Misil minero contra Erdogan
LA tragedia en la mina turca de Soma está adquiriendo dimensiones de un misil contra las pretensiones del primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, de ser reelegido en las elecciones de agosto. No tanto por el accidente como por el tono despectivo con que trató la muerte de al menos 300 personas, al decir que “los accidentes mineros pasan con frecuencia y son cosas ordinarias. Los accidentes laborales están recogidos en la legislación”.
A la rabia por la muerte de los trabajadores se suma la indignación por una incorrección política impropia y que da la razón a quienes acusan a Erdogan de gobernar de forma prepotente y autoritaria. Unas palabras que han enconado incluso a los propios votantes del AKP, el partido islamista moderado que gobierna desde hace doce años. Porque los mineros atrapados fatalmente en la mina forman parte del sector de los llamados turcos negros, es decir, la clase menos favorecida y en su mayoría votantes de Erdogan y su partido. Las manifestaciones contra el Gobierno por el accidente han cobrado una faceta nueva, la de aglutinar a opositores –los que se manifestaron en la plaza Taksim, en el verano pasado–, a quienes llenaron las calles tras los casos de corrupción en los que se vio implicada la familia de Erdogan en diciembre y a quienes le acusan ahora de arrogancia e insensibilidad.
De ahí los nervios de que hacen gala el propio Erdogan y su entorno. Un vídeo en el que aparece el primer ministro, acosado por los manifestantes en Soma, golpeando a un ciudadano en un supermercado y las fotografías de un asesor de Erdogan dando patadas a un manifestante que estaba siendo reducido por la policía demuestran que la gestión del desgraciado accidente les está superando. Estambul y Ankara son un hervidero de noticias y rumores sobre la explotación minera accidentada que no hacen más que añadir leña al fuego. Se dice que la empresa, privatizada en el 2005, al parecer está relacionada con el partido de Erdogan, que la puede estar usando para facilitar gratuitamente carbón durante el invierno a zonas rurales de Anatolia y asegurarse así el voto de la zona. De ahí que el Gobierno relajara las condiciones de seguridad de los mineros.
Erdogan se vuelve a enfrentar a un malestar creciente entre la población turca, especialmente debido a su forma de gobernar. El que fue alcalde de Estambul y abanderado del islamismo moderado y democrático, que intenta poner a Turquía en el mapa mundial por su posición geoestratégica de puente entre Europa y Asia, que pretende su integración en la Unión Europea, que en sus primeros años fue visto como un modelo de político moderno capaz de unir dos mundos que se enfrentaban, surge ahora como un hombre autoritario e incapaz de resolver con mano izquierda desde la urbanización de una plaza hasta la corrupción entre los suyos o de gestionar con sensibilidad un grave accidente minero.
Frente a su propia incompetencia, Erdogan actúa como los autócratas: ve complots por todas partes e intenta controlar a los jueces, a la policía y a los medios, e intenta prohibir el uso de las redes. Es este Erdogan, prepotente y carente de toda sensibilidad, el que ha provocado el malestar que corre por las calles turcas y que se ha manifestado tal como es con ocasión del desgraciado accidente minero. Apenas quedan tres meses para las elecciones, el malestar irá en aumento y a su partido le queda poco margen de maniobra.