La Vanguardia

“La Europa de 1914 resuena en la de hoy”

Pierre Lemaitre , escritor, publica ‘Nos vemos allá arriba’, premio Goncourt

- XAVI AYÉN París Enviado especial

Al entrar en el piso de Pierre Lemaitre (París, 1951), en la última planta de un rascacielo­s de Courbevoie, un municipio del cinturón parisino, lo primero que encuentra el visitante es un cheque enmarcado en la pared. Puede apreciarse la cantidad: diez euros. Es la dotación del premio Goncourt, el de mayor prestigio de la lengua francesa, el talón lo firma el secretario del jurado y Lemaitre, rebosante de orgullo, ha decidido no cobrarlo para impresiona­r así a las visitas. “Bueno, hay trampa, claro, porque el Goncourt son esos diez euros... y quinientos mil ejemplares vendidos”, matiza sonriente, aludiendo al fervor que muestra el público por el galardón. Su electrizan­te Nos vemos allá arriba (Salamandra) podría ser de aquellas novelas que dan inicio a un fenómeno, quién sabe... De momento, lo ha catapultad­o al epicentro mediático de la literatura, pues no para de conceder entrevista­s y viajar por medio mundo. La acción se ambienta al final de la primera guerra mundial, y arranca con un turbio incidente en el campo de batalla que ligará el destino de dos combatient­es, que deberán afrontar luego una difícil rein- serción en la sociedad. Acción trepidante, grandes negocios de guerra, mutilacion­es, secretos, corrupción, asesinatos, estafas, adulterios, humor negro, el abismo entre clases sociales... La condición humana, en fin, hace cien años, tan parecida a la de hoy.

¿Cuál fue su primera idea? Quería escribir un libro sobre la guerra del 14 pero hay tantas grandes obras sobre ella, empezando por Céline... Iba a abandonar pero encontré un caso, el escándalo de las exhumacion­es, tumbas que no contenían a los muertos que anunciaban, sobre el que no había ninguna novela.

¿Los oficiales mataban a sus propios soldados?

No...

¿No fusiló Pétain? Era otra cosa. No fue un crimen ni nada oculto. Pétain hizo pasar a soldados poco aguerridos por un consejo de guerra y los condenó a muerte. No se lo merecían, claro, pero cuidó las formas... Lo de la novela es un crimen.

Uno de los protagonis­tas es un personaje deforme... La primera guerra mundial estrenó tecnología, una nueva generación de armas que lanzaban obuses que estallaban justo a la altura de la mandíbula, entre un metro cincuenta y dos metros, y eso o te mataba o te desfigurab­a, la diferencia entre una cosa y la otra era de 20 centímetro­s.

¿Cómo fue el proceso de documentac­ión, que se adivina intenso? ¡Qué dice! A mí no me gusta la documentac­ión.

Nadie lo diría...

Es una ilusión novelesca, parece documentad­o ¿verdad? El libro dice algo verdadero sobre la época pero me importa un rábano la precisión histórica. No me pasé tres años encerrado con papeles, fue suficiente con unas semanas.

Continuame­nte asistimos a la distinción entre los de arriba y los de abajo, desde el título: vivos y muertos, oficiales y tropa, ricos y pobres... Es algo maniqueo, pero en literatura resulta muy bien. Cuando uno se acerca a los personajes se da cuenta de sus ambigüedad­es, de la gama de grises, pero una visión general los divide en dos grupos, es un rasgo de la literatura popular: los buenos y los malos.

Pradelle es fascinante, la encarnació­n del mal... Se inspira en el policía Javert de

Los miserables de Victor Hugo. Yo necesitaba un personaje así, fuerte, malvado... pero al final con un momento de debilidad. En un contexto tan terrible como una guerra, con todo el mundo matándose, quise encontrar algo todavía peor: eso es Pradelle, el mal dentro del mal.

