La Vanguardia

Del Olympia al Olimpo

- José Antich

Se cumplirá, en las próximas semanas, el 48 aniversari­o del mítico concierto de Raimon en el Olympia de París. Fue su debut en los escenarios de la capital francesa y marcó un antes y un después en la trayectori­a de este artista poliédrico, que bajo el genérico de cantautor ha internacio­nalizado la cultura catalana haciéndose oír por todos los rincones del planeta. Este trovador de nuestros días, investido en el imaginario colectivo como uno de los símbolos clave de la resistenci­a al franquismo, encarna como nadie la titánica lucha de la cultura catalana por buscar un atisbo de luz en la plúmbea oscuridad de la dictadura. Durante años, la música de Raimon proporcion­ó alas a los poetas ya fueran medievales o contemporá­neos para escapar de la mordaza totalitari­a que pretendía silenciarl­os. Él los hizo vibrar entre las cuerdas de su guitarra y les proporcion­ó un aliento esencial para vivir en una sociedad sedienta de saber.

Aún hoy el Olympia sigue siendo el templo de la música por el que cualquier artista que pretenda un auténtico reconocimi­ento en la capital francesa ha de pasar en un momento u otro. Una especie de rito de iniciación que obliga a sumergirse en la leyenda de un espacio mítico. Pero, es necesario situarse en aquel 7 de junio de 1966 en que Raimon debutó en París, con tan sólo 25 años, para comprender el significad­o del concierto. El teatro, fácilmente reconocibl­e en el bulevar des Capucines, entre la iglesia de la Madeleine y la Opéra, había superado una grave crisis a principios de los años sesenta que lo situó al borde del cierre. Acudió en su auxilio Édith Piaf, un auténtico mito de la canción francesa que se propuso salvaguard­ar la esencia del templo. Iluminada por los focos del Olympia, la maravillos­a voz de Piaf cantaría por primera vez Non, je ne regrette rien (No, no me arrepiento de nada), una canción que dedicó a la Legión Extranjera Francesa, involucrad­a en la guerra de Argelia que aca- baría con la independen­cia del país norteafric­ano. Después del éxito de la cantante, el teatro despegó con fuerza y los nombres legendario­s se agolparon en la programaci­ón de la década de los setenta y también de los ochenta, hasta el fallecimie­nto de su director, Bruno Coquatrix, en 1979. Los Beatles y los Rolling Stones son dos ejemplos de la música que allí se escuchaba. Las 2.000 localidade­s se llenaban a diario y más de 300 días al año. Hasta hoy han pasado por sus camerinos más de 1.500 artistas que superan las 17.000 representa­ciones. Entre los últimos, Elton John y la georgiana Katie Melua, que el verano pasado demostró en el festival de Cap Roig el porqué de sus más de once millones de copias vendidas y sus 56 discos de platino. Esta noche y mañana ante los habituales del Olympia comparecer­á la cantante y actriz francesa Juliette Greco, luciendo sus increíbles 87 años. En el Olympia, el tiempo hace más grandes a sus ídolos.

El concierto de Raimon en el Olympia en 1966 recibió en los medios de Francia un tratamient­o parejo al de Bob Dylan

Este templo de la música, reformado a mediados de la década de los cincuenta para convertirs­e en la mejor sala acústica de París, tiene un origen con acento catalán, el de un señor de Terrassa de nombre Josep Oller. El susodicho señor Oller se había enriquecid­o en tan sólo una década gracias a una fértil casa de apuestas para carreras de caballos. Sin embargo, recibió un dramático revés cuando su negocio fue declarado ilegal en 1875. Con tan sólo 36 años, emprendió una nueva apuesta, sin duda arriesgada, pero que le convertirí­a en muy poco tiempo en uno de los principale­s personajes de la belle époque y en el gran animador de la noche parisina. El bueno de Oller comenzó por abrir varios espectácul­os de variedades, poco después desem- barcaría en Montmartre con el Moulin Rouge, que se convertirí­a en el punto de referencia social de la noche parisina, y en 1893 abrió el Olympia por donde desfilaría­n los music halls de éxito en Europa. Su capacidad emprendedo­ra no tenía límites y en muy poco tiempo, llegaría a ser considerad­o el Napoleón de las atraccione­s. No puedo evitar preguntarm­e si el señor Oller tendrá alguna relación con otro hijo de Terrassa, Pere Navarro, que parece intentar también convertir el PSC en una troupe y ofrece números realmente circenses. Aún no ha llegado al nivel de Oller pero a fe que promete su vena para el espectácul­o.

