El crimen de León
ISABEL Carrasco Lorenzo, presidenta de la Diputación de León y una de las personas con más poder político de dicha provincia, fue asesinada el lunes por la tarde. Una mujer le disparó varios tiros sobre una pasarela que cruza el río Bernesga que le provocaron la muerte de modo inmediato. El crimen causó la lógica conmoción tanto en la sociedad leonesa como en el resto de España. Hace ya años, desde el 2008, que han dejado de morir políticos de forma violenta en las calles españolas, y el recuerdo de los años de plomo en los que ETA atentaba contra representantes políticos, o contra ciudadanos con otras responsabilidades, queda ya atrás. La muerte de Isabel Carrasco, en lo que todas las investigaciones policiales desarrolladas hasta ahora califican de crimen motivado por una venganza de tipo laboral, se produjo al poco de iniciada la campaña de las elecciones europeas del 25 de mayo. En esta circunstancia, los partidos políticos no dudaron en suspender sus mítines. Y las muestras de repulsa ante el asesinato fueron generalizadas en todo el arco político.
Siendo en todo caso un suceso lamentable, el asesinato de León parece circunscribirse, como apuntábamos, a una esfera de intereses particulares, desvinculada por tanto de la contienda política, que sólo puede desarrollarse por los cauces de la convivencia y la democracia. Ello no ha sido óbice, sin embargo, para que el suceso suscitara algunos comentarios desafortunados en las horas inmediatamente posteriores al crimen. Desde los de la concejal socialista de Vilagarcía de Arousa sobre las maneras vehementes de Carrasco y sus supuestas consecuencias, hasta los de algún comentarista de prensa conservador que ha relacionado el asesinato –sin razones políticas, insistimos– con determinados episodios de la actualidad social reciente con los que nada en absoluto tiene que ver.
Es ocioso extenderse sobre la iniquidad de un crimen como el de León, por ser tan obvia. Nada puede justificarlo. Está fuera de lugar tratar de resolver a tiros una diferencia –en este caso, al parecer, cuantificable en unos miles de euros–, quitando la vida a un ser humano en el lance. Por más que ciertos arrebatos excepcionales escapen, ciertamente, a cualquier control, propiciando hechos luctuosos como el que no ocupa... Sin embargo, y en pro de la convivencia a la que todos decimos aspirar, sí hay que exigir a todas las personas con responsabilidades o tribunas públicas que extremen su cautela y su contención ante hechos de esta índole. Porque, al no hacerlo, sus palabras pueden surtir el efecto opuesto al que deberían perseguir.