La Vanguardia

Funeral en campaña

- ANTONI PUIGVERD

La muerte no tiene precio, pero hace milagros. Una mujer abatida en un puente de León ha facilitado lo que nada ni nadie hubiera conseguido: poner de acuerdo a todos los partidos en plena campaña electoral. Nadie se pone de mejor perfil en los entierros que los ciudadanos de la vieja piel de toro. El conflicto de identidad que encarna el independen­tismo catalán parece complicars­e cada día más, pero desaparece como por ensalmo ante la noticia del asesinato de una presidenta de la diputación de la que en Catalunya apenas teníamos noticia. Lo mismo sucede con el eterno choque de las dos Españas, que PP y PSOE simbolizan: ha sido suspendido junto al féretro de esta mujer de la que ahora sabemos tantas cosas. Tirios y troyanos, izquierdis­tas y derechista­s, independen­tistas y españolist­as, abandonado las armas electorale­s, se han hermanado con semblante compasivo ante un cadáver imprevisto. La bandera negra del luto es nuestro único nexo de unión. Un nexo interesant­e, que no debería despreciar­se.

La tradición funeral hispánica tiene excepcione­s. La división que generó la matanza de Atocha es el episodio más antipatrió­tico de los últimos 30 años. Es verdad que los funerales generan buen rollo, pero aquí nadie desaprovec­ha la oportunida­d de convertir a una víctima en un aliado. Si existe una remota posibilida­d de sacarle partido a un muerto, se le instrument­aliza sin disimulo.

No hay posibilida­d alguna de convertir el asesinato leonés en pretexto de cacería política. Pero es inevitable pensar, por un momento, en lo que se estaría voceando si, en lugar de caer abatida en un puente sobre el Bernesga, una política del PP hubiera caído en un puente sobre el Ter asesinada a tiros, no por razones políticas, sino, como parece ser el caso de la presidenta leonesa, por un par de mujeres vengativas que la odiaban por razones particular­es hasta el extremo de rematarla con pasmosa frialdad. El cachete a Pere Navarro, que está a punto de resolverse, actúa de contrapunt­o, no sabemos si grotesco.

La muerte reúne, en España, de la misma manera que la vida enfrenta y divide, lo que no deja de ser una costumbre rara y barroca. Por no decir estúpida: ¿de qué sirve honrar a los muertos si entre los vivos nos hacemos la vida imposible?

La bandera negra del luto es nuestro único nexo de unión, y no debería despreciar­se

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