La Vanguardia

Un héroe discreto

Activista contra la segregació­n racial en Estados Unidos

- FRANKLIN MCCAIN (1941-2014) MARC BASSETS

Franklin McCain fue uno de los héroes discretos del movimiento por los derechos civiles, ese milagro de la historia en el que la no violencia de inspiració­n gandhiana logró desmontar décadas de segregació­n legalizada en el sur de Estados Unidos.

McCain, uno de los cuatro muchachos que hace 54 años desafiaron la discrimina­ción en los locales públicos y desataron una protesta en todo el país, murió el jueves en Greensboro (Carolina del Norte). Tenía 73 años.

McCain era estudiante de primer curso en la Universida­d Agrícola y Técnica de Carolina del Norte, en la ciudad de Greensboro. El 1 de febrero de 1960, él y los también estudiante­s Ezell Blair, Joseph McNeil y David Richmond –fallecido en 1990– se sentaron en la barra del restaurant­e de los almacenes Woolworth, un local segregado donde sólo se servía a clientes blancos. Los negros, como ellos, no podían sentarse allí (la imagen muestra a McCain, el tercero por la izquierda, y sus compañeros en el lugar en 1980).

Los estudiante­s pidieron café, soda y pasteles. La camarera, que era negra, les aconsejó que se marchasen. “No deberíais estar aquí. Nos creáis problemas”. Años después, McCain recordaría cómo una mujer blanca se le acercó. Se asustó. Pero la mujer les dijo que se sentía orgullosa de

McCain desafió la segregació­n en restaurant­es e impulsó una protesta clave en los sesenta

ellos. “Sólo lamento que no lo hicierais diez años antes”, dijo.

Al día siguiente regresaron. Y al siguiente. La multitud crecía día a día. No sólo en Greensboro. Twitter ni Facebook no se habían inventado, pero pronto las protestas estudianti­les se extendiero­n por el sur y el resto del país. La chispa de los sit-ins –las acciones no violentas para desegregar establecim­ientos públi- cos– propulsó el movimiento de los derechos civiles.

El pequeño gesto de aquellos cuatro estudiante­s que se amparaban en la Constituci­ón de Estados Unidos y la Biblia, era un desafío al orden social en los viejos estados esclavista­s del sur y una rebelión generacion­al.

Jóvenes como McCain, que entonces tenía 19 años, habían visto como sus padres y abuelos les instaban a acatar el statu quo, a no destacarse y a intentar prosperar dentro de los límites que les ofrecía el sistema de apartheid que regía en parte de Estados Unidos. Martin Luther King sólo tenía 34 años cuando en 1963 pronunció el discurso del I have a dream (Tengo un sueño).

King fue asesinado cinco años después. Los almacenes Woolworth son ahora la sede al Centro y Museo para los Derechos Civiles Internacio­nales. McCain tuvo una vida más convencion­al. Se licenció en química y biología y trabajó en la empresa química Celanese Corp.

En septiembre del 2012 visitamos a Franklin McCain en su casa de Charlotte (Carolina del Nor- te). Aquellos días la ciudad estaba tomada por miles de delegados demócratas y periodista­s. Asistían a la convención que proclamó a Barack Obama candidato a la reelección en noviembre.

El viejo héroe vivía en un barrio residencia­l burgués, en una casa con aires de mansión que delataba su éxito profesiona­l. Perte-

“A veces me angustio”, confesó en el 2012 ante lentitud de las mejoras para los negros

necía a esta clase media alta negra que difícilmen­te podría haber existido sin las conquistas a las que él contribuyó.

Aunque lo hubiese contado centenares de veces, se emocionaba al desgranar el relato del sit-in de los cuatro de Greensboro. Pero era pesimista. Ver a un afroameric­ano en la Casa Blanca, o ver la ciudad en fiesta para celebrarle, no eran motivo de alegría. Temía que el demócrata Obama perdiese la reelección ante el republican­o Romney. Pensaba que, en caso de derrota, se interpreta­ría como una señal de que un negro era incapaz de gobernar Estados Unidos, un fracaso más en un grupo marcado por siglos de humillacio­nes.

En noviembre Obama derrotó a Romney, pero McCain tampoco se sentía satisfecho con el presidente. Le reprochaba una excesiva cautela a la hora de impulsar iniciativa­s pro-afroameric­anos. Constataba que su elección, en el 2008, no había significad­o el fin de la historia. Con Obama, los negros siguen siendo más pobres, y tienen menos posibilida­des de acceder a una educación superior y más de acabar en la cárcel que los blancos. Ya hace medio siglo que la segregació­n es ilegal, pero persiste bajo otras formas. “A veces me angustio, porque me parece que todavía gasto mucha energía intentando algo que creí haber cambiado hace cincuenta años –dijo–. Si eres negro, en este país, y no sientes el racismo ni la discrimina­ción, ¡es que estás muerto!”.

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BOB JORDAN / AP

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