Mucha defensa y poco ataque
La letra del himno de Azerbaiyán, patrocinador del Atlético de Madrid, habla de sacrificio, sangre, campos de batalla, honor y bandera. El himno de Qatar, en cambio, patrocinador del Barça, habla de cielo, luz, almas y profetas. Por suerte, la influencia de los patrocinadores aún no es vinculante en el estilo de juego y ayer ambos equipos pudieron definirse únicamente a través de decisiones deportivas.
La alineación del Barça, por ejemplo, debió causar cierta estupefacción entre los culés del mundo, que probablemente abrazan la causa barcelonista gracias a la aureola globalizada de jugadores como Messi o Neymar. Me imagino la sorpresa de un culé islandés, tailandés o australiano, sentado en el sofá, a punto de ver el partido y constatando que sus dos ídolos están en el banquillo y que la camiseta que lucen y que han comprado con orgullo corresponde a un futbolista suplente.
Sin embargo, con buen criterio, el entrenador Gerardo Martino prefirió imponer la lógica del rendimiento que la jerarquía de los galones y, puestos a tomar riesgos, optó por equivocarse o acertar a través de su propio criterio y no de sugerencias implícita o explícitamente impuestas. En la primera parte, la concentración de argentinos universales en los banquillos era sintomática. Por una parte, la gesticulación de un Cholo Simeone que, sin que nadie se ofenda, podría interpretar perfectamente el papel de vendedor de armas atómicas de segunda mano en un capítulo de la serie 24 (también es verdad que, desde que es entrenador, da menos miedo que cuando era jugador). Por otra, Martino, que para la ocasión escogió una estética bielsiana, de chándal, anorak y gafas de ver más allá de las apariencias (por cierto, en el chándal y en el anorak la proximidad entre las letras de Qatar y el escudo del club provoca un vértigo geopolítico considerable). Y, durante medio partido, Messi, expatriado a un lugar que ni le pega ni le gusta, asumiendo el espectáculo desde la distancia, estremecido por alguna entrada de Godín a Alexis o por los choques entre Costa y Mascherano (dejando de lado la militancia: ¿cuál de los dos es más peligroso para la integridad del otro?)
¿Y el partido? Una monótona sucesión de acciones de desactivación mutua, jugado con tanta concentración que hubo poco espacio para que apareciera la chispa del talento o la contingencia del error. Ambos equipos intercambiaron el dominio y el control. Compitieron al máximo pero con más convicción defensiva que creativa. Y con la tranquilidad de intuir que, como plan B, les quedaba la posibilidad de aceptar el empate a cero que, al final, congela la clasifica- ción, y pospone la épica de los aspavientos y las expectativas.
Partidos como el de ayer activan en el aficionado sensaciones poco estéticas. En ningún momento puedes relajarte o dejarte llevar por una ventolera de creatividad. Notas la presencia de los rivales y a menudo te preguntas cómo es posible que puedan sobrevivir a según qué entradas. Lo llamamos intensidad y es un sustantivo aproxi-
En el Calderón, los dos equipos intercambiaron el dominio y el control del juego
mado que quizás sea el eufemismo de otras cosas menos confesables.
Para los intereses del Barça, el resultado es bueno, pero el juego exhibido por unos y otros desmiente la idea que muchos podían tener antes de empezar, cuando creíamos que estábamos a punto de ver dos de los mejores equipos de Europa. En la previa, Martino dijo que era un partido trascendente pero no decisivo. Después de haberlo disputado (es el adjetivo que describe con más precisión lo que vimos) con rigor y fuerza, parece claro que habrá que esperar otras oportunidades para decidir y trascender el campeonato.