Jamonerías
Entre una tienda de los chinos y otra, una jamonería. Un paréntesis rural en la gran ciudad. Una leyenda artesanal en plena época de las nuevas tecnologías ¿Un negocio emergente o decreciente? ¿La democratización de lo exquisito? Y, como hay cenizos para todo, ahora viene este y dice que no se cree que haya tantos cerdos para tantas jamonerías, que cada animal tiene sólo cuatro patas y dos son paletillas, que alguno habrá cojo o amputado… Que el afamado y esquivo grafitero Banksy ha pintado algunas pezuñas de ibéricos, que ha aumentado la venta de aerosoles negros… La sociología del jamón íbero. Sería una buena tesis. Antes, si un tío del suburbio se paseaba con un pernil ibérico bajo el brazo era un síntoma de su ascenso social. Y al contrario, pedir un plato de jamón en un restaurante alquímico es de nuevo rico o de garrulo. El tema de la media cadera ibérica daría para mucho. Y algo habrá que hacer para vehicular los excedentes, si los hay. Los magos del marketing dirán que hay que sofisticar el asunto. Darle importancia. No habrá otro remedio que decantarse por la literatura más que por la plástica pues la estética de un jamón es más bien escasa. Una pata tiesa alineada en inmensas jamonotecas, colgada, inerme, encurtida, en una funda como una mortaja, más bien parece parte de algo cadavérico recién salido del taxidermista, pero ¡ah!, amigo…
La lírica siempre conforta y las biografías ayudan a entender la historia, aunque sean mentira, o sean las del puerco. “Aquí tienen el pernil de Rumboso numerado y fir- mado –como un libro de bibliófilo–, nacido de su santa madre Rumbosa, que se quedó en la dehesa para seguirle dando hermanitos y, a usted, nuevos placeres”. O argumentos por el estilo para adornar el producto, marcar diferencias y justificar precios antes de que las manofacturas lleguen de Taipéi. Hay un señor musulmán en la sierra que, entre belloteros, cría unos espléndidos jamones de cordero ibérico. Y se podría hablar del erotismo del cerdo con sus andares voluptuosos, concupiscentes, lascivos… todo un desafío para los veganos y vegetarianos radicales. Aunque en realidad los marranos denominados “del país” son más atractivos. Más sonrosados, con esos ojillos azules, sus pelillos pícaros y suaves, los cabos finos y las carnes rotundas… En fin, todo un mundo el tema del cochino. O una nueva galaxia.