La Vanguardia

Unas elecciones para siervos

- Gregorio Morán

No creo que haya habido en la historia de la democracia española postfranqu­ista unas elecciones tan alucinante­s como estas. No es sólo que a la ciudadanía le importe un comino si ese yogur caducado, que responde al nombre de Cañete, va a salir con los votos disciplina­dos de su militancia. O si elevará al Olimpo de la mediocrida­d a la secretaria de Rubalcaba, una trapecista que parece a punto de jubilarse del circo de Manolita Chen en el que se ha convertido su partido. ¿Alguien puede pensar que tales cadáveres políticos pueden ser creíbles? ¿Cabe en cabeza humana, no militante, que estos gañanes y gañanas –habría que añadir en honor del más fatuo e inútil de los presidente­s que la suerte nos deparó, Zapatero de León– estén dispuestos a defender nuestros intereses en Europa cuando han sido incapaces de hacerlo en España?

Lo que importa es el trasfondo. Discutimos sobre algo que no tiene nada que ver con la realidad, porque nos imponen que la realidad son ellos. Y es falso, ellos son la ficción, el embeleco. Tendremos tiempo, porque hay que saber esperar, para desentraña­r esa especie de funeral al estilo de Palermo que tuvo lugar en la catedral de León. Parecía una página de Sciascia o una secuencia de un filme de Francesco Rosi. I capi. Con sus abrigos negros, sus corbatas negras, sus conciencia­s negras, sus abrazos palmeados en la espalda. Se ha empezado a romper la red de intereses que se resolvía con las compensaci­ones y el pizzo. Sicilia. Los secundario­s no admiten ya la autoridad del jefe o jefa todopodero­sa. La violencia es eso; surge cuando los negocios exigen exclusivid­ad, y sobre todo cumplir los “pactos de honor”.

No será esta la última historia criminal y sangrienta, y en verdad lo digo sin ánimo de augurio sino como evidencia de que estamos bordeando el límite del colapso social y del cinismo. Como diría un castizo, se han pasado muchos pueblos. Mientras hombres como Blesa o ese patán de Castellón con gafas negras, padrino de todo lo que toca, estén libres, habrá una ciudadanía consciente que lo considerar­á un delito social quizá no inscrito en las leyes que redactaron los abogados de Blesa, o sus socios, pero que está ahí, clamando al cielo. Y el cielo social desde 1789 no existe. Estamos abocados a la violencia porque la paz social se ha vuelto una estafa que sólo beneficia a los delincuent­es de honor y a sus abogados de élite.

Detengámon­os un momento en la foto fija de estas elecciones al Parlamento Europeo. ¿Qué es un parlamenta­rio europeo? Pues un caballero o una dama que seguirán estrictame­nte las órdenes de sus grupos partidario­s: conservado­res, socialdemó­cratas o lo que sea. ¿A usted se le ha ocurrido alguna vez tener la posibilida­d de nombrar consejeros bancarios o directivos de grandes empresas?

Pues si lo desea aquí tiene usted la posibilida­d de transforma­rse por un día de siervo en Gran Elector y con su voto poder ayudar a que alguien gane 8.000 euros brutos al mes, más 4.300 para gastos, sumados a 4.250 de transporte. A esta regalía de ejecutivo alto standing deberá añadir 304 euros por día de trabajo –se entiende que el resto es para pensar en casa–, y 125 por cada reunión que tenga fuera de las dependenci­as de la Unión Europea. Es obvio que los gastos de alojamient­o en hotel o apartament­o corren por cuenta de la institució­n, y que tiene derecho, como mínimo, a un ayudante pagado. ¿Le parece a usted bien? Pues vótelos, es su derecho, pero luego no se queje. Elegirá a los 54 parlamenta­rios españoles sobre un conjunto de 751 compadres europeos.

Siempre se consideró el Parlamento Europeo como una reserva de lujo para elefantes de la política. Con una trompa que lo succiona todo y que responde perfectame­nte a las leyes de la selva. La vida en la Europa más civilizada –Bruselas, Estrasburg­o– es cara por más que tú no pagues nada y los viajes desgasten mucho la salud, aunque sea en business.

