Catalunya lleva la arquitectura que injerta lo nuevo en lo viejo a Venecia
El pabellón catalán exhibe la casa Bofarull de Jujol junto a otras quince obras
Arquitectures empeltades. Es decir, arquitecturas injertadas. Esta es la idea que vertebra el pabellón de Catalunya en la decimocuarta Bienal Internacional de Arquitectura de Venecia, que se iniciará en la primera semana de junio, se prolongará seis meses, y que por segunda vez contará con una representación oficial catalana. “Nos referimos a la idea de injerto como diálogo fecundo entre lo preexistente y lo nuevo”, precisa Francesc Torrents, comisario de esta embajada cultural junto a Guillem Carabí y Jordi Ribas. Y añade: “Rem Koolhaas, responsable de esta Bienal, afirma que el tiempo de las arquitecturas espectaculares, franquiciadas, se ha agotado. Es pues hora de recuperar una vieja savia que permita alimentar lo nuevo. No se trata de volver a la tradición, sino de crecer a partir de ella”.
La obra que sirve como arranque de este discurso catalán es la casa Bofarull rehabilitada por un joven Josep Maria Jujol en Els Pallaresos entre 1913 y 1933. Sobre esta construcción rural con siglos de historia, Jujol dio rienda suelta a su creatividad y perfiló una edificación nueva donde se reconoce el pasado. La obra jujoliana, con su componente ejemplar, es una de las dieciséis seleccionadas para representar ahora a la arquitectura catalana. Hay otras tres terminadas en el siglo XX: los apartamentos en las mansardas de la Pedrera (1953-1955) de Barba Corsini, la restauración de la iglesia ibicenca de l'Hospitalet (1981-84) de J.A. Martínez Lapeña y Elías Torres, y el IES La Llauna (1984-86) de Enric Miralles y Carme Pinós. Pero las doce restantes son del siglo XXI. En todas se aprecia esa intención del arquitecto de afirmarse a partir de la obra de otro, de pasar entre sus elementos más que de atravesarlos. Esto puede lograrse de muy diversas maneras. Por ejemplo, la de Jordi Badia transformando viejas naves textiles del Poble Nou, que conserva parcialmente, en el barcelonés Museu de Can Framis (2007-09). O la de RCR, que convirtieron un viejo teatro en el Espacio público Teatre La Lira en Ripoll (2004-2011) a partir de su ausencia. O la de Garcés/De Seta/Bonet (2008-2011), que en sus estaciones para la línea 9 en Zona Franca, todavía por inaugurar, operan basándose en la obra civil que las sustenta. O la de Enric Batlle, Joan Roig y Teresa Galí en su trabajo de Restauración paisajística del vertedero del Val d’En Joan en Begues (2002...).
La selección de obras es por tanto heterogénea (véase la lista adjunta), pero indicativa de las muchas posibilidades que tiene la intervención sobre lo preexistente, un proceso frecuente en tiempos de crisis. En tal sentido, el segundo pabellón catalán en la Bienal veneciana conserva cierta continuidad con el primero ( Vogadors, 2012), cuyo lema procedía de unas palabras del escultor Oteiza a propósito de un remero: “Quien avanza creando algo nuevo, lo hace como un remero / avanzando, pero reman- do de espaldas / mirando atrás hacia el pasado, hacia lo existente / para poder reinventar sus claves”. Pero según sus impulsores va más allá, y hace además una selección de obras de creadores que no son sólo jóvenes, como entonces, sino que pertenecen a varias generaciones.
La exposición se ordenará en dos bloques, uno dedicado al proceso de concepción y realización de las obras, y otro destinado a la percepción que se tiene de ellas, mediante cámaras que registran su actividad a lo largo de meses, reportajes fotográficos o acciones específicas en algunos de ellos, a cargo de actores (Sergi López), bailarines (Carme Torrent, Iñaki Álvarez), artistas de circo (Irene Estradé) o músicos (Pep Pascual).
El nuevo pabellón catalán, en el que colaboran los departamentos de Cultura y de Territori i Sostenibilitat, es impulsado por el Institut Ramon Llull, que invierte en él 478.000 euros. Se instalará en el Cantieri Navale de la calle Quintavalle, en San Pietro di Castello, como uno de los Eventos Colaterales de la Bienal de Venecia.