El forjador de los acuerdos imposibles
Bélgica recibió ayer con incredulidad la noticia del fallecimiento de su ex primer ministro Jean-Luc Dehaene. Hacía pocas semanas que se había despedido de la vida política activa. Le acababan de operar un cáncer de páncreas y consideró que era el momento de poner fin a una fructífera carrera política que comenzó como líder de los boy-scouts y que le llevó hasta el número 16 de la rue de la Loi de Bruselas, sede del Gobierno federal (de no ser por el veto británico, también habría sido presidente de la Comisión Europea).
No está claro que su muerte esté relacionada con esta enfermedad. Cuando se disponía a visitar una fábrica de galletas de la marca Lotus, belga, en Bretaña (Francia), se sintió indispuesto y se desmoronó. Quedó en coma y murió a las pocas horas, a los 73 años de edad.
Dehaene, perteneciente al partido conservador flamenco CD&V, era el mayor exponente del “compromiso a la belga”, fórmula que aplicó con éxito desde 1981, cuando se incorporó como ministro al equipo de Wilfried Martens, para solucionar las frecuentes misiones imposibles a las que se ha enfrentado el país. El “compromiso a la belga” es, más que un acuerdo, un elaborado pacto en el que es evidente que todos ceden un poco para sacar adelante un consenso, a veces con soluciones pintorescas. Así fue como se puso en pie el Estado federal belga, del que junto a Martens se le considera padre fundador.
“Sir, déme cien días”, dijo al rey Alberto en 1987 cuando cayó el sexto gobierno de coalición del líder democristiano. La crisis se produjo a raíz de la negativa de un alcalde valón a pasar un examen de neerlandés para ejercer en Voeren, localidad que había quedado del lado flamenco de la frontera lingüística. 106 días después, Dehaene había encontrado una solución, a la belga, y Martens pu- do volver a formar gobierno. Dehaene se había convertido en el hombre fuerte del ejecutivo. En 1992 relevó a Martens como primer ministro.
Su talante campechano y resolutivo le granjeó enseguida la simpatía de los belgas. Era frecuente verlo en verbenas populares o animando como un forofo más a su equipo de fútbol favorito, el Brujas, imágenes que ayudaban a suavizar la imagen de duro de las finanzas que le valió su plan para preparar el país para el euro. “Sólo conozco una cifra: el 3%”, admitía sobre su obsesión con el recorte del déficit. Su estilo de gobernar se basaba en la premisa de “resolver los problemas cuando se plantean” y no hablar de cuestiones hipotéticas. También se le conocía como el bulldozer de la política belga: nada se interponía en su camino.
Pero la mala gestión del escándalo Dutroux y la crisis de las dioxinas, sumados a varios escándalos de corrupción de algunos de sus ministros, le hicieron perder las elecciones de 1999. Desde entonces se centró en la política local (fue alcalde de Vilvoorde) y europea (ha sido eurodiputado durante 10 años). Junto con Valéry Gis- card D’Estaing y Giulio Amato esbozaron el borrador de fallida Constitución europea.
La expresión “hombre de Estado” está hecha a medida para Dehaene, decían ayer los comentaristas políticos, aunque la trayectoria de sus últimos años queda empañada por la mala gestión del banco Dexia. Fue uno de los muchos consejos de administración en que se sentó, “acumulando rentas a la vez doradas e inmerecidas”, sentenció ayer el diario Le Soir.
Dehaene fue requerido en varias ocasiones para resolver las crisis que siguieron a las elecciones del 2007 y el 2010, pero sus artes como forjador de acuerdos en apariencia imposibles ya no sirvieron en una escena dominada por la irrupción del partido soberanista flamenco N-VA. En una entrevista de televisión que concedió hace tres semanas para hacer balance de su carrera política, se le preguntó si aunque se retirara estaría dispuesto a responder a la llamada de Palacio, si esta llegara a producirse. “El rey es un hombre sensato y no me llamará –dijo–. Los problemas de hoy deben ser resueltos por la gente de hoy, no por mí”.