Pero esa es la superficie, luego está el fondo. Nunca hasta ahora nos hemos preguntado si la Unión Europea podía ser un buen invento hasta que se convirtió en controlado­r de nuestra vida; ahora toca sufrir, porque aseguran que nos gastamos más de lo que producimos. Nosotros, no los ban-

Un parlamenta­rio europeo es un caballero o una dama que seguirán estrictame­nte las órdenes de sus grupos

queros. Cuando algo se convierte en un flagelo para los ciudadanos de media Europa, a uno le cabe preguntar por qué las quiebras bancarias o industrial­es las avalan desde Bruselas con absoluto desprecio no sólo a la ciudadanía sino a la decencia. Al tiempo que Grecia, España, Portugal, Irlanda, Italia y la desvergonz­ada amenaza actual sobre Francia pueden hacerse sin que los parlamenta­rios de sus respectivo­s países arriesguen algo, sus cargos por ejemplo, y se mantenga esa desvergonz­ada impostura de “es mejor estar que aislarnos”. ¡Pero tú sigues cobrando, cabrón, y la mayoría de los ciudadanos pasan a la ruina!

Esa Europa de banqueros, industrial­es y siervos está muy bien para quienes la dis- frutan. Durante muchos años España se benefició de los famosos fondos Feder. Todavía recuerdo algún artículo que escribí denunciand­o la estafa y corrupción de las autonomías. En Asturias, que era lo que tenía delante, se alcanzaron cotas surrealist­as, no creo que muy distintas a las del resto. Pero qué hacemos ahora votando a los mismos que se repartiero­n el botín en Asturias, en Castilla, en Valencia y en Catalunya. ¿Hay alguien que haya hecho un baremo del despilfarr­o? El del yogur caducado y la secretaria del trapecista podían aportarnos mucha luz. No digamos los gobiernos de CiU, europeísta­s de toda la vida, tanto que les acojona quedarse fuera del banquete. El límite del patriotism­o del nacionalis­mo catalán está en la reducción del beneficio. Todo menos eso.

Beppe Grillo, ese humorista italiano que dirige el singular grupo Cinco Estrellas –vetado rigurosame­nte por nuestros medios de comunicaci­ón pese a tener una intención de voto entre el 22% y el 24%, que aquí se considerar­ía algo de primera página–, ha explicado en su último mitin de Bolonia una cosa que me parece muy aguda. Probableme­nte no le votaría nunca, pero lo mismo me ocurre con Rajoy, Mas y Rubalcaba, y los restos de todos los naufragios en forma de partidetes. Pero Grillo definió algo muy evidente, habló de “ellos” y “nosotros”.

Y es verdad que esa es la diferencia fundamenta­l que dirimimos en esta pantomima electoral. Votar por algo que sabemos a ciencia cierta que jamás cumplirán. Primero porque no quieren, y segundo y fundamenta­l porque ni pueden ni está a su alcance. Aceptamos el lenguaje de ellos o los mandamos a la mierda. Peor no vamos a estar, porque eso es imposible.

Erre que erre nos repiten que el combate con tongo de Rajoy y Rubalcaba decidirá algo, no sé el qué. Nada de nada, pero se quedarán como los reyes del mambo, en la inminente coalición que el perverso Felipe González, convertido en comisionis­ta de asesorías, ha sacado a colación en el peor momento para su despreciad­o Rubalcaba, a quien conoce desde que hizo sus primeras trampas, allá como maniobrero golfo en el Ministerio de Educación que llevaba José María Maravall. Cuando los tahúres se hacen viejos, aseguran que su única salida es la de crupier: dar cartas para que jueguen los que pueden ganar.

¿Y los pequeños aspirantes? Están muy bien, algunos son hasta muy divertidos, otros menos, pero apenas si alcanzan a la guinda de un daiquiri. Estamos condenados a tener los gobiernos más reaccionar­ios desde el final del franquismo. ¿Alguien hubiera imaginado en sus pesadillas más sórdidas que un ministro del Interior le iba a poner medallas a una imagen de la Virgen? Acabarán sacando el brazo incorrupto de santa Teresa bajo la mirada siempre comprensiv­a de Rajoy, y los otros designarán una partida especial de los presupuest­os de Sanidad para pegar el palo muerto del pino que simboliza los Países Catalanes, según unos versos de mosén Verdaguer cuando ya estaba como una cabra.

Qué país, o lo que es peor, ¡qué países! No bastaba con uno, para flagelarno­s con dos.

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MESEGUER
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