IRPF y paraísos fiscales
En pleno periodo de liquidación del IRPF, es común que los modestos contribuyentes se rebelen en su interior ante la certeza de las exenciones de que gozan los declarantes muy ricos. Hallándome precisamente en esta tesitura, han venido a mis manos unos datos aportados por la revista estadounidense AlterNet sobre los paraísos fiscales. Al menos 21 billones de dólares es lo que los más adinerados del planeta tienen en paraísos fiscales. En medio de políticas de recortes y austeridad y con una elevada tasa de paro, los hipermillonarios ocultan unas fortunas que, según un informe de la Tax Justice Network (TJN), equivalen a las economías de EE.UU. y Japón combinadas. Impresionante.
Aquí mismo tenemos y sufrimos a nuestros propios defraudadores. Indecencia que constituye un sumando en el total del gran fraude global, ubicado en áreas impunes a las que se denomina offshore. Áreas toleradas mundialmente por los gobernantes, unas como lugares físicos, otras en forma de entramados que permiten a “una empresa estar situada en una jurisdicción pero ser propiedad de un fideicomiso ubicado en otro lugar y administrado por gestores en un tercer lugar”, según la TJN.
Se trata de eludir el debido pago de impuestos, aunque luego, en mayor o menor medida, siempre se haga uso de los servicios del país al cual se estafa, robo que, es obvio, damnifica a los conciudadanos de los defraudadores. Y ¿quiénes manejan semejantes entramados fraudulentos? El informe citado sostiene que son los grandes bancos, entre ellos los rescatados. Ya lo sospechábamos, porque somos capaces de percatarnos de lo que ocurre. Como lo somos de calcular los ingresos fiscales que generarían los billones escondidos en estos paraísos y cómo podrían solucionar las exorbitantes deudas públicas, enmendar la injusticia distributiva y asegurar la pervivencia del Estado del bienestar.
Muy doloroso resulta tener que soportar la condescendencia de los estados hacia los offshore. Si un partido, o más de uno, llevara en su programa el compromiso de perseguir y abolir tales paraísos, valdría la pena procurarles una mayoría parlamentaria que les permitiera hacerlo; y luego esperar. Cumplido el programa como una proba y memorable gesta, la vida de muchos de los habitantes de este mundo sería distinta y mucho mejor.