Funeral en campaña
La muerte no tiene precio, pero hace milagros. Una mujer abatida en un puente de León ha facilitado lo que nada ni nadie hubiera conseguido: poner de acuerdo a todos los partidos en plena campaña electoral. Nadie se pone de mejor perfil en los entierros que los ciudadanos de la vieja piel de toro. El conflicto de identidad que encarna el independentismo catalán parece complicarse cada día más, pero desaparece como por ensalmo ante la noticia del asesinato de una presidenta de la diputación de la que en Catalunya apenas teníamos noticia. Lo mismo sucede con el eterno choque de las dos Españas, que PP y PSOE simbolizan: ha sido suspendido junto al féretro de esta mujer de la que ahora sabemos tantas cosas. Tirios y troyanos, izquierdistas y derechistas, independentistas y españolistas, abandonado las armas electorales, se han hermanado con semblante compasivo ante un cadáver imprevisto. La bandera negra del luto es nuestro único nexo de unión. Un nexo interesante, que no debería despreciarse.
La tradición funeral hispánica tiene excepciones. La división que generó la matanza de Atocha es el episodio más antipatriótico de los últimos 30 años. Es verdad que los funerales generan buen rollo, pero aquí nadie desaprovecha la oportunidad de convertir a una víctima en un aliado. Si existe una remota posibilidad de sacarle partido a un muerto, se le instrumentaliza sin disimulo.
No hay posibilidad alguna de convertir el asesinato leonés en pretexto de cacería política. Pero es inevitable pensar, por un momento, en lo que se estaría voceando si, en lugar de caer abatida en un puente sobre el Bernesga, una política del PP hubiera caído en un puente sobre el Ter asesinada a tiros, no por razones políticas, sino, como parece ser el caso de la presidenta leonesa, por un par de mujeres vengativas que la odiaban por razones particulares hasta el extremo de rematarla con pasmosa frialdad. El cachete a Pere Navarro, que está a punto de resolverse, actúa de contrapunto, no sabemos si grotesco.
La muerte reúne, en España, de la misma manera que la vida enfrenta y divide, lo que no deja de ser una costumbre rara y barroca. Por no decir estúpida: ¿de qué sirve honrar a los muertos si entre los vivos nos hacemos la vida imposible?
La bandera negra del luto es nuestro único nexo de unión, y no debería despreciarse