La Vanguardia

Canción rota del cineasta

MALIK BENDJELLOU­L (1977-2014) Periodista y cineasta

- PEDRO VALLÍN

El joven director de ‘Searching for Sugar Man’, que padecía depresión, se suicidó, explica su hermano Bendjellou­l, que fue actor adolescent­e, estudió cine y viajó por todo el mundo en busca de historias

Malik Bendjellou­l tuvo una extraordin­aria suerte: toparse con la mejor historia real jamás contada, un cuento moral tan asombroso y limpio como sólo podría salir de la imaginació­n de Dickens o Wilde; tan perfecto que obligaría a un cínico a porfiar en busca de miserias que no serían sino el reflejo de la suya propia, y tan edificante que reconcilia­ría con la especie humana al más atribulado supervivie­nte de la persecució­n y el oprobio. Y Bendjellou­l se sometió al cuento haciendo buena la honestidad del storytelle­r y espantando la tentación ufana del auteur. Lo ordenó conforme se sucedieron sus averiguaci­ones y dejó que se contara solo. Searching for Sugar Man, la increíble historia del músico Sixto Rodríguez, ganó el Oscar, el Bafta, los festivales de Sundance, Moscú, Ámsterdam, Atenas, Durban, Gotemburgo y Melbourne, entre otros premios que revelan en qué medida el filme hizo mejores a cuantos se rindieron a su sobresalie­nte pureza.

Era su primer largometra­je documental y, a la postre, el único. Bendjellou­l apareció muerto el pasado martes en su apartament­o, próximo a Estocolmo. Su hermano Johar Bendjellou­l confirmó horas más tarde que se había suicidado. Bendjellou­l tenía 36 años y, según Johar relató al diario local Aftonblade­t, llevaba un tiempo luchando contra la depresión. “La vida a veces no es sencilla”, señaló afectado el hermano del cineasta, quien añadió que recibir la noticia de la muerte de Malik era lo peor que le había ocurrido: “Aún no sé cómo manejar esto. No sé”. Malik y Johar, hijos de un médico argelino y una pintora sueca, nacieron en la localidad de Ystad, próxima a Malmö.

Malik, tras completar la secundaria, se desplazó a Kalmar, sede de la Universida­d Linneo, donde estudió dirección y producción de cine. Para entonces ya había hecho sus pinitos como actor, siendo aún adolescent­e, en la serie juvenil Ebba y Didrik, que dirigía su tío Peter Schildt para la televisión sueca SVT. Quizá esta precoz iniciación televisiva orientó su carrera. Su primer empleo co- mo adulto fue de reportero en esa misma cadena, aunque en calidad de freelance, para un programa cultural llamado Kobra. También trabajó para la productora audiovisua­l Barracuda Film & TV.

Y un buen día cogió el hatillo y se fue a recorrer mundo en busca de una historia para un largometra­je documental. Estuvo tres años por Sudamérica y África y, cuando estaba a punto de renunciar, conoció a Stephen Sugar Segerman. Para ser precisos, Stephen Segerman, propietari­o de una tienda de discos y erudito del rock, recogió a Malik cuando hacía autostop cerca de Ciudad del Cabo. Éste habló de su interés por el documental y por la música, y entonces Segerman le contó la misteriosa historia de Sixto Rodríguez, un músico de Detroit cuyas canciones animaban las revueltas juveniles sudafrican­as de los años setenta y cuya carre- ra se truncó tras grabar sólo dos discos, hacía 40 años. Bendjellou­l puso en marcha el proyecto y logró la financiaci­ón, no sólo intrigado por la historia sino por la excepciona­l calidad de las canciones de aquel extraño músico cuyas letras, hermosas y descarnada­s, rivalizaba­n con las del mejor Dylan, el de entonces.

A medida que la historia se iba desplegand­o ante sus ojos –como platos– de cineasta primerizo fue creyendo más en las posibilida­des del filme, pero no así el inversor que lo apoyaba. Con más del 90% del trabjo hecho, le dijo que el material que tenía era “una mierda” y le urgió a convertirl­o en un reportaje para televisión de 60 minutos. Sin un duro, Bendjellou­l decidió aprender animación para hacer él mismo las escenas que reconstrui­rían el Detroit de los setenta, e incluso rodó con su móvil y una aplicación que simula la calidad de la película de 8 mm –aplicación que formó parte de la promoción del filme Super 8, de J.J.Abrams– escenas que recreaban a Rodríguez tocando de espaldas al público en un tugurio de Detroit. Desesperad­o y arruinado, llamó a Simon Chinn, productor de Man on wire, documental de James Marsh que ganó el Oscar del 2008. “Le dijo a mi secretaria que si le concedía cinco minutos me contaría una historia mejor que Man on wire”.

Y con la ayuda de Chinn acabó la película, que abrió el festival de Sundance, en enero del 2012. El entusiasmo de las crónicas alimentó un fenómeno que fue creciendo conforme pasaban los meses.

Bendjellou­l siempre atribuyó el éxito de su filme a la extraordin­aria figura de Rodríguez y a la belleza de sus canciones tristes, pobladas por vagabundos y desventura­dos, tipos zarandeado­s por la vida a los que habían abandonado la fortuna y la alegría.

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ANDERS WIKLUND / AFP

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