Las horas de los adioses
Para despedirse de los aficionados del FC Barcelona, Víctor Valdés ha escrito una carta que el club ha colgado en su web. Es una carta bien redactada y sin cursilerías, detalle que hay que agradecer. De forma clara y correcta da las gracias a los técnicos, a sus compañeros de equipo y a los seguidores del Barça.
Muchos de estos seguidores le han recriminado que no se haya despedido desde el estadio, que mañana no esté en el Camp Nou para decir adiós. La razón es que está en Alemania, donde ha empezado la segunda fase para recuperarse de la operación que le hicieron cuando se rompió el ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha. Pero eso, a los que se quejan no les sirve de excusa porque habrían querido que interrumpiese su recuperación, cogiese un avión y mañana estuviese en el campo, saludando a la afición. Deben de ser de ese tipo de pelmas que, a toda costa, quieren siempre que te despidas protocolariamente. Quizá porque a mí toda la vida me ha costado mucho decir adiós, entiendo perfectamente la opción de Valdés, incluso en caso de que no se equivoquen los que dicen que habría podido coger un avión y venir. Cuando ya tienes bastante de algo, pues desapareces y listos.
La de Valdés es una carta bien redactada, sin ninguna cursilería, detalle que hay que agradecer
Cuando yo aún salía de noche y me las pasaba de bar en bar, el local que más me gustaba era el viejo Bikini, el de la Diagonal, con el minigolf y toda la pesca. Aparte del hecho de que era el paraíso por muchas cosas, había un motivo de distribución del espacio. Se accedía por una puerta con marquesina que te llevaba a un gran pasillo de entrada que luego se bifurcaba en dos. El de la derecha daba a la puerta de la sala de baile donde sonaba pop y rock, básicamente. El de la izquierda iba a dar a la sala donde sonaba música latinoamericana. Por dentro, ambas salas estaban comunicadas. ¿Qué ventaja tenía esa distribución? Pues que, cuando ya tenías bastante y decidías irte a casa, decías a los que estaban contigo: “Me voy un momento a la otra sala”. Efectivamente ibas pero, en vez de quedarte, la atravesabas y salías al pasillo que te llevaba al central y, de ahí, a la calle.
¿Por qué era importante eso? Porque así eludías a los pesados que siempre intentan que no te vayas: “¡No te vayas, hombre! ¡Tomemos la última!”. Y no faltaba nunca el amante de las frases requetehervidas, que lo remachaba: “¡No digas nunca que es la última! ¡Di la penúltima!”. Si aceptabas esa teoría estabas perdido, porque si la que te habías tomado era la penúltima y a partir de esa premisa pedías otra y luego decías que te ibas, el mismo pesado volvía a repetir: “¡No digas nunca que es la última! ¡Di la penúltima!”. De forma que la única solución para huir del bucle era cambiar de pista y salir rápidamente a la calle. Víctor Valdés, gracias por todo, sé feliz y, si es a Mónaco adonde finalmente vas, no te olvides de probar los langostinos con pastís de Provenza. Una maravilla.