La Vanguardia

Los matones de toda la vida

- Susana Quadrado

Ese idiota, el del láser, está en todas partes. En el metro, en el campo de fútbol, en el ático de un edificio, en un instituto, en el aeropuerto, en una sala de espera, en la oficina. Podríamos encontrárn­oslo en cualquier parte sin saberlo. Le cubre la máscara. Tiene siempre el láser a punto de desenfunda­r, como si se tratara de una pistola. No hay disparo, pero sí un haz de luz que ciega y que podría derribar un avión. Este soplagaita­s busca a su víctima, pulsa el on y, voilà, a joro- bar, que para eso ha nacido.

Cuantos se esconden tras un pseudónimo para insultar son como los del láser. Hacen daño porque sí, porque su presa no piensa como ellos, porque es calvo o porque viste calcetines de rombos. Todo se resume en disminuir a la víctima como persona. La sensación de impunidad con la que actúan es asombrosa, e incluso vergonzosa. Por mucho que el caso de la presidenta del PP de León haya traído este asunto a un primer plano, lleva mucho sucediendo. Sólo hay que pasear unas horas por las redes sociales, o curiosear en los comentario­s a artículos publicados on line. Hágalo, y podrá ver el haz de luz que ciega.

El láser nació como un divertimen­to de acceso fácil: lo venden los chinos. Se supone que Twitter es una plataforma de opinión que reverencia la pluralidad. De perogrullo: el instrument­o no es el problema, sino el uso que se hace. Pero demasiadas veces se cruza la línea roja y la libertad (que en la red es de expresión) pasa a ser una falta, incluso un delito.

La red de microblogs se jacta de protestar contra lo injusto, de denunciar... Todo muy democrátic­o. ¡Cuidado! Allí chillan todos los grillos del planeta. No se entiende por qué es razonable que la gente no use sus nombres verdade- ros para opinar en internet, y que esto siga ocurriendo con el apoyo por acción u omisión de sus corifeos. La mayoría vociferant­e grita al unísono todo el tiempo, y siempre sale el justiciero universal escondido detrás de un nick. Es urgente resolver esta carencia del sistema desde la base social.

El anonimato encubre infamia, a veces sentimient­os deleznable­s. Sólo se puede discutir de igual a igual con quien ofrece su identidad. Porque con independen­cia de lo que se dice, decirlo sin dar la cara es una manera de desdecirlo. Es una de las formas más viejas de chantaje. La de los matones de toda la vida.

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