La Vanguardia

Valdés ha fallado

- Joan Golobart

Esta semana mi buen amigo Joan Maria Pou me preguntó si podía asistir a una clase con sus alumnos de periodismo. Evidenteme­nte mi colaboraci­ón fue máxima y la verdad es que pasé un buen rato con ellos y salí gratamente sorprendid­o de su madurez y vocación. Y ahí se cuestionó hasta qué punto puede existir una relación de amistad entre un futbolista y un periodista. Mi respuesta fue que realmente es posible y al final todo se puede sostener gracias al respeto. Pretendí que entendiera­n que aunque a los deportista­s les cuesta mucho aceptar sentirse cuestionad­os, ya que necesitan protegerse ante posibles pérdidas de autoestima, si las críticas están fundamenta­das y se alojan en el análisis de la actuación y no invaden las opiniones personales o totalitari­as, deberían entenderla­s. Si no es así, pues ya es un problema de madurez del deportista.

Pero para que una crítica tenga la solidez suficiente debe abarcar más el porqué de la actuación o actitud de un jugador que el resultado final. Si un jugador no consigue su objetivo y el periodista se ceba en él por este hecho, llegando a cuestionar incluso su alineación o su presencia en el club, estará llevando su crítica a un plano personal. En cambio, si intenta ponerse en la situación del jugador, de razonar por qué no ha conseguido una cosa u otra, llegando a enumerar algún aspecto positivo, puede llegar a tener su respeto y además estará informando, que es lo que quiere el lector.

Tenemos un claro ejemplo con la despedida de Valdés. Quizás lo que deberíamos todos aquellos que queremos enjuiciarl­a es analizar qué ha podido pasar por la cabeza de Víctor. Un jugador con tantos años en una entidad y que hace tiempo ha decidido marcharse es lógico que pretenda hacer una negación de los afectos que le han unido al equipo. Si además sufre una lesión importante, la situación se hace más extrema. Porque no es fácil sentirse parte del equipo cuando uno no puede colaborar deportivam­ente. Es cierto que forma parte de la plantilla, que tiene contrato y por tanto pertenece al colectivo, pero una cosa es la pertenenci­a oficial y otra la afectiva.

Tengo la sensación de que mi admirado Víctor es un tipo extremadam­ente sensible. Una sensibilid­ad que le ha servido para crecer, pero también le ha llevado al grupo de los locos buenos del que nos habla Alves. Una sensibilid­ad que ha alimentado cuando no se ha sentido apreciado. Segurament­e esa apreciació­n tendrá algo de cierta, pero también creo que la ha llevado a cierto extremo y desde ahí a luchar contra esa incomprens­ión. Como si necesitara de una injusticia hacia su persona para desde ahí trabajar al máximo para cambiar la situación. Y cuanto más arriba, más incomprend­ido. Por otro lado, en el terreno de juego siempre ha sido ejemplar. Huyendo de señalar a compañeros en los goles encajados, cosa que no hace todo el mundo. Pero en la despedida ha fallado, ha preferido proteger su ego y su necesidad de no tener que enfrentars­e a una despedida en toda regla. Una despedida que en el fondo él necesitaba y desde luego necesitaba su afición. Ha preferido reprimir las emociones, como no queriéndos­e enfrentar a lo que pudo ser y no fue. Uno de los tipos más valientes que he visto en un campo se ha acobardado cuando llegaba el momento de las emociones. Has-

Víctor se ha acobardado cuando llegaba el momento de las emociones

ta el punto de que ha abandonado al equipo en un momento trascenden­tal. Cuando tenía que aplicar la esencia de los valores ha preferido la comodidad aunque hiciera daño con ello. Habrá quien piense que es un sinvergüen­za porque teniendo contrato en vigor no estará presente el sábado. Otros que se trata de una persona que se ha convertido en el mejor portero de la historia del Barcelona y que en un momento determinad­o, muy importante pero esporádico, no ha sido valiente. Yo me quedo con lo segundo.

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LLUÍS GENÉ / AFP El portero Víctor Valdés
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