¿Esas mutilacion­es hicieron avanzar la cirugía plástica? Sí. Los médicos militares adoran la guerra porque les permite ex- perimentar y realizar avances.

Así, ¿las actrices de hoy deben sus rostros a la guerra? No existía el bótox en 1918 pero las que pasan por el cirujano deben los progresos de esa técnica a la guerra. ¿No se ha fijado que las que han recurrido a la cirugía estética se parecen a esos bocas

rotas? Tienen cara de pescado.

Es también una historia de amistad. Uno ha salvado la vida del otro y a Albert le atormenta cómo va a pagar esa deuda. ¿Amistad? Se ocupa de él devotament­e porque siente una profunda culpa...

¿Qué estafa de las varias que aparecen es real? El timo de los ataúdes es rigurosame­nte cierto: fabricaban cajas de 1,30 metros, para meter en ellas cadáveres de 1,70 m, porque así se ahorraban una fortuna en madera. Y les cortaban las piernas y la cabeza para que cupieran.

Existe algo de tragedia griega: una mujer se casa sin saberlo con el hombre que desfigura a su marido, hay vivos que pasan por muertos... Todo el libro es una tragedia griega. Empezando por la relación entre padre e hijo, que jamás consiguier­on decirse algo verdadero en su vida y luego tienen, al final, un instante de comunicaci­ón no verbal intenso.

¿Quiso hacer un retrato de la gran burguesía? Sí, pero no solamente a través de ellos, sino también de los que que, como Pauline, la criada, aspiran a formar parte un día de ella.

La homosexual­idad de Édouard... ...no es un tema central. Yo tenía necesidad de un hombre que odiara a su hijo. ¿Y por qué se podía odiar a un hijo a principios de siglo? No había tantas opciones...

¿Es posible volver a la novela negra tras ganar el Goncourt? Esta novela está hecha con las mismas herramient­as y recursos... Sería difícil volver a algo que nunca he abandonado.

¿Cuál es la función de las máscaras que se pone el personajem­onstruo: pájaro, caballo...? Es doble: por un lado, algo que se interpone entre él y el otro, para esconderse y no asustar. Pero le permite también expresarse, cada máscara representa el estado de su espíritu en cada momento.

El monstruo es un tema de gran tradición literaria. Cuando era niño, debajo de mi casa, en una barraca de madera, había un hombre deforme, un ex mi- litar que vendía billetes de lotería. Me asustaba enormement­e. Si un niño de 8 años a finales de los 50 tenía miedo de esa cara, pude imaginarme lo que serían 1918 y 1919, con toda esa legión de desfigurad­os caminando por la calle.

¿Contiene su novela un mensaje político para hoy? Esa es mi voluntad. La situación no es la misma que en 1914 pero veo resonancia­s importante­s en la Europa de hoy. Hay algo cruel en darse cuenta de que, un siglo después, no hemos avanzado tan- to y que las mismas causas pueden producir los mismos efectos.

Esta novela inicia una serie ¿no? Un proyecto literario sobre el siglo XX, un fresco que va a cubrir de 1915 al 2015. Serán cinco, seis o siete novelas. No serán los mismos protagonis­tas, pero sí habrá secundario­s que repetirán. Ahora estoy escribiend­o dos novelas a la vez, la de 1930 y la de 1940, no sé cuál acabaré primero.

¿Qué ha cambiado el Goncourt? Todo. Soy el rey del mundo. Usted no estaría aquí sin el Goncourt. ¿Qué es lo que no ha cambiado? He ganado dinero, lectores, visibilida­d... A mis 62 años, tengo una niña de 4 y me preocupaba mucho su futuro, qué le pasaría si a mí me sucede algo. Gracias al Goncourt le he apartado dinero para sus estudios. Y puedo rechazar escribir para la televisión. ¿Qué más quiero?

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LISBETH SALAS Para casa. Lemaitre, debajo de su domicilio, el domingo, en su encuentro con este diario

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