Al servicio de las flores
La belleza innata de las flores tiene competidor en los nuevos jarros creados por destacados diseñadores. Su función primordial, no obstante, es ser buen receptáculo
Más de ochocientas mil flores se compran y venden en Mercabarna-Flor, el mercado mayorista de Barcelona, cada mes. Entre las preferidas de los barceloneses: crisantemos, gerberas, liliums, tulipanes, astromelias, fresias o rosas. Pero también llegan a la ciudad flores exóticas como proteas, heliconias o dendrobium. Hasta un centenar de variedades distintas. La flor fresca cortada goza de un estatus especial en la esfera del interiorismo. Da vida a ambientes tanto privados y familiares como públicos y sociales. Para disfrutarla y lucirla se inventó el jarrón o florero. Una nueva generación de diseñadores se ha fijado en la bella utilidad de este objeto y persigue renovarlo. Como Benjamin Graindorge, joven talento del diseño francés, con su jarro cesto. El paso de Graindorge por Japón para ampliar conocimientos –país donde el arte floral es casi una cuestión sagrada, exportador al mundo del ikebana, es decir, la “flor viva colocada”– tuvo seguro su efecto. Esas refinadas presentaciones y reverencia a la naturaleza se traducen aquí en un suave acabado cerámico y un asa que enmarca sutilmente el ramo. La influencia oriental también se deja notar en el ejemplar plano de Sébastien Cordoléani, quien vive y trabaja entre Barcelona, Aix en Provence y París. El cruce de culturas hoy forma parte de las coordenadas creativas de muchos diseñadores. Pia Wüstenberg, crecida entre Finlandia y Alemania, hace un lustro se instaló en Londres. Junto con su hermano Moritz ha creado la editora Utopía & Utility, donde conjugan la aproximación funcional del diseño con el lenguaje único del arte y el trabajo con artesanos de todo el mundo. Sus jarros api- lables, simétricos de frente y asimétricos de perfil, se realizan en India. Y sus piezas tienen el honor de formar parte de un interior de excepción, una de las direcciones más conocidas de Europa: el número 10 de Downing Street, en Londres.
Las antiguas técnicas de soplado de vidrio de la Real Fábrica de Cristales de La Granja, en Segovia, sustentan la colección de Tomas Kral, afincado en Suiza. Interesado en las preexistencias, utiliza antiguos moldes de quinqués de finales del siglo XIX, modificados ligeramente. Un proyecto realizado con la editora española PCM y la arquitecta Paloma Cañizares, volcada en recuperar las posibilidades tecnológicas y arte- sanales locales, en colaboración con jóvenes diseñadores de todo el mundo. A otra Real Fábrica, la holandesa Royal Delf, fundada en 1653, acudió Marcel Wanders, que además de renombrado creador es director artístico de la firma Moooi. Su serie de jarros es una reinterpretación de la tradición decorativa en azul de Delf. En Barcelona, Pepa Reverter firma la colección Sisters. Producida por la firma italiana Bosa, con sus cinco elementos rinde tributo a las mujeres de culturas y tiempos muy diversos. Son sólo algunos ejemplos del renacimiento que vive el jarrón. Si alguna vez el florero tuvo connotación de prescindible, ya es hora de dejarla atrás.