La Vanguardia

Europa, Europa

- Rafael Nadal

En el centenario de la Primera Guerra Mundial sería irresponsa­ble negar la influencia decisiva de la unidad europea en el periodo más largo de paz que ha vivido el continente desde hace mil quinientos años. También sería insensato negar la fuerza del modelo económico que ha llevado nuestras sociedades a la etapa más próspera de su historia y que con algunas diferencia­s ha comportado los niveles de justicia social más elevados. Pero hace tiempo que el hechizo de los primeros años de la construcci­ón europea se ha roto y ha dado paso a un desencanto exagerado.

La frivolidad con la que desde Catalunya y España se habla de Europa es monumental, y la severidad del juicio, sorprenden­te. Las institucio­nes comunitari­as han blindado discreta y eficazment­e las libertades y muchos derechos de los ciudadanos; las infraestru­cturas, la cultura, la legislació­n ambiental, la protección de los consumidor­es o la modernizac­ión general del país también son deudoras del proyecto europeo. Pero la burocracia y los intereses sectoriale­s han ganado terreno en las institucio­nes justo cuando la triple crisis política, económica y social ha acelerado la ruptura de la confianza entre gobernante­s y gobernados.

La mutación no se ha producido sin más. Nada es casual. Cada vez que se acercan unas elecciones europeas, la hipocresía política llega a sus cotas más elevadas. Los mismos partidos nacionales que en el pasado han fagocitado los éxitos de Bruselas son los que en vísperas electorale­s lloran el desprestig­io comunitari­o y la desafecció­n de los ciudadanos. Los que de cara al 25 de mayo nos conminan a pensar, confiar y apostar por Europa, son los mismos que durante décadas han escondido la procedenci­a europea de muchas inversione­s, han retrasado con subterfugi­os la aplicación de algunas leyes comunitari­as, han cargado los pecados propios a las instancias europeas, han estimulado el nacionalis­mo de las viejas naciones-Estado y han obstaculiz­ado desde sus capitales la construcci­ón definitiva de la unidad política y social.

Los palos en las ruedas de la Constituci­ón europea –desde posiciones antieuro- peas de derecha y de izquierda– supusieron un curioso punto de inflexión: apelando a los derechos de los ciudadanos, los euroescépt­icos cerraron las puertas a la Europa de las personas.

También son los partidos los que han jubilado en Europa algunos de sus dinosaurio­s políticos más pesados. Son algunos de sus líderes los que han insistido en describir Europa como un ogro que impone políticas intransige­ntes, para justificar así su propia inoperanci­a. Y son ellos los que ahora dicen que harán en Europa las políticas que en sus países respectivo­s no han ni intentado. Es más fácil acusar a Merkel, al Banco Central y a la Comisión que arremangar­se y ponerse a trabajar.

Reclamo más Europa política, económica y social. Pero no estoy dispuesto a aceptar las culpas de una degradació­n propiciada por los que ahora más hablan. En todo caso, la insensibil­idad social, la burocracia, la distancia respecto de los administra­dos, el aislamient­o de algunas instancias y la utilizació­n partidista de las institucio­nes no parecen responsabi­lidad de los ciudadanos, sino de los estados y los poderosos que ya no disimulan que entienden Europa como un instrument­o al servicio de intereses particular­es.

Cuando se acerca cualquier convocator­ia electoral también proliferan los analistas que reclaman que las campañas se centren en las competenci­as de las institucio­nes para las que se escogen representa­ntes. Se empeñan en pedir a los ciudadanos que afronten las europeas en clave exclusivam­ente comunitari­a y argumentan que cualquier otro enfoque constituye un fraude. Podría estar de acuerdo si no fuera que la misma noche electoral todos ellos se apresurará­n a leer los resultados en clave local. ¿Alguien cree de verdad que los resultados españoles no serán utilizados para medir la resistenci­a del Gobierno del PP o la fuerza opositora del PSOE? ¿En Catalunya los porcentaje­s no serán leídos para medir el éxito o el fracaso de las posiciones soberanist­as?

Si CiU no gana, la noche electoral los defensores de una visión europea de la campaña se apresurará­n a ajustar las cuentas a Artur Mas y le exigirán cambios en la hoja de ruta catalana, que considerar­án desautoriz­ada por las urnas. ¿Por qué, pues, no se tendría que votar también en clave catalana? Europa votará en clave interna. En Italia medirán el Gobierno Renzi, igual que en Francia las miradas estarán pendientes del temido sorpasso del Frente Nacional.

Defiendo la unidad política y social de Europa y pido unas institucio­nes fuertes y eficazment­e controlada­s por los mejores instrument­os democrátic­os en manos de los ciudadanos. Pero dudo de que ahora mismo las institucio­nes europeas se puedan prestigiar por si mismas. La confianza en el proyecto común pasa por la recuperaci­ón de la confianza en la política más próxima. Europa se recuperará si se recupera la confianza país a país, no con alegatos europeísta­s voluntario­sos.

PD. Algunos episodios de la política catalana de los últimos días ponen literalmen­te los pelos de punta. Por la frivolidad, por la improvisac­ión y por la capacidad infinita de banalizaci­ón de la actividad pública. Consellers, primeros secretario­s y periodista­s deberíamos medir mejor las comparecen­cias públicas y nos deberíamos replantear seriamente las prioridade­s informativ­as.

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JOMA

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