Adiós con ira en la mina de Soma
Protestas en varias ciudades y desigual seguimiento de la huelga sindical
La muerte de casi tres centenares de mineros en Soma, en el oeste de Turquía, es la mayor tragedia en la historia de la minería turca y ha provocado una ola de protestas en el país. De poco ha servido que el primer ministro Recep Tayyip Erdogan visitase anteayer el lugar del siniestro –la mina de Eynez, a unos 30 kilómetros de Soma y unos 480 de Estambul– para intentar consolar a los afligidos. Su reacción, en cambio, restando importancia a la dimensión de lo sucedido y afirmando que en otras épocas y otros países este tipo de sucesos eran normales, ha avivado todavía más la ira contra el Gobierno.
El número de fallecidos, que el ministro de Energía, Taner Yildiz, daba a conocer en la mañana de ayer, oficialmente 283, superará, según varias fuentes, ampliamente los 300. Ayer el acceso a la mina fue evacuado de familiares, amigos y periodistas para la prevista visita del presidente Abdulah Gül y los trabajos de rescate se detuvieron durante varias horas. Los expertos siguen intentando llegar a ciertas partes de la mina de carbón.
Desde que el martes un incendio afectara el tendido eléctrico e inutilizara la ventilación y el ascensor, dejando atrapados a cientos de mineros, Turquía vive en vilo. Los diarios turcos amanecían con la portada plena de negros y ribetes en señal de duelo. Los muertos han perecido por envenenamiento de monóxido de carbono y queda poca o nula esperanza en que el medio centenar de mineros, al parecer 55, que quedan por rescatar estén todavía con vida. En el momento de la explosión había 787 mineros en las galerías, debido a que era la hora del cambio de turno.
Al sentido adiós a los mineros ahora se ha sumado la ira por su destino. Varias ciudades turcas viven jornadas de protestas. Cuatro sindicatos llamaron a la huelga general ayer, que tuvo un seguimiento desigual. En Esmirna, cercana a Soma y una de las principales ciudades del país, una marcha de protesta convocada por un sindicato antigubernamental terminó con un líder sindical herido.
Varios sindicatos congregaron a un millar de militantes en Ankara ante el Ministerio de Trabajo, a los gritos de “AKP, asesinos” y “los fuegos de Soma quemarán al AKP”, en alusión al gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo, AKP.
También en Soma –donde está convocada una marcha de duelo hoy–, una protesta contra la llegada de Erdogan a la ciudad acabó violentamente el miércoles con cargas de gas lacrimógeno por parte de la policía. A raíz de ella, un consejero del primer ministro se hizo célebre ayer en las redes sociales turcas por arremeter a patadas contra un vecino de Soma mientras estaba siendo reducido en el suelo por la policía. El asesor, Yusuf Yerkel, aseguró que el manifestante era un hombre de ultraizquierda que lo atacó e insultó a él y a Erdogan.
Ante la visita del presidente Gül ayer a Soma, el acceso a la mina fue bloqueado por la policía varios kilómetros antes, y los agentes registraban coches en la carretera. El tono de Gül fue más comprensivo que el de Erdogan. “El dolor de cada uno es el dolor de todos nosotros –dijo el presidente–. Este sufrimiento no debería existir. Tal como los países avanzados que ya no tienen que pasar por algo así, nosotros tenemos que reevaluar nuestras reglas y tomar todas las medidas necesarias”.
También en Estambul y Ankara, centros ambos de protestas antigubernamentales en los últimos meses, se han registrado disturbios en los dos últimos días debido a la tragedia de Soma, que se ha convertido ya en símbolo de la falta de seguridad en la industria minera. Ayer en Estambul la protesta fue pacífica y protagoniza-
da por lemas del tipo “No se trata de un accidente. No es el destino, se trata de un asesinato”.
Hay, en todo caso, un plano claramente político en la tragedia que emerge poco a poco y que está ligado en parte con la seguridad. Según lo relatado por mineros y asimismo reproducido por parte de la prensa turca, la com- pañía privada que lleva la mina de Eynez tendría buenos contactos con el Ejecutivo de Erdogan. La esposa del dueño habría figurado en las filas del Partido de la Justicia y Desarrollo (AKP), en el poder en Turquía desde hace doce años.
Asimismo, el carbón que extraían los mineros fallecidos sería facilitado gratuitamente por las municipalidades del AKP a los anatolios pobres para superar el duro invierno. Y así asegurarse su voto, que dirían las malas lenguas. Gracias a ello, a este trato de favor, este tipo de minas podrían gozar de una vista gorda por parte de las autoridades en materia de seguridad.
Por lo tanto Soma podría resultar –como las protestas antigubernamentales del verano pasado en la plaza Taksim por las reformas del parque Gezi, y el gran escándalo de corrupción hecho público en diciembre, que costó el cargo a cuatro miembros del Gobierno– una gran erosión en la imagen de un primer ministro que desea ser elegido presidente en agosto de este año... y perpetuarse en ese cargo hasta el 2023, cuando se cumple el centenario de la república turca.
La diferencia de Soma con las protestas anteriores puede ser sustancial, puesto que Gezi fue considerado por gran parte de la sociedad turca como una reacción airada de “turcos blancos” –bien educados, urbanos y con po- sibles–. Y el caso de la corrupción fue en gran parte un arma política lanzada por un exsocio en el poder, el movimiento encabezado por el clérigo neosufí Fettulah Gülen. Soma, en cambio, es una tragedia que pone en primer plano el trágico destino de los “turcos negros”: sacrificados, a menudo piadosos, de poblaciones pequeñas o rurales y dotados de escasa educación y medios. Y en definitiva son precisamente los “turcos negros” los que en masa votan a Erdogan. También porque reciben carbón gratis en invierno.