El hombre que no quería hablar de sus mujeres
Una completa biografía de Hermann Hesse descubre la faceta más oscura del escritor, autor de ‘Siddhartha’ o ‘El lobo estepario’
Siempre será un huésped, incluso en su propia casa. Tiene sus humores y sus manías, sus dolores de cabeza y su fiebre espiritual, y entonces la familia se le atraviesa, le molesta”, explica Hugo Ball, íntimo amigo de Hermann Hesse. Las mujeres de Hermann Hesse, obra de Bärbel Reetz (Ed. Circe), incide en ese aspecto, el de un gran es-
“Ella espera un bebé, así que desapareceré un tiempo; un viaje a Singapur...”
critor de carácter irascible que no soporta el llanto de su hijo Martin (que se suicidará en 1968) y se escapa del hogar en cuanto aparece la mínima oportunidad. Él mismo lo reconoce y lo deja escrito: “Mi mujer espera un bebé para final de mes, así que, si todo sale bien, poco después desapareceré durante algún tiempo del país y no estaré localizable. He reservado un viaje a Singapur... un tiempo cazando mariposas” (9 de julio de 1911).
La obra de Reetz es el triple relato de las mujeres que más influenciaron al escritor. Tres perfiles muy distintos –Mia, Ruth y Ninon– que coinciden en una actitud común: la dedicación a un es- critor espléndido que a la vez fue un narcisista lleno de contradicciones, hipocondriaco, torturado por enfermedades y conflictos psíquicos. Alguien que ansiaba la estabilidad y en el momento preciso en que la alcanzaba necesitaba huir de ella. Para el escritor suizo de origen alemán, autor de los míticos Siddhartha, El lobo estepario o Demian, la creación literaria siempre estuvo por encima de la familia o la pareja.
A pesar de su inicial resistencia al matrimonio Herman Hesse (1977-1962) se casó tres veces sin conseguir que sus proyectos familiares perduraran. Solitario, de carácter rudo, su espíritu ermitaño le llevó incluso a buscar fórmulas singulares como vivir en el piso de arriba mientras su mujer vivía en el piso inferior. Se encontraban a horas convenidas o para cenar.
Su primera biografía, Hermann Hesse, su vida y su obra (1927), la que se convertiría en pieza canónica y referencial, la confió a su gran amigo Hugo Ball, pero le puso condiciones: en sus páginas no podía aparecer la mujer con quien estaba casado en ese momento y, en cuanto a su primera esposa, le advirtió benevolente, “ella, como queda muy lejos, puede salir brevemente”.
Esa mirada cínica respecto a sus relaciones hizo que los perfiles de ambas mujeres se quedaran en el papel que la historia les otorgaba: una como inexistente y la otra, siguiendo las pautas del biografiado, como “desquiciada”. Para entonces la tercera aún no había aparecido en escena. Y el propio Hesse, en el breve texto que redacta en 1946 cuando le otorgan el premio Nobel de Literatura se despacha así: “tras la disolución de mi primer matrimonio viví muchos años solo, luego volví a casarme”. Sin más. Obvia detalles escabrosos que pueden instalarle en una situación comprometida como la nota que apunta en su diario en 1919: “El divorcio, para mí, no es urgente. Según la ley, se haría efectivo de forma automática en cuanto ella sufriera un trastorno mental durante tres años... por tanto, si con- tinúa enferma, sólo quedarían dos años”.
Hesse fue el hombre que no quería hablar de sus mujeres. Buscó borrarlas para la historia a pesar de lo mucho que les debía; la publicación de la biografía elaborada por Bärbel Reetz quiere ahora resarcirse de ese error. Las suyas fueron mujeres singulares que generosamente cedieron su tiempo y energía “para que el genio pudiera crecer”. Mia Bernoulli (1868-1963) y Ninon Dolbin-Ausländer (1895-1966) levantaron sendas casas de campo con el fin de que Hesse pudiera disfrutar de la tranquilidad y el sosiego que necesitaba para su creación artística. No fueron casos de sumisión, lo decidieron voluntariamente, pero con el paso de los años reconocieron que se habían equivocado en su sacrificio.
A cambio sólo lograron que el escritor las ninguneara. Mia abandonó su profesión de fotógrafa y se refugió en el cuidado a sus tres hijos y Ninon, historiadora del arte -admiradora de Hesse
“Ambas cedieron su tiempo y su energía ‘para que el genio pudiera crecer’”
desde adolescente- cada tarde le leía en voz alta a su marido; un ritual que duró hasta la muerte de éste, unos mil quinientos títulos a pie de cama. A pesar de que la convivencia había sido difícil ella dedicó años a corregir, editar y dar forma a textos y correspondencia de Hesse. Murió en 1966 y fue enterrada junto a Hermann Hesse en el cementerio de San’Abbondio. Por lo que se refiere a Ruth Wenger (1897-1994) -con la que mantuvo cuatro años de noviazgo y tres de matrimonio- ella misma zanjó las preguntas sobre su relación con el escritor con esta frase: “nunca me dio muestras de afecto, ni en cuerpo ni en alma”.