La barra del bar
Si la mirada del ministro no fuera bizca, se escandalizaría con tirios ajenos y propios troyanos
Tomo la expresión del editorial de Cuní en 8tv: Twitter es la nueva plaza del pueblo, la barra del bar. Me parece una metáfora certera, porque en ese pequeño espacio, donde se sintetizan las ideas y las emociones, las opiniones fluyen a bocajarro, con la misma naturalidad de una conversación informal. Y esa espontaneidad tiene la fuerza de lo verdadero, tanto si goza de las mieles de la educación como si cae por el barranco de la mezquindad, porque esa es la naturaleza dual de la espontaneidad ciudadana. Ciertamente, las redes pueden ser el yin de la comunicación, la crítica constructiva, el aliento, la emoción; tanto como pueden ser el yang de las bajas pasiones, las neuronas estomacales, el insulto grueso, el odio. Aquello que palpita espontáneamente en la barra del bar ahora lo escuchamos en un territorio mucho más vasto que aúna tópicos con ideas, simpatías con antipatías, buena educación con barriobajerismo, y el resultado final se acerca mucho a la opinión sin depurar que tiene la gente. Y, cuando no hay depuración, la palabra puede viajar por todos los ángulos, desde el sentido común y la centralidad hasta el más desaforado de los despropósitos. Es lo que tiene lo auténtico…
En estas que llega el ministro de Interior y anuncia que quiere ponerle puertas al campo. A pesar de que tiene razón en la bajeza de algunos comentarios, desprovistos de toda caridad y empatía con una víctima, hace trampa con la libertad de expresión. De entrada, porque llora con un solo ojo, incapaz de mirar por todos los rincones, allí donde la ignominia ataca a otros que no son los suyos. La prueba es que, puestos a indignarse con la zona oscura del tuiterismo, haría tiempo que el ministro se habría preocupado por las hordas con yugos y flechas, rojigualdas con águilas, cruces gamadas y el resto de parafernalia que habita en el extremo derecha de la red de Twitter. O también habría alzado la voz por el odio anticatalán que cabalga con desmesura y descontrol. E incluso, respecto al tema de Isabel Carrasco, la perfidia tuitera se ha visualizado a lado y lado, unos expresando una alegría negra surgida de su alma negra, otros aprovechando el asesinato para cargar contra las ideas y movimientos sociales contrarios. Ergo, si la mirada del ministro no fuera bizca, estaría escandalizado con los tirios ajenos y los propios troyanos. Además del doble rasero, está lo fundamental, la vocación de censura. Estoy de acuerdo en que en Twitter debe haber ley, pero es que haberla hayla, porque rige la misma ley que en cualquier lugar: la injuria y la difamación están igualmente penadas. A partir de esa línea roja, queda un ancho espacio donde a veces la libertad de expresión se vuelve antipática, pero es legal. Y querer cambiar las leyes para meter la tijera a lo que no gusta no es ejercer un ministerio, es ejercer la vocación de comisario político. Cuidado…