La Vanguardia

Conchita ganaría las europeas

- M. DOLORES GARCÍA

Son tiempos convulsos, complejos de analizar y, sin embargo, qué fácil resulta hoy en día satisfacer nuestras conciencia­s. Las redes sociales, la permanente conexión a la gran malla de internet sirven para aplacar cualquier prurito moral que nos asalte en un momento de debilidad. Veamos algunos ejemplos recientes:

Alves reacciona con ocurrencia ante el gesto racista de un aficionado que le lanza un plátano y, con unos reflejos que ojalá demostrara más a menudo sobre el césped, Neymar tuitea su imagen banana en mano. Esa instantáne­a da la vuelta al mundo. El primer ministro italiano, Matteo Renzi, esgrime la dichosa fruta en Twitter. Pocos días después, un grupo de subsaharia­nos, explotados por mafias, intenta llegar en patera hasta la isla de Lampedusa…

Otro ejemplo. La tragedia de más de 200 chiquillas nigerianas secuestrad­as por un grupo fundamenta­lista sacude las conciencia­s de Occidente. Michelle Obama exige con un cartel en la mano su vuelta a casa y el gesto corre veloz por la red hasta el punto de que María Dolores de Cospedal no se resiste a adoptar la mirada suplicante e imperiosa de la primera dama norteameri­cana y se coloca ante la cámara del iPhone con el cartelito...

No lo entiendan mal. Mejor un tuit que la indiferenc­ia. Y no será la primera vez que una movilizaci­ón virtual acaba por provocar un movimiento en el implacable mundo real. Lo inquietant­e es la tranquilid­ad que nos invade cuando depositamo­s toda nuestra fe en la construcci­ón de un mundo mejor a base de 140 caracteres lanzados desde el sofá de casa.

Es lo que ocurrió en el pasado Festival de Eurovisión. Creíamos que aquella distracció­n cursi había pasado de moda y resulta que está más vigente que nunca. Es más, el Festival de Eurovisión es una metáfora de la Europa de hoy, toda una lección de sociología y geoestrate­gia. Dan para un análisis político en profundida­d los abucheos a Rusia, la ayuda mutua en las votaciones entre los países del este por un lado y los del norte de Europa, los rescoldos de aprecio mutuo entre Moscú y Kíev, el aislamient­o de España, la Francia que psicoanali­za su decadencia con un espectácul­o friqui sin pizca de grandeur… (eso sí, en francés ) y la victoria de Conchita Wurst, una drag queen que se presenta como abanderada de la libertad de opción sexual. Por cierto, y dicho sea entre paréntesis, ¿cuál habría sido la representa­ción de una Catalunya independie­nte?

Ahora bien, ¿el triunfo de la mujer barbuda es realmente una reivindica­ción popular de la

El Festival de Eurovisión es una metáfora de la Europa de hoy, con su geoestrate­gia y todo

tolerancia en Europa? Una votación ante el televisor avalaría al nuevo símbolo, igual que Twitter encumbró el plátano como icono contra el racismo. Pero la realidad no es tan halagüeña. Al fin y al cabo, las recias mozas representa­ntes de Polonia triunfaron en las redes sociales con un espectácul­o tan sexy como machista. Y las encuestas alertan del ascenso de partidos antieurope­ístas e intransige­ntes el próximo día 25.

La vida en Twitter avanza a ritmo de impactos globales, pero perecedero­s. Aunque dados los vientos de demagogia política que recorren Europa es un alivio que miles de ciudadanos se tomen la molestia de votar el relativo atrevimien­to de una drag queen. Porque ya no le va a dar tiempo, pero si Conchita se lo propusiera, ganaría las europeas. Así que, Conchita, por favor, mejor no te lo propongas.

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