La Vanguardia

Cartas escritas desde Camelot

- Màrius Carol DIRECTOR

EN una ocasión, coincidien­do con la aparición de su tercer libro de memorias, le pregunté a José Luis de Vilallonga si había conocido a Jacqueline Kennedy. El escritor, viendo mi fascinació­n por la dama, me contó que la había tratado en París, cuando el inquilino de la Casa Blanca fue recibido por el general De Gaulle. Tan encantado estaba todo el mundo con ella que, según me explicó, el presidente norteameri­cano se presentó a los parisinos con estas palabras: “Buenos días, soy el marido de Jackie Kennedy”. Sin embargo, a Vilallonga la primera dama le pareció una mujer impostada, de una belleza fotogénica y bastante banal. Protesté por quererme emborronar el mito, pero más tarde me di cuenta de que le tenía inquina por haber ocupado el trono de Maria Callas –a la que sí conoció bien– al lado de Aristótele­s Onassis, sobre todo cuando estaba convencido de que Jackie se había casado con su dinero más que con la persona.

Todo ello viene a cuento del interés que sigue despertand­o Jackie, medio siglo después del asesinato de John F. Kennedy. Rafael Ramos cuenta en las páginas de Gente –el lector nos disculpará un epígrafe tan vulgar para enmarcar a la reina de Camelot– que salen a subasta 33 cartas inéditas de la que fue primera dama. Son misivas escritas a un sacerdote católico que conoció durante un viaje a Irlanda cuando tenía 20 años y que volvió a ver cuando ya era la esposa del senador Kennedy. El temor de Jackie ante la condición de mujeriego de su marido (“interesado en la caza más que en la conquista”) o su pérdida de fe tras el magnicidio (“Dios tendrá que darme explicacio­nes”) aportarán elementos para un retrato más exacto de la dama. A Vilallonga nunca le gustó, pero reconocía que supo hacerse un hueco privilegia­do en la historia del siglo XX.

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