Modi ha cautivado a los jóvenes con sus promesas de crear empleo
partido de Mayawati, el BSP, no levanta cabeza. Debido al sistema electoral indio, copiado del británico –un solo escaño por circunscripción– el partido de la líder intocable, pese a ser el tercero más votado (4,2% del total), no consigue traducir en ningún escaño sus veintitrés millones de votos.
Con menos votos, pero más concentrados, las otras dos diosas de la política india, Jayalalithaa y Mamata Banerjee, han conseguido entre treinta y cinco y cuarenta escaños, en Tamil Nadu y Bengala, respectivamente, muy cerca del Parti- do del Congreso (INC). Pese a que todas ellas han colaborado en el pasado tanto con el INC como con el BJP, sin demasiados remilgos ideológicos –a cambio de ministerios, como el de ferrocarriles, que permiten emplear a miles de partidarios– esta vez sus servicios no van a ser necesarios.
Sin embargo, sus éxitos relativos ponen en evidencia, una vez más, que incluso en su apogeo, al BJP le falla el sur –excepto Karnataka, donde de hecho ha decrecido– y el este. Entre las piedras en el zapato del BJP están los pequeños estados del nordeste, Orissa o Kerala, donde Shashi Tharoor –rá- pidamente repuesto del misterioso fallecimiento de su esposa en un hotel de Delhi este mismo año– consigue una de las pocas victorias para el Partido del Congreso, con los comunistas en segundo lugar.
Delhi ha dado la espalda al Partido de la Gente Corriente (AAP), que gobernó la capital durante 49 días, antes de la escapada de su líder, Arvind Kejriwal. Aunque el AAP ha quedado en segunda posición en los siete escaños de la capital, la victoria ha sido en todos los casos para el BJP. Un clamoroso vuelco respecto a hace cinco años, cuando el Congreso ganó los siete escaños. Kejriwal perdió frente a Modi en el duelo de Benarés. El único consuelo son los buenos resultados en Punyab, que proporciona los únicos escaños a este experimento político.
India ha dado la espalda a la política paternalista del Partido del Congreso –su retórica laica y virtuosa, su clientelismo y sus subvenciones–. Su masa de jóvenes, que han crecido en la religión que encumbra el producto interior bruto sobre todos los dioses, parece haber tenido pocas dudas a la hora de sobreponer las grandes promesas de empleo de Modi a las obras de caridad de la cuarta generación de la familia Nehru-Gandhi, cuya control del Partido del Congreso podría empezar a resquebrajarse.
Cabe decir que decisiones con el sello personal de Rahul Gandhi, como dar el visto bueno a la divi- sión del estado de Andhra Pradesh –granero del Congreso hace cinco años– han tenido consecuencias electorales catastróficas.
Así pues, India ha decidido volver a darle una oportunidad a la Alianza Democrática Nacional. Y el histórico del BJP, Krishna Lal Advani, rival de Modi a la vez que superviviente del anterior gobierno conservador de Vajpayee, lo ha resumido de este modo: “Los indios han votado contra la dinastía (Gandhi), la corrupción y el desgobierno”.
Hasta el punto de que, en varios estados, como Guyarat, Rajastán, Delhi, Uttarajand, Himachal o Goa, el BJP se ha llevado todos los escaños en juego –en otros, como Jharkhand o Chattisgarh, todos menos uno–. Y ha sumado la mitad de los escaños en estados con fuertes tendencias centrífugas, como Assam y Jammu y Cachemira.