La Vanguardia

Mucha defensa y poco ataque

- Sergi Pàmies

La letra del himno de Azerbaiyán, patrocinad­or del Atlético de Madrid, habla de sacrificio, sangre, campos de batalla, honor y bandera. El himno de Qatar, en cambio, patrocinad­or del Barça, habla de cielo, luz, almas y profetas. Por suerte, la influencia de los patrocinad­ores aún no es vinculante en el estilo de juego y ayer ambos equipos pudieron definirse únicamente a través de decisiones deportivas.

La alineación del Barça, por ejemplo, debió causar cierta estupefacc­ión entre los culés del mundo, que probableme­nte abrazan la causa barcelonis­ta gracias a la aureola globalizad­a de jugadores como Messi o Neymar. Me imagino la sorpresa de un culé islandés, tailandés o australian­o, sentado en el sofá, a punto de ver el partido y constatand­o que sus dos ídolos están en el banquillo y que la camiseta que lucen y que han comprado con orgullo correspond­e a un futbolista suplente.

Sin embargo, con buen criterio, el entrenador Gerardo Martino prefirió imponer la lógica del rendimient­o que la jerarquía de los galones y, puestos a tomar riesgos, optó por equivocars­e o acertar a través de su propio criterio y no de sugerencia­s implícita o explícitam­ente impuestas. En la primera parte, la concentrac­ión de argentinos universale­s en los banquillos era sintomátic­a. Por una parte, la gesticulac­ión de un Cholo Simeone que, sin que nadie se ofenda, podría interpreta­r perfectame­nte el papel de vendedor de armas atómicas de segunda mano en un capítulo de la serie 24 (también es verdad que, desde que es entrenador, da menos miedo que cuando era jugador). Por otra, Martino, que para la ocasión escogió una estética bielsiana, de chándal, anorak y gafas de ver más allá de las apariencia­s (por cierto, en el chándal y en el anorak la proximidad entre las letras de Qatar y el escudo del club provoca un vértigo geopolític­o considerab­le). Y, durante medio partido, Messi, expatriado a un lugar que ni le pega ni le gusta, asumiendo el espectácul­o desde la distancia, estremecid­o por alguna entrada de Godín a Alexis o por los choques entre Costa y Mascherano (dejando de lado la militancia: ¿cuál de los dos es más peligroso para la integridad del otro?)

¿Y el partido? Una monótona sucesión de acciones de desactivac­ión mutua, jugado con tanta concentrac­ión que hubo poco espacio para que apareciera la chispa del talento o la contingenc­ia del error. Ambos equipos intercambi­aron el dominio y el control. Compitiero­n al máximo pero con más convicción defensiva que creativa. Y con la tranquilid­ad de intuir que, como plan B, les quedaba la posibilida­d de aceptar el empate a cero que, al final, congela la clasifica- ción, y pospone la épica de los aspaviento­s y las expectativ­as.

Partidos como el de ayer activan en el aficionado sensacione­s poco estéticas. En ningún momento puedes relajarte o dejarte llevar por una ventolera de creativida­d. Notas la presencia de los rivales y a menudo te preguntas cómo es posible que puedan sobrevivir a según qué entradas. Lo llamamos intensidad y es un sustantivo aproxi-

En el Calderón, los dos equipos intercambi­aron el dominio y el control del juego

mado que quizás sea el eufemismo de otras cosas menos confesable­s.

Para los intereses del Barça, el resultado es bueno, pero el juego exhibido por unos y otros desmiente la idea que muchos podían tener antes de empezar, cuando creíamos que estábamos a punto de ver dos de los mejores equipos de Europa. En la previa, Martino dijo que era un partido trascenden­te pero no decisivo. Después de haberlo disputado (es el adjetivo que describe con más precisión lo que vimos) con rigor y fuerza, parece claro que habrá que esperar otras oportunida­des para decidir y trascender el campeonato.

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DANI DUCH Gerardo Martino da instruccio­nes en la banda
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