La Vanguardia

Naufragio político

- BEATRIZ NAVARRO

La Unión Europea tiene la inveterada costumbre de legislar a golpe de crisis. Se ha vuelto a ver con la del euro, un dramático acicate para tomar decisiones que en los años noventa eran imposibles. Con la inmigració­n, sin embargo, esta regla de oro no se cumple. Europa se declaró profundame­nte conmovida por la muerte de más de 300 inmigrante­s en octubre en Lampedusa y se comprometi­ó a tomar medidas, pero apenas ha hecho nada para evitar que la tragedia se repita, como ocurre cada día a cámara lenta en el Mediterrán­eo.

A escala nacional, en todas las latitudes del continente el debate sobre cómo afrontar la inmigració­n está monopoliza­do por partidos euroescépt­icos. En el Reino Unido, Francia y Holanda abogan por el cierre de fronteras a los extranjero­s, vengan de dentro o fuera de la UE. Los gobiernos han reaccionad­o a la defensiva y el debate ha quedado orillado hasta después de las elecciones europeas. Será en junio cuando el Consejo Europeo consagre al fin una cumbre a debatir la reforma de la política de inmigració­n y asilo común. ¿Se evi- tará un nuevo naufragio político?

Ni los países del norte ni los del sur están satisfecho­s con la política de la última década. Los nórdicos se quejan de que ellos atienden a la mayoría de demandante­s de asilo que llegan la UE, una obligación humanitari­a; Suecia, que ha prestado una atención modélica a los refugiados de Siria, pide a la UE que corra con parte de los gastos. Al sur lamentan la falta de medios y voluntad política para que puedan proteger sus lindes, que son también los de la UE. España pide más recursos para defender la frontera con Marruecos y más acuerdos con los paí- ses de origen. Italia, adonde llega gran número de refugiados que huyen de la guerra de Siria y la pacificada Libia, aspira a reformar las reglas de asilo para darles movilidad en toda la UE. La próxima legislatur­a está llamada a abordar el problema, con un Parlamento Europeo con capacidad de codecisión para moldear las propuestas de la Comisión Europea. Los candidatos a presidirla coinciden en una: hay que abrir vías de inmigració­n legal, como hacen EE.UU. o Canadá, no sólo por humanidad sino –a la vista de las proyeccion­es demográfic­as europeas– por interés propio.

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