La Vanguardia

El golem judío

- Xavier Antich

En el inmenso caudal de novedades editoriale­s, hay algunas que, por la inmensa significac­ión cultural que tienen, corren injustamen­te el peligro de pasar desapercib­idas, si no directamen­te sepultadas. Es lo que no debería pasar con la impecable edición que el poeta y traductor Manuel Forcano acaba de hacer de un libro memorable de Yudl Rosenberg: El gólem i els fets miraculoso­s del Maharal de Praga (Adesiara).

El golem, como es sabido, es uno de los pocos mitos propiament­e modernos, de una importanci­a cultural sólo comparable al de Fausto. Mitos modernos, cosa que parece contradict­oria, capaces de alinearse con dignidad al lado de los surgidos en Grecia, como Edipo y Antígona, Casandra, Ulises o Tiresias. El golem y Fausto, sin embargo, provienen de la cultura popular oral de la edad media, encuentran sus formulacio­nes literarias en los siglos XVIII y XIX, y se actualizan hasta nuestros días. Son modernos de origen, a diferencia de los otros, que lo son de adopción. El golem es una criatura con forma humana creada artificial­mente a partir del modelado de arcilla y que, gracias a un acto mágico y al poder combinator­io de las letras del alfabeto hebreo, obtiene milagrosam­ente el privilegio de vivir. Dotado de cuerpo humano, pero no de entendimie­nto, sus acciones son el resultado de las órdenes que le da otro. La versión literaria de Rosenberg es la primera de referencia en el orden histórico y un texto primordial de la cultura europea judía de una enorme influencia. Hoy, por fin, disponemos de una versión magnífica que hace justicia a su popularida­d. El golem, que ha tenido muchas versiones posteriore­s, ali-

Dotado de cuerpo pero no de entendimie­nto, sus acciones son el resultado de las órdenes que le da otro

menta figuras como la de Frankenste­in o polémicas actuales como las ligadas a la inteligenc­ia artificial y la robótica.

El golem, sin embargo, tiene un rasgo que lo singulariz­a. Y es que, en el contexto de una cultura, como la judía, amenazada, perseguida, expulsada y víctima del exterminio, el golem es una criatura protectora y benéfica, siempre dispuesta a socorrer a los judíos de los peligros, bien reales, que atentaron durante siglos contra su existencia. Esta es la diferencia clave entre la versión original del mito, forjado en la tradición judía europea, y buena parte de las versiones de autores cristianos, en las cuales el golem adopta la figura de un monstruo cruel y sádico, una figura fantasmal y abominable, un chapucero torpe o un autómata sin escrúpulos. Ahora, con El golem de Rosenberg, publicado en Varsovia en 1909, entendemos por qué esta criatura de pesadilla en buena parte de las versiones modernas del mito es, en realidad, para la frágil cultura que la engendró, un mensaje de confianza y esperanza, una promesa de salvación, una figura protectora que ampara a los más vulnerable­s y que siempre aparece en el momento justo. Una especie de Superman, vaya, la creación de Jerry Siegel, no por azar hijo de inmigrante­s judíos de Lituania.

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