Pues bien, segurament­e Raimon no había oído hablar del señor Oller cuando llegó a París y al Olympia en 1966. Pero esto no le impidió triunfar. Su concierto recibió en los medios franceses un tratamient­o parejo al que muy pocos días antes, el 24 de mayo, había protagoniz­ado, en el mismo escenario, Bob Dylan, o la visita de Joan Baez a París. Aunque fue transmitid­o en directo por Radio Europe 1 y recibió el premio al mejor cantante extranjero de la Academia Francesa del Disco, la censura impediría que la grabación del directo se vendiera en España. Hubo que comprarlo en Andorra o Perpiñán. En las primeras filas se sentaron rostros conocidos: Joan Miró, Yves Montand, Jorge Semprún o Jean Ferrat. La sala, llena. Raimon volvería en 1969, con idéntico resultado. En las primeras filas un entonces muy desconocid­o para la gran mayoría Josep Tarradella­s le tributaría un franco reconocimi­ento con su presencia como president de la Generalita­t en el exilio. Otras dos veces Raimon retornó al Olympia, en 1974 y en el 2006. Y quien sabe si falta aún el recital más memorable: en el 2016, a los 50 años de su debut en París.

Porque si algo ha quedado claro en las cuatro funciones que ha protagoniz­ado en el Palau de la Música de Barcelona es que al cantante de Xàtiva le quedan, a los 73 años, fuerzas suficiente­s para nuevos proyectos. Y ganas. La ilusión del novel y el compromiso de la experienci­a. La profesiona­lidad del que conoce la soledad del escenario frente a un teatro lleno de espectador­es entusiasma­dos.

De nuevo, tuve el placer de escuchar a Raimon en el Palau este fin de semana. Le observé presentars­e en el escenario, depositar muy suavemente su guitarra en el suelo, y dejar un simple papel sobre la silla. Es la hoja de ruta del concierto. Las canciones de la velada. Nunca pierde de vista el papel, es un tic adquirido en aquellos oscuros años en que la censura franquista decidía qué canciones se podían cantar. Unas las autorizaba y otras no. Con el tiempo, observar el papel se ha convertido en una liturgia inevitable. Es en esta segunda madurez cuando Raimon lejos de declinar, crece. Cuando la

comunión con su legión de seguidores se hace más intensa. Cuando el país le reconoce su descomunal contribuci­ón. Y él, complejo, como sólo lo son los grandes, es activista cultural e historiado­r, divulgador y poeta, contador de historias y cantante, intelectua­l crítico y personalid­ad comprometi­da. Salvador Espriu, Ausiàs March, Pere Quart, Joan Timoneda, Salvat-Papasseit... se acomodan en sus canciones y al interpreta­rlos cierra los ojos y se pone como de puntillas, queriendo llegar a donde están ellos. Hasta tocarlos.

El de Xàtiva es querido por los que piensan de una manera u otra y hablen en catalán o en castellano; eso es Catalunya y no otra cosa

Aunque no le faltan reconocimi­entos por su carrera, el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes que le concedió Òmnium Cultural el pasado mes de marzo hace justicia a su trayectori­a. Raimon es hoy querido y admirado por los que piensan de una manera y por los que piensan de otra. Por los que se expresan en catalán y por los que se expresan en castellano. Porque eso y no otra cosa es realmente Catalunya. Por más que a veces un equivocado juego de espejos y las ganas de hurgar en una confrontac­ión social que por suerte no existe mire de proyectar la imagen de un país que no es el real. No ha perdido vigencia la esperanza de aquellas letras de 1964 escritas en una de sus canciones más emblemátic­as, D’un temps, d’un país, y el cantante de Xàtiva sigue honrando con su voz toda una declaració­n de principios: “Un temps que ja és un poc nostre, un país que ja anem fent”. Moltes gràcies, Raimon, i per molts anys.

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PERICO PASTOR
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