No hay peor ciego que el que no quiere ver
Juan Antonio Roqueta (1938-2012), uno de los mejores abogados penalistas que ha habido y que posiblemente habrá en Barcelona, explicaba esta anécdota de sus inicios. En un juicio contra un estafador, un perito explicó que los rayos del sol dañaban las teles en color, que por aquel entonces comenzaban a comercializarse. El juez interrumpió la vista bruscamente y pidió un receso que sorprendió a todo el mundo. “He telefoneado a mi mujer para que saque la tele del balcón”, le confesó poco después a Roqueta, que desde entonces pudo decir, como el replicante de Blade runner: “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais”.
Jueces que intentaron condenar a un testigo, que comían durante las vistas orales, que simulaban un infarto para ver cómo reaccionaba un forense en pleno juicio, que enviaban a la cárcel al director de una sucursal bancaria por un problema con el cajero automático, o que volvían locos a los peritos, al pedir que analizaran a los acusados desde un punto de vista “genético, biológico, paleontológico, morfológico, anatómico, fisiológico, embriológico y ecológico”. Y las sentencias, ¡qué sentencias! Absoluciones increíbles porque “no fue el dedo el que apretó el gatillo, sino el gatillo el que apretó el dedo”. Párrafos incomprensibles, de 35 folios sin un punto y aparte. Latinismos innecesarios y supuestamente cultos, capaces de sonrojar a un estudiante de filología clásica, como “nemo tenetur edere contra se” (nadie está obligado a comerse a sí mismo), en lugar de “nemo tenetur adere contra se” (nadie está obligado a declarar contra sí mismo). Por increíble que parezca, todos estos casos son reales y a los jueces no les pasó nada, salvo que el Supremo ordenó repetir juicios y anuló sentencias. Todos abandonaron la carrera sin deshonor (bajas, excedencias, prejubilaciones), excepto uno, Luis Pascual Estevill (el que envió a prisión a un director de banco por un problema con el cajero), inhabilitado y encarcelado por sobornos y actuaciones arbitrarias.
No, lo peor que le puede pasar a un juez no es que sea ciego, sino idiota o corrupto.