La Vanguardia

Memorioso y disfrutón

- JOANA BONET

“La vida da muchas vueltas”, admite Miguel Arias Cañete en el minuto 36 de la entrevista como argumento para no juzgar los diversos modelos de familia. “Se trata de una realidad con la que tenemos que convivir y a la que tenemos que crearle los marcos jurídicos que permitan su mejor desarrollo. Yo prefiero una familia de corte tradiciona­l en un entorno estable y ordenado. Todo el mundo tiene sus circunstan­cias, y la vida da muchas vueltas”. ¿Su vida ha dado muchas vueltas?, le pregunto. “La mía ha sido muy constante”, responde. ¿Lineal? “No, lineal no. Hubo una época de juventud más movida y traviesa, pero una vez decidí casarme, mi compromiso fue para siempre”.

La recepción de la sede del PP en Génova tiene empaque de multinacio­nal. Podría ser el vestíbulo de una empresa del Ibex 35, provista de un mostrador semicircul­ar donde atienden unas muchachas que se toman muy en serio su trabajo. Cubículos acristalad­os y funcionale­s componen la mayor empresa política española, con 800.000 afiliados. En una pequeña sala de reuniones animada con un desayuno, Miguel Arias saluda con un “hola” alargando la “a”, una vocalizaci­ón muy propia de la jet madrileña

“Cuando hago cinta miro las calorías que quemo, para hacerle hueco a una cervecita”

más risueña. Es fácil percibir el sello disfrutón en su entrecejo, su mirada expectante, a punto de la ocurrencia. Este hombre orondo y barbudo cuenta con la simpatía de limpiabota­s, reyes árabes, marquesas del barrio de Salamanca, pescadores y productore­s de aceite. Y con la animadvers­ión de quienes lo tildan de excesivo y rancio. Dispuesto, solvente, campechano, histriónic­o, y lo que tanta falta le hace al PP: guasón. “Yo propuse como eslogan: ‘Vota Cañete’. Es potente, ¿eh? pero no me dejaron… a mí me disfrazan de Papá Pitufo”.

Miguel Arias Cañete ha sido el ministro mejor valorado del Gobierno. El que se zampó un yogur caducado o un pepito de ternera en plena crisis de las vacas locas, emulando el show de Fraga en Palomares; el que provoca regalando titulares costumbris­tas sobre nuestro vino o jamón. ¿Bonhomia? “Sí, cien kilos. Soy un perfecto ejemplo del fracaso de las dietas. Cuan- do hago cinta, miro las calorías que quemo para poder hacerle hueco a una cervecita”.

Primera revelación: conserva a sus amigos del colegio casi en la edad de la jubilación, y siguen comiendo juntos los primeros viernes de cada mes. La segunda: conserva una memoria fotográfic­a y recuerda al detalle los primeros años de su vida. También su familia –casado con Micaela Domecq y Solís-Beaumont desde hace treinta y seis años, con la que tiene tres hijos– y su compromiso con el partido (en 1982 ya per- tenecía a la ejecutiva nacional de Alianza Popular) continúan intactos. El suyo es el manual del buen conservado­r aunque afirma que su carrera política es el resultado de un cúmulo de casualidad­es, y de suerte. “De estar en el lugar oportuno el día oportuno”.

De joven fue “trabajador­císimo y cumplidor, con mi puntito simpático”. El primer rayo de sol de su vida lo conoció en Tetuán, donde vivió hasta los seis años ya que su padre ejercía de asesor jurídico del Alto Comisariad­o del Protectora­do de Marruecos. “El haber convivido con otra cultura te hace más tolerante”. Y desgrana un sinfín de escenas: la tortilla de patata con arena en la playa del Rincón, las sandías que enfriaban en el mar… “De mi padre heredé el sentido del esfuerzo, que no te regalan nada en la vida; de mi madre, la tolerancia, la mano izquierda, el hacer familia”, añade.

Cuando Rajoy perdió sus primeras elecciones presidenci­ales en el 2004 y la vieja guardia puso pies en polvorosa, tan so-

“Yo propuse como eslogan: ‘Vota Cañete’, pero me disfrazan de Papá Pitufo”

lo él y Ana Pastor lo acompañaro­n en su travesía por el desierto. Aún y así “conserva” su sintonía con José María Aznar. Era difícil meterlo en campaña, pero ahí estaba la destreza de Cañete. “Hemos regresado a donde tu nos dejaste” le dijo pública y sentidamen­te a Aznar. Le repito estas palabras, pero las elude. Igual que evita analizar el éxito eurovisivo de la drag queen Conchita Wurst, y aunque cueste creerlo, afirma que no lo ha visto aún: “escucharé la canción sin ver la imagen para que no me influya”. ¿Prejuicios­o? “No, yo res- peto a todo el mundo”, insiste.

El candidato del PP pide un café con “una gota de leche” arrastrand­o un ligero deje andaluz. Hedonista pero recto. Nunca le ha faltado de nada, acaso por ello ha antepuesto la vocación política al dinero. Dice que si preguntára­mos a su mujer, nos diría que es un altruista y un estúpido, capaz de cerrar su despacho de abogado para darse al partido. No representa al núcleo más ideologiza­do del PP pero se declara, con la boca llena de croissant, un hombre de derechas con unos principios inamovible­s: “pocos pero muy claritos, economía social de mercado, modelo liberal, defensa de la familia y unidad de España”.

Lo peor que le ha pasado en la vida fue un accidente que sufrió junto a su esposa, en 1992. Él estuvo dos meses en el hospital; su mujer un año y medio. Le tocó procesar su culpa, “quedamos escachifol­lados –mejor pon descuajeri­ngado que lo de follado suena regular–”. Al darles el alta, invitó a las 36 enfer- meras que los atendieron a Estrasburg­o.

Cree en Dios y en la vida eterna. Y se lamenta de la supresión del limbo como lugar de paso. Sus frustracio­nes confesable­s guardan relación con el amor por los coches de carreras: “No haber participad­o en unos juegos olímpicos”, por ejemplo. Ahora, defiende estas elecciones europeas como brújula y faro. Y en cuanto a las utopías, más Cañete que Arias recurre a un sofisma del torero Manolete: “lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible”.

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