La Vanguardia

Carles Puyol: el adiós de un mito del barcelonis­mo

La Pobla de Segur reivindica el carácter y la fortaleza de su hijo más universal, Carles Puyol

- ANTONI LÓPEZ

“Antes que nada es la salud”, razona Rosa Saforcada, madre del capitán azulgrana “Había otros tan buenos como él, pero nadie con su espíritu de lucha y capacidad de aprendizaj­e”

Siempre pretendió dar guerra hasta los 40 como su referente Paolo Maldini, pero la maldita rodilla ha puesto fin a la ilusión de Carles Puyol, que hoy recibe el homenaje del club. Su ingreso en la Masia hace 19 años fue todo un acontecimi­ento para La Pobla de Segur, su trayectori­a enorgullec­e y cohesiona a los vecinos de esta pequeña localidad prepirenai­ca en la que pateó la pelota hasta los 17 años y cuyo campo de fútbol sigue careciendo de césped. “Antes que nada es la salud”, subraya Rosa Saforcada ante la retirada de su hijo, al que escasas veces ha querido ver en acción en directo. Demasiado sufrimient­o.

Con unos 3.000 habitantes, La Pobla no es el mismo pueblo que dejó Puyol y al que regresa cuando el calendario se lo permite. La población escolar se ha reducido drásticame­nte, proliferan los geriátrico­s, la agricultur­a sigue de capa caída (el cierre de Copirineo ha dejado en la calle a 40 familias) y la crisis ha frenado el impulso turístico. Pero cada vez que juega el Barça se siguen llenando los bares de aficionado­s con la camiseta de Carles. Es el ídolo, el embajador, el ejemplo para los niños. A Lluís Bellera, el alcalde, le llueven llamadas de medios de todo el mundo con motivo de la retirada del jugador. “Puyol representa el carácter de estas comarcas. No es lo mismo que en la ciudad, aquí la vida es un poco más dura, las cosas no son tan fáciles”, afirma.

Puyol fue futbolista de calle y rodillas agrietadas hasta que jugó por primera vez como federado en el juvenil del pueblo. Era un portento físico y un obseso de la pelota y de la victoria en el patio. Al margen de eso, “un niño muy normal, uno más, con frecuencia pasaba inadvertid­o”, rememora su exprofesor Ramon Jordana, actual director del centro (ahora instituto, antes colegio Sagrada Familia) en el que Puyol ingresó a los 2 años y dejó al terminar segundo de BUP cuando se fue a la Masia. “Recuerdo que se comentó en el acta de evaluación de septiembre y el claustro de profeso- res estuvo muy contento de que le llamaran”. Se había marchado un alumno nada problemáti­co, bueno en matemática­s y espabilado, pero con un expediente mediocre porque, dice Jordana, “no le gustaba estudiar”.

“¡Nooooo!”, exclama al unísono un grupo de vecinos al ser preguntado sobre si se imaginaban a Carles al cargo de la explotació­n ganadera de su familia. “Era impensable que no fuera futbolista. Este nació para jugar a fútbol. Cuando se fue a hacer la prueba (a la Masia) yo ya sabía que iba a jugar en Primera seguro. Es un triunfador, lo lleva en la sangre”, asevera Lluís Roset.

Fue Jordi Mauri quien activó aquel volcán físico, aquel espectá- culo motriz que parecía la encarnació­n del nombre del primer equipo del pueblo, fundado en la década de 1920 por un directivo suizo de una empresa hidroeléct­rica de las que comenzaron a instalarse en los ríos pirenaicos: Productora de Fuerzas Motrices Sport Club Pobla. Mauri ascendió al Pobla a Primera Regional y el club creó un equipo juvenil en el que ingresó Puyol. Pronto lo subió al primer equipo. “Había otros tan buenos técnicamen­te como él, pero nadie con su espíritu de lucha y capacidad de aprendizaj­e”. El campo se llenaba cada domingo con el reclamo, sobre todo, de Litos y su hermano Josep Xavier Putxi, un goleador nato con un extenso catálogo de recursos técnicos al que no aceptaron en la Masia porque rebasaba la edad de ingreso. Ahora lleva la granja de Mas de Gras, a media hora del pueblo, donde la casa pairal de los Pujol ha sido espléndida­mente reformada.

Taxista de profesión, Mauri tenía contactos con el Zaragoza y consiguió una prueba para Puyol. “¿Cuándo empezamos?”, le dijo el jugador cuando le propuso un plan específico de preparació­n. Durante meses, cada día a las 7.30 el técnico apretaba las clavijas al joven. Con frío, niebla, entre la nieve... Después, al colegio. Carácter pallarés. “Nunca conseguí llegar antes al entrenamie­nto que él. Tenía una ilusión tremenda, cuando lo normal es tener que

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