La dieta de Angela Merkel funciona
Adiós a las salchichas, las galletas y los ositos de goma: 10 kilos menos
Angela Merkel (59 años) ya no es gorda. Berlusconi, que la trató de tal, como si ser gordo fuera algo malo –e incluso peor que ser un magnate feo metido a político–, debería hoy retirar sus palabras, que fueron acompañadas de comentarios sexistas aún más vulgares. En efecto, la canciller ha perdido varios kilos.
Todo parece haber sido consecuencia de su accidente de esquí en Suiza durante las pasadas Navidades. Entonces Merkel se rompió ese punto de la anatomía que pierde el nombre de espalda. Tuvo una convalecencia larga y complicada que la obligó a andar con muletas y a guardar mucho reposo. Los médicos dedujeron que el sobrepeso había tenido un gran papel en aquella fisura de la parte posterior izquierda del coxis y recomendaron un régimen dictatorial.
Merkel, que conoce tales regímenes muy bien –nació en Hamburgo, pero poco después la llevaron a la pérfida Alemania comunista– y se sometió a ellos disciplinadamente sin ser nunca disidente y pagando cumplidamente sus impuestos, ha acometido el asunto de comer menos con la misma disciplina y voluntad con la que dirige la austeridad continental.
Al principio pareció que estaba enferma. En estas mismas páginas se comentó su mal aspecto, ojeras, etcétera...; sin embargo, he aquí a la canciller en su estado actual: mucho más ligera, y con buena presencia. Ha perdido diez kilos, según la prensa amarilla alemana, y está sometida a una estricta dieta de frutas y verduras. Ha dejado las galletas, siempre presentes en su despacho, y ha ordenado que aparten de su vista las salchichas, otra de sus pasiones. Se especula sobre si también ha abandonado su verdadero vicio: los ositos de goma que solía repartir en las reuniones nocturnas de Bruselas en lo más crudo de la eurocrisis entre los sufridos mandatarios del club.