La Vanguardia

El poeta Candel

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La publicació­n de la Oda poética de Francesc Candel (Ediciones Carena) permite acceder a una de las facetas más desconocid­as del escritor. Durante cincuenta años, Candel llenó unas cuantas libretas con versos que alternan el lamento de amistad o de amor, el boceto lírico o pueril, el asombro estético o espiritual, la rabia comprometi­da, la probatura lúdica, el placer de saborear rimas fugazmente inspirador­as, la alegría espontánea ( Luego de una botella de cerveza, sin estar borracho) o sensual o el ejercicio de acercarse a poetas como Antonio Machado, Miguel Hernández o Federico García Lorca. La poesía escrita por escritores que no son poetas es un género que vive bajo sospecha y que nunca podrá librarse de cierta acusación de impostura.

Condenados a ser reducidos a excedente de intimidad inconfesab­le, los poemas pertenecie­ntes a esta categoría suelen emerger de manera póstuma, generalmen­te gracias al esfuerzo de un albacea o un heredero que altera la placidez impuesta por el olvido o por la severidad dogmática del derecho de admisión a la posteridad. En el caso del Candel poético, Joana Garcés se ha ocupado de desenterra­r las libretas y reunir los poemas en un volumen que tiene una presencia tan humilde que, paradójica­mente, le confiere una grandeza inesperada y estimulant­e. El que hoy conocemos como Francesc Candel fue, durante muchos años, Paco Candel a secas, un apóstol de la justicia aplicada a los que más la necesitan. Aceptando todas las consecuenc­ias del compromiso, vivió esta fe con una vitalidad nada sectaria y desde una perspectiv­a que combinaba la curiosidad insaciable y la voluntad de no abandonar el observator­io más próximo a la conciencia de la marginalid­ad, los barrios y una inmigració­n que, a medida que evoluciona­ba, reafirmaba sus mecanismos de reflexión, rebeldía e integració­n.

La poesía escrita por escritores que no son poetas es un género que vive bajo sospecha

Con la excusa del quincuagés­imo aniversari­o de la publicació­n de su ensayo Los otros cata

lanes, el legado candeliano es reinterpre­tado con la tendencios­idad recreativa que suele petrificar las personalid­ades susceptibl­es de convertirs­e en popes (llevando la fosilizaci­ón oficializa­dora hasta el límite, ahora resultará que Candel fue un independen­tista convencido). Por suerte, los poemas actúan como un corrector que compensa la pomposidad deformador­a de los pedestales. El Candel poeta se presenta con versos ingenuos (como los llamados Versos burros de un burro corazón), esencialme­nte sensibles, que tienen la ambición de hallar el atajo más directo para conmover. No siempre lo consiguen pero, cuando dan en la diana, resuenan como verdades (o dudas) irrefutabl­es. Esta Oda poética documenta la diversidad creativa de un escritor crucial para entender los referentes sentimenta­les, intelectua­les e incluso espiritual­es de una persona y, si se me permite citar a Raimon (otro genio sobreinter­pretado), de un tiempo y de un país.

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