La Vanguardia

Ida Vitale, la luz de la memoria

La poeta uruguaya de 90 años recita sus versos con Enrique Fierro en la Setmana de la Poesia

- JOSEP MASSOT

La poesía de Ida Vitale logra la claridad, la transparen­cia, para decir cosas esenciales sobre la vida. Nacida hace 90 años en Montevideo, se exilió a México en 1973 cuando Bordaberry dio el golpe militar y vive desde hace 23 años en Austin (Texas), con su marido Enrique Fierro, también poeta.

Ida Vitale, que estuvo casada con Ángel Rama, y a quien José Bergamín dedicó un acróstico (“Ida, que vida a vida, muerte a

“Jamás he pretendido escribir algo que quedara grabado con letras de oro en la chimenea de mi sala”

muerte/ Das fuego a sombra, en la ceniza llama. Asombras si iluminas, verde rama”), es la ausencia latinoamer­icana más clamorosa del premio Cervantes.

Risueña, habladora, bromista, la poeta esquiva las frases solemnes y la poesía que no nace espontánea. “Logré quedar a salvo de la nerudizaci­ón y jamás he pretendido escribir algo que quedara grabado con letras de oro en la chimenea de mi estancia, como decía Molière”. Adora a José Bergamín, no como poeta, sino por ser su primer maestro. “A diferencia de Neruda, era católico, y decía que era comunista hasta la muerte, entendiend­o que le importaba más lo que venía después”.¿Qué vínculos ha tenido con la literatura catalana? ¿”¿Sabe? –responde– Mi relación con el mundo siempre ha empezado con la música”. E Ida Vitale se pone a cantar: “Què li darem en el Noi de la Mare?/Què li darem que li sàpiga bo?/Panses i figues i nous i olives,/panses i figues i mel i mató.”. Después cita a Vinyoli, Carner, Xirau, Brossa...

La claridad de su expresión poética dice debérsela a Garcilaso, “pero no a las continuaci­ones de Garcilaso”. Si en su poesía hay tantos animales, es porque “el pájaro es una forma de belleza más completa que las flores, porque el pájaro canta, lleva la música incorporad­a”, pero también porque una tía suya, que no llegó a conocer, “bichóloga”, coleccioni­sta de todo tipo de animales, de ratones a gusanos de seda y mariposas, le dejó en herencia una singular biblioteca. Quien le encaminó hacia la poesía fue un poema de Gabriela Mistral. “‘La hora de la tarde, la que pone/su sangre en las montañas./Alguien en esta hora está sufriendo;/una pierde, angustiada,/en este atardecer el solo pecho/contra el cual estrechaba’. No era muy bueno, mas me atrajo el misterio. No lo entendía. ¿Sangre en la montaña? Más tarde, en segundo de liceo, lo entendí. ¡Claro! La sangre es el sol del crepúsculo. Ese misterio es el que yo intentaba inculcar a mis alumnos. Les daba a leer un poema y al principio no lo entendían. Hasta que de repente se les iluminaba. Los militares se dieron cuenta de que este sistema te llevaba a pensar y lo primero que hicieron fue suprimirlo. Cuando volvimos del exilio, vimos que, tras los años de dictadura, había cambiado la psicología de la gente. Creyeron que podían pedir la luna sin que antes lo hubieran hecho. Cada año volvemos para ver a la familia y comprobar que la distancia se agranda”.

En sus versos sostiene que a veces es bueno recordar el olvido, aunque “no se pierde sin castigo el pasado,/no se pisa en el aire” y aconseja: “Sí, no vayamos más lejos,/quedemos junto al pájaro humilde/que tiene nido entre la buganvilia/y de cerca vigila./Más allá sé que empieza lo sórdido,/la codicia, el estrago.”

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JORDI ROVIRALTA Los poetas Enrique Fierro e Ida Vitale, en el recital celebrado en la Casa América

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