Europa, Europa
En el centenario de la Primera Guerra Mundial sería irresponsable negar la influencia decisiva de la unidad europea en el periodo más largo de paz que ha vivido el continente desde hace mil quinientos años. También sería insensato negar la fuerza del modelo económico que ha llevado nuestras sociedades a la etapa más próspera de su historia y que con algunas diferencias ha comportado los niveles de justicia social más elevados. Pero hace tiempo que el hechizo de los primeros años de la construcción europea se ha roto y ha dado paso a un desencanto exagerado.
La frivolidad con la que desde Catalunya y España se habla de Europa es monumental, y la severidad del juicio, sorprendente. Las instituciones comunitarias han blindado discreta y eficazmente las libertades y muchos derechos de los ciudadanos; las infraestructuras, la cultura, la legislación ambiental, la protección de los consumidores o la modernización general del país también son deudoras del proyecto europeo. Pero la burocracia y los intereses sectoriales han ganado terreno en las instituciones justo cuando la triple crisis política, económica y social ha acelerado la ruptura de la confianza entre gobernantes y gobernados.
La mutación no se ha producido sin más. Nada es casual. Cada vez que se acercan unas elecciones europeas, la hipocresía política llega a sus cotas más elevadas. Los mismos partidos nacionales que en el pasado han fagocitado los éxitos de Bruselas son los que en vísperas electorales lloran el desprestigio comunitario y la desafección de los ciudadanos. Los que de cara al 25 de mayo nos conminan a pensar, confiar y apostar por Europa, son los mismos que durante décadas han escondido la procedencia europea de muchas inversiones, han retrasado con subterfugios la aplicación de algunas leyes comunitarias, han cargado los pecados propios a las instancias europeas, han estimulado el nacionalismo de las viejas naciones-Estado y han obstaculizado desde sus capitales la construcción definitiva de la unidad política y social.
Los palos en las ruedas de la Constitución europea –desde posiciones antieuro- peas de derecha y de izquierda– supusieron un curioso punto de inflexión: apelando a los derechos de los ciudadanos, los euroescépticos cerraron las puertas a la Europa de las personas.
También son los partidos los que han jubilado en Europa algunos de sus dinosaurios políticos más pesados. Son algunos de sus líderes los que han insistido en describir Europa como un ogro que impone políticas intransigentes, para justificar así su propia inoperancia. Y son ellos los que ahora dicen que harán en Europa las políticas que en sus países respectivos no han ni intentado. Es más fácil acusar a Merkel, al Banco Central y a la Comisión que arremangarse y ponerse a trabajar.
Reclamo más Europa política, económica y social. Pero no estoy dispuesto a aceptar las culpas de una degradación propiciada por los que ahora más hablan. En todo caso, la insensibilidad social, la burocracia, la distancia respecto de los administrados, el aislamiento de algunas instancias y la utilización partidista de las instituciones no parecen responsabilidad de los ciudadanos, sino de los estados y los poderosos que ya no disimulan que entienden Europa como un instrumento al servicio de intereses particulares.
Cuando se acerca cualquier convocatoria electoral también proliferan los analistas que reclaman que las campañas se centren en las competencias de las instituciones para las que se escogen representantes. Se empeñan en pedir a los ciudadanos que afronten las europeas en clave exclusivamente comunitaria y argumentan que cualquier otro enfoque constituye un fraude. Podría estar de acuerdo si no fuera que la misma noche electoral todos ellos se apresurarán a leer los resultados en clave local. ¿Alguien cree de verdad que los resultados españoles no serán utilizados para medir la resistencia del Gobierno del PP o la fuerza opositora del PSOE? ¿En Catalunya los porcentajes no serán leídos para medir el éxito o el fracaso de las posiciones soberanistas?
Si CiU no gana, la noche electoral los defensores de una visión europea de la campaña se apresurarán a ajustar las cuentas a Artur Mas y le exigirán cambios en la hoja de ruta catalana, que considerarán desautorizada por las urnas. ¿Por qué, pues, no se tendría que votar también en clave catalana? Europa votará en clave interna. En Italia medirán el Gobierno Renzi, igual que en Francia las miradas estarán pendientes del temido sorpasso del Frente Nacional.
Defiendo la unidad política y social de Europa y pido unas instituciones fuertes y eficazmente controladas por los mejores instrumentos democráticos en manos de los ciudadanos. Pero dudo de que ahora mismo las instituciones europeas se puedan prestigiar por si mismas. La confianza en el proyecto común pasa por la recuperación de la confianza en la política más próxima. Europa se recuperará si se recupera la confianza país a país, no con alegatos europeístas voluntariosos.
PD. Algunos episodios de la política catalana de los últimos días ponen literalmente los pelos de punta. Por la frivolidad, por la improvisación y por la capacidad infinita de banalización de la actividad pública. Consellers, primeros secretarios y periodistas deberíamos medir mejor las comparecencias públicas y nos deberíamos replantear seriamente las prioridades informativas.