 1980).
Los estudiantes pidieron café, soda y pasteles. La camarera, que era negra, les aconsejó que se marchasen. “No deberíais estar aquí. Nos creáis problemas”. Años después, McCain recordaría cómo una mujer blanca se le acercó. Se asustó. Pero la mujer les dijo que se sentía orgullosa de
McCain desafió la segregación en restaurantes e impulsó una protesta clave en los sesenta
ellos. “Sólo lamento que no lo hicierais diez años antes”, dijo.
Al día siguiente regresaron. Y al siguiente. La multitud crecía día a día. No sólo en Greensboro. Twitter ni Facebook no se habían inventado, pero pronto las protestas estudiantiles se extendieron por el sur y el resto del país. La chispa de los sit-ins –las acciones no violentas para desegregar establecimientos públi- cos– propulsó el movimiento de los derechos civiles.
El pequeño gesto de aquellos cuatro estudiantes que se amparaban en la Constitución de Estados Unidos y la Biblia, era un desafío al orden social en los viejos estados esclavistas del sur y una rebelión generacional.
Jóvenes como McCain, que entonces tenía 19 años, habían visto como sus padres y abuelos les instaban a acatar el statu quo, a no destacarse y a intentar prosperar dentro de los límites que les ofrecía el sistema de apartheid que regía en parte de Estados Unidos. Martin Luther King sólo tenía 34 años cuando en 1963 pronunció el discurso del I have a dream (Tengo un sueño).
King fue asesinado cinco años después. Los almacenes Woolworth son ahora la sede al Centro y Museo para los Derechos Civiles Internacionales. McCain tuvo una vida más convencional. Se licenció en química y biología y trabajó en la empresa química Celanese Corp.
En septiembre del 2012 visitamos a Franklin McCain en su casa de Charlotte (Carolina del Nor- te). Aquellos días la ciudad estaba tomada por miles de delegados demócratas y periodistas. Asistían a la convención que proclamó a Barack Obama candidato a la reelección en noviembre.
El viejo héroe vivía en un barrio residencial burgués, en una casa con aires de mansión que delataba su éxito profesional. Perte-
“A veces me angustio”, confesó en el 2012 ante lentitud de las mejoras para los negros
necía a esta clase media alta negra que difícilmente podría haber existido sin las conquistas a las que él contribuyó.
Aunque lo hubiese contado centenares de veces, se emocionaba al desgranar el relato del sit-in de los cuatro de Greensboro. Pero era pesimista. Ver a un afroamericano en la Casa Blanca, o ver la ciudad en fiesta para celebrarle, no eran motivo de alegría. Temía que el demócrata Obama perdiese la reelección ante el republicano Romney. Pensaba que, en caso de derrota, se interpretaría como una señal de que un negro era incapaz de gobernar Estados Unidos, un fracaso más en un grupo marcado por siglos de humillaciones.
En noviembre Obama derrotó a Romney, pero McCain tampoco se sentía satisfecho con el presidente. Le reprochaba una excesiva cautela a la hora de impulsar iniciativas pro-afroamericanos. Constataba que su elección, en el 2008, no había significado el fin de la historia. Con Obama, los negros siguen siendo más pobres, y tienen menos posibilidades de acceder a una educación superior y más de acabar en la cárcel que los blancos. Ya hace medio siglo que la segregación es ilegal, pero persiste bajo otras formas. “A veces me angustio, porque me parece que todavía gasto mucha energía intentando algo que creí haber cambiado hace cincuenta años –dijo–. Si eres negro, en este país, y no sientes el racismo ni la discriminación, ¡es que estás muerto!”.