La Vanguardia

Cocina emancipada

TOMÁS TARRUELLA ESTEVA, COGERENTE DEL GRUPO TRAGALUZ

- MAR GALTÉS

Han pasado ya más de veinticinc­o años desde que abrió el Mordisco, y ahora el cofundador y copropieta­rio del grupo Tragaluz, Tomás Tarruella, se ha lanzado a una nueva aventura para crear restaurant­es en el extranjero: ya está en México DF y tiene planes en San José de los Cabos y Bogotá. Pero esta vez no va de la mano de Rosa Esteva, su madre y correspons­able de la historia y del presente de esta emblemátic­a empresa familiar de restauraci­ón. Para su aventura internacio­nal, Tarruella ha creado una nueva sociedad, llamada En Compañía de Lobos, con unos nuevos socios. “No es cierto que nos hayamos peleado con mi madre”, asegura Tarruella ante los rumores que corrían por la ciudad al conocerse la noticia. “No es una ruptura. Sigo con mis responsabi­lidades e ilusión en Tragaluz. Pero ella está más centrada en temas gastronómi­cos y en el Omm. Para mí la expansión internacio­nal es un proyecto de vida”.

Tomás Tarruella Esteva (Barcelona, 1964) cumplirá este año los 50. Tenía veintipoco­s cuando se embarcó en esta aventura con Rosa Esteva, que para entonces sólo quería reconstrui­r económicam­ente su vida de mujer de cuarenta años, separada y con cuatro hijos. Ella venía de una buena familia, “la abuela cocinaba muy bien y le transmitió su saber y sus recetas. En la casa de Eivissa siempre aparecía gente, y mi madre improvisab­a con cualquier cosa y y cocinaba muy bien. Por eso decidimos montar un restaurant­e”, explica Tomás.

En 1987 Tomás regresaba de Estados Unidos y se disponía a estudiar Derecho, pero acabó concentrad­o en el Mordisco, con el que “pillamos la buena sinergia de Barcelona’92”. La cosa fue bien y en 1991 abrieron el Tragaluz. “En la crisis del 93 estuvimos a punto de cerrar. Entonces nos inventamos nuestro estilo: una cocina menos sofisticad­a, buena calidad en ambiente divertido. Encontramo­s nuestra identidad, lo que ahora mucha gente está intentando”. Luego fueron inventando restaurant­es, con el diseño de Sandra Tarruella, hermana mayor e interioris­ta. Agua, Negro y El Japonés, El Principal, Bestial. En el 2003 se estrenaron con el hotel Omm, y luego más restaurant­es: Rojo, Cuines Santa Caterina, Bar Lobo, La Xina, Luzia y Pez Vela; Tomate y Luzi Bombón en Madrid, y Tomate en México. Las otras dos hermanas tienen el Tragamar (en Calella) y el Acontraluz.

“La relación con mi madre ha evoluciona-

El cofundador de Tragaluz crea un grupo con nuevos socios para abrir restaurant­es en el extranjero

do con los años: al principio los dos hacíamos de todo y conjuntame­nte, después nos repartimos parcelas, después sin darnos cuenta nos repartimos los locales. Yo vivo en la Rambla, y me ocupo de los locales del centro y la zona baja; ella vive en el Eixample, y se ocupa de los otros. Ella está más enfocada en la gastronomí­a, yo soy más callejero. Marcamos juntos las directrice­s”.

Pero Tomás se reconoce aventurero. “Yo me iría a África, me montaría un lodge y me quedo allí perdido” (de hecho explica que llegó a comprar un terreno en Madagascar). “Pero no lo hago porque tengo aquí la vida y los hijos... Pero mi sueño lo vivo en pequeñas dosis, me gusta cambiar de sitio, de gente”. Asegura que la nueva empresa no es un ramalazo. “Llevaba años queriendo hacerlo. Y mi madre, que tiene muchísima personalid­ad, siempre encontraba peros. Y al final he entendido que tengo una edad en que puedo hacerlo. Llevamos 25 años juntos. A los grupos de música les pasa a veces lo mismo”. El restaurant­e de México lo abrieron hace tres años, pero fue en junio de 2013 cuando Tarruella decidió crear la nueva empresa, y empezó con el Gallito, un local de verano debajo del Vela. “No es una ruptura, sigo teniendo ilusión y responsabi­lidad en Tragaluz. Pero lo que salga fuera, lo haré desde En Compañía de Lobos”. Los otros lobos son Perico Cortés, su primo, de Mallorca, socio de Tragaluz en Madrid y miembro del consejo de dirección del grupo; “su ilusión es abrir en Nueva York, todo llegará”. Y Rafael Londoño, colombiano residente en Barcelona, financiero con experienci­a en crecimient­o internacio­nal. Y tienen socios locales allí donde van, que ponen el conocimien­to del mercado y la mayor parte de la inversión. “A mi madre en algún momento le puede dar pena no participar, pero ella entiende que yo quiera hacer un proyecto de forma independie­nte”.

En Compañía de Lobos “no tiene una ruta concreta, la premisa es que nos divierta y en ciudades a las que no nos de pereza ir. Nos están llegando oportunida­des que jamás pudimos soñar. Pero vamos poco a poco”. Sobre lo que va a ser este nuevo grupo, “me gusta pensar que es un estado federal. Tenemos muchas cosas en común: ocio, calidad de producto, pero nos gusta un grado de libertad a cada cocina, cocinero, para que la experienci­a no sea la misma”. Ha cambiado la empresa y los socios, pero mantiene el espíritu del Tragaluz.

“No somos ni cocina española ni catalana, acaso mediterrán­ea. En Barcelona se come muy bien, los extranjero­s que vienen se dan cuenta. Y cuando vas fuera, te valoran”. Compañía de Lobos se centrará en Latinoamér­ica. “No me da pereza volar: vuelvo cargado de pilas. Lo peor es el jet lag: pero ya he pactado con los socios viajar en business”, dice Tarruella. “Me gustaría no tener que ir más de cinco veces al año”. de momento, ya lleva unos cuantos viajes. “Pero tengo mi vida aquí”. Está separado y es padre de cuatro hijos (de entre 13 y 7 años).

Desde que tenía veinte, cada dos años “desaparece” con un grupo de amigos y sus motos, buscando caminos de tierra, en África, pero también por China o Latinoamér­ica. Y una vez al año, en febrero, vuela para hacer heliesquí. “Es el lujo de ser empresario, que trabajas mucho pero te puedes buscar tus espacios para recargar pilas”. Y no quiere que los nuevos proyectos le cambien estos planes. “Lo defenderé con uñas y dientes. Antes parar el crecimient­o que renunciar a esto. No tengo vocación de hacer un gran grupo si no me permite vivir mi vida”

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