Poemas para un funeral
“Quiero que mi funeral sea breve, laico y discreto”. Fue la consigna que dio Josep Maria Castellet a sus familiares, en armonía con su talante. Y así fue. Unas notas al piano de la música callada de Mompou abrieron la ceremonia. Un leve aire metafísico, casi acariciando el silencio, para que los asistentes reflexionaran ante el féretro marrón, coronado con flores blancas. Después, el actor Joan Carreras, que había representado a Castellet en el filme de Ventura Pons sobre el encuentro del intelectual catalán y Mercè Rodoreda en Ginebra, leyó el inicio del segundo cuarteto de T.S. Eliot, East Coker, que habla sobre el ciclo de la vida, la danza de las estaciones, la piedra vieja que sirve para construir la nueva casa. El principio que sucede al fin y engendra un nuevo principio. “El alba ya despunta y otro día/se dispone al silencio y al calor./El viento de la aurora mar adentro/ondula y se desliza. Estoy aquí/o allá o en otra parte. En mi principio”. Más tarde, Marta, sobrina de Castellet, leyó la cita de Cormac McCarthy que su tío empleó para encabezar uno de sus libros.
Joan Rigol, que trenzó con Castellet el pacto cultural de 1985, hizo un breve parlamento. No fue de elogio, sino de agradecimiento a todo lo que aportó su amigo muerto. Ya se ha dicho estos días, pero sobre todo destacó su empeño en construir una cultura catalana abierta a todos y de proyección internacional, en hacer de puente no sólo entre culturas distintas, sino también en casa, en Catalunya, entre antagonistas: la habilidad y la inteligencia de quien logra poner a trabajar juntos a gente de pensamiento diverso. Otra virtud difícil de acceder: saber leer el futuro por medio de los nuevos creadores. La caballerosidad espiritual, la agudeza críti- ca, la sonrisa que crea complicidades. Y una puya: el pacto cultural que fracasó por los mismos prejuicios que ellos quisieron erradicar.
En primera fila, Eduard Castellet, en silla de ruedas, cada vez más parecido, en su vejez, a su hermano Josep Maria. Y en otro banco, el alcalde, Xavier Trias, Jordi Pujol y Marta Ferrusola, el conseller Ferran Mascarell, y en la esquina, José Montilla. El presidente de la Generalitat, Artur Mas, pasó momentos antes para saludar a la familia, porque tenía que presidir los actos del tricentenario en Lleida. Entre los asistentes, muchos nombres de la cultura, el director de La Vanguardia, Màrius Carol, Joaquim Molas, Jorge Herralde, editores del Grup 62 y de Planeta, Oriol Bohigas, Xavier Rubert de Ventós, Josep Ramoneda, Josep Maria Bricall, Ventura Pons, Rosa Maria Malet, Paco Todó, Pere Portabella, Carles Duarte, Eugènia Broggi, a punto de comenzar su nueva aventura, L’Altra Editorial, con dos libros que –decía misteriosa– serán una sorpresa.
Y entre los escritores, Josep Maria Benet i Jornet, Joaquim Carbó, Joan Rendé, Robert Saladrigas, Francesc Parcerisas... no había en cambio escritores jóvenes. ¿Dónde estaban? Si Castellet es una de las figu- ras intelectuales que han hecho posible la continuidad de la cadena cultural en Catalunya, ¿qué tributo público le dan las generaciones que no lo trataron? ¿Dedicarle un tuit? ¿La lectura de uno de sus libros en el espacio íntimo de su casa? ¿La asistencia a un funeral laico ha dejado de ser un escenario de homenaje? Eran las preguntas que circulaban en los corrillos.
“Una tras otra/las casas se levantan y se derrumban, se desmoronan, se extienden/,Son arrancadas, destruidas, restauradas,o en su lugar/queda un baldío, una fábrica o un paso a desnivel”, dice el poema de Eliot. En poco tiempo se han ido Tàpies y Riquer. ¿Quién les sustituye? Josep Maria Castellet se ha ido con 87 años y su Edicions 62 encara un nuevo destino, ahora en manos de Planeta, otra cultura, otro talante. Lo que él pensaba lo dirá su biografía.