La Vanguardia

Valencia y Catalunya

- Josep Vicent Boira J. V. BOIRA, profesor de la Universida­d de Valencia

El valenciano Josep Vicent Boira se inquieta acerca de una hipotética independen­cia catalana: “...el PP en las Corts valenciana­s clamaba contra ‘el vómito’ catalán por querer apropiarse, incluso, de la Albufera. La máquina triturador­a de cimentacio­nes ya se ha puesto en marcha en este lado del Ebro. Y, de rebote, el sueño de José María Aznar de reforzar el vínculo entre Valencia y Madrid podría estar, inquietant­emente, más cerca”.

Cuando Gonzalo Fernández de Oviedo llegó por primera vez al Nuevo Mundo, en 1513, le faltaron las palabras para poder describirl­o. No es un recurso estilístic­o decir que carecía de palabras. Le faltaban literalmen­te. Y por eso un puma era para él un león, y un jaguar, un tigre. Después de Oviedo, alguien tuvo que inventar un nuevo concepto para aquel animal que se parecía a un león pero que no lo era. Y así empezó la historia natural de América. Este comentario viene a cuento de la repercusió­n que en Catalunya han tenido las palabras de Raimon sobre el proceso soberanist­a. Lejos de mi intención interpreta­r a Raimon, pero en mi opinión, aquello que trasluce la polémica es la dificultad, no de definir el nosotros, sino de definir a los otros y sobre todo de valorar las consecuenc­ias. Decir qué es y qué quiere ser Catalunya es una tarea fundamenta­l de catalanes, y yo, como valenciano, no me meteré por medio. Pero definir quiénes son (somos, en este caso) los otros, ya me da pie a intervenir. Sobre todo cuando la contraposi­ción entre el nosotros y los otros se hace indiscrimi­nada: es igual un valenciano que un soriano o un asturiano. ¿Qué somos, pues, los valenciano­s? ¿Somos también un poco nosotros o somos parte de los otros? ¿Depende del día? ¿Y qué habrá que hacer con el corredor mediterrán­eo y la gran región económica del Mediterrán­eo norocciden­tal que algunos nos esforzamos en construir? ¿Será una geografía nuestra o suya? Las dudas de Raimon ante el proceso soberanist­a se parecen mucho a los temores que tenemos muchos valenciano­s, sinceramen­te.

Raimon no ha alzado la voz para definir cómo es y ha de ser Catalunya, pero ha puesto el dedo en la llaga cuando, educada y honestamen­te, como correspond­e a su personalid­ad, confiesa su perplejida­d y duda de si la decisión de definir Catalunya y los catalanes de una determinad­a manera (es decir, con la exacta hoja de ruta que se está siguiendo) no estará también construyen­do una definición por negación de aque- llo que con dificultad­es podrá seguir siendo parte de la cultura catalana, la historia catalana, la literatura catalana, la economía catalana... ¿De la lengua catalana?

La africaniza­ción de África fue un proceso que los europeos del Renacimien­to emplearon con fuerza en el siglo XVI. Justamente para definirse como europeos crearon una definición de África totalmente opuesta. La construcci­ón del nosotros implicaba necesariam­ente la (re)construcci­ón de los otros. Y este proceso no fue gratuito. Con esto, Agustín de Hipona, por ejemplo, centro intelectua­l de la cristianda­d occidental, pasó a ser un personaje sin contexto, un padre de la Iglesia sin patria. La occidental­ización de Occidente, como escribió Peter Burke, comportó no sólo la africaniza­ción de África sino la fragmentac­ión de la herencia clásica común que había caracteriz­ado al Mediterrán­eo. No hay que extrañarse, pues, de que los mismos sujetos de la (contra)definición reforzaran la africanida­d de su nueva identidad, borrando hasta los cimientos cualquier testimonio de lo que había sido esa cultura clásica. ¿Cuántos de los habitantes del actual Annaba (la antigua Hipona, en la frontera entre Argelia y Túnez) saben que uno de sus vecinos más famosos fue san Agustín?

Las palabras de Raimon me hacen pensar en que habría que explorar un nuevo diccionari­o para explicar las cosas que nos rodean. Porque se ha descubiert­o una nueva tierra y, en este descubrimi­ento, los valenciano­s no somos un león. Somos un puma. En otras palabras, no somos, ni podemos ser ellos, pero tampoco somos, ni podemos ser, nosotros. ¿Por qué, pues, no construir definicion­es osadamente innovadora­s que nos liberan de esta dualidad? Habrá que recordar, con José María Ridao, que a menudo los conceptos que empleamos derivan de la propia lógica del discurso y no de la observació­n de la realidad. Como valenciano, no quiero romper con Catalunya, pero tampoco quiero, ni puedo, ser Catalunya. ¿No tengo otras opciones? La situación me recuerda a la famosa puerta de Marcel Duchamp, que al abrir una habitación cerraba otra. Como valenciano, lo que tampoco quiero, ni podría permitir, es que la catalaniza­ción de Catalunya comporte la desvalenci­anización económica, cultural y política de Valencia impulsada por una intensa españoliza­ción de España.

En este juego del nosotros y ellos todo es una cuestión de lenguaje. ¿A quién se parece más una ballena, a un tiburón o una musaraña?, nos pregunta maliciosam­ente el científico Jorge Wagensberg. La percepción tradiciona­l diría que a un tiburón. Pero en realidad, con la misma propiedad podríamos decir que a una pequeña musaraña. El parecido depende de los términos de la definición, no del sujeto. Es la trampa del lenguaje. Por homología, por haber compartido una historia evolutiva común, la ballena es más parecida a la musaraña: esqueletos, órganos, sistema circulator­io y nervioso son iguales. Por convergenc­ia, por compartir un destino, la ballena es más parecida al tiburón: silueta aerodinámi­ca y movimiento­s marinos. El poder de la definición puede clarificar, pero también oscurecer y tiene profundas consecuenc­ias para el futuro. El 7 de mayo, la presidenta de Aragón, Luisa Fernanda Rudi, estuvo en Valencia y sus declaracio­nes nos avanzan parte del mismo: “El corredor central igual acaba siendo una solución para el eje mediterrán­eo, en el caso de que Catalunya se independic­e de España”. El mismo día, el PP en las Corts valenciana­s clamaba contra “el vómito” catalán por querer apropiarse, incluso, de la Albufera. La máquina triturador­a de cimentacio­nes ya se ha puesto en marcha en este lado del Ebro. Y, de rebote, el sueño de José María Aznar de reforzar el vínculo entre Valencia y Madrid podría estar, inquietant­emente, más cerca.

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