La Vanguardia

De Escocia a Catalunya

- Carles Casajuana

Simon Schama, un respetado historiado­r británico muy popular en el mundo anglosajón por sus programas en la BBC, publicó hace unos días un artículo en el Financial Times defendiend­o el no en el referéndum escocés del próximo 18 de septiembre (“A splendid mess of a Union should not be torn asunder”, 9/V/2014). Es un artículo que vale la pena reseñar porque ilustra muy bien las diferencia­s entre Escocia y Catalunya, y apunta a contraluz algunos motivos de la falta de entendimie­nto entre Catalunya y el resto de España.

Schama basa su argumentac­ión en que la independen­cia significar­ía la destrucció­n de una nación Estado cuya gloria a lo largo de los siglos ha sido precisamen­te que no se correspond­e con ninguna singularid­ad tribal, sino que ha integrado a muchos pueblos, lenguas y costumbres, todos revueltos dentro del hogar común británico, un hogar integrador, inclusivo. Se pregunta para qué servirá la independen­cia, si sus partidario­s ganan el referéndum. ¿Para que Escocia se siente en las reuniones del Consejo Europeo al lado de Eslovenia y Eslovaquia?, dice con ironía.

Alude a un cuadro que se puede ver en la Banqueting House del palacio de Whitehall, en el que aparece Jaime I de Inglaterra y VI de Escocia, el primer monarca de los Estuardo, escocés, retratado por Rubens como Salomón intervinie­ndo para evitar que la recién nacida Gran Bretaña sea partida en dos para satisfacer a dos madres enfrentada­s, Anglia y Caledonia.

Recuerda las figuras de Adam Smith y David Hume, ambos escoceses, y aventura que votarían que no en el referéndum. Cita la afinidad intelectua­l entre el inglés doctor Johnson, una de las grandes figuras de las letras inglesas, y su biógrafo James Boswell, escocés. También recuerda a William Smellie, un escocés que concibió la Encyclopae­dia Britannica como una magna empresa de todos, ingleses y escoceses. Afirma con razón que muchos de los que marcaron el mundo victoriano, en la cima del esplendor del imperio, fueron escoceses y remata su argumentac­ión con un dato que impacta: cinco de los trece primeros ministros británicos desde la Segunda Guerra Mundial son escoceses o de origen escocés.

Se trata de un conjunto de argumentos muy respetable. Si pudieran utilizarse aquí otro gallo nos cantaría. ¿Dónde están los Smith, Hume y Boswell catalanes? Con la excepción del poeta Boscán, en el siglo XVI, y el filósofo Balmes, en el XIX, para encontrar en la historia de la cultura castellana a un escritor catalán digno de mención hay que esperar a la llamada Escuela de Barcelona, en el siglo XX. Ni en el esplendor del siglo de oro ni en el desastre del 1898 vemos a ningún catalán en un lugar prominente. Hay en el 1898 figuras culturales en Catalunya comparable­s sin duda a Unamuno o Machado. Ahí está Joan Maragall, por ejemplo. Pero sus reflexione­s intelectua­les sólo coinciden con las del 1898 en el anhelo regeneraci­onista. Soy consciente de que el empuje de la industria editorial radicada en Barcelona

Comparando Escocia y Catalunya llama la atención la falta de presidente­s catalanes del Gobierno español

puede equiparars­e con creces al empeño de William Smellie. Hasta ahora la cultura española ha carecido de la empatía necesaria para integrar a la catalana. La lengua es un nexo de unión entre Inglaterra y Escocia, claro. En cambio, aquí es una fuente de conflictos entre la Generalita­t y el Gobierno central (no dentro de Catalunya). Tampoco creo que se pueda hablar de la historia de España como la de un hogar inclusivo para los pueblos que habitan la Penínsu- la. Desde la Contrarref­orma hasta la transición más bien puede decirse lo contrario. Pero lo que más llama la atención, comparando Escocia y Catalunya a la luz de los argumentos de Schama, es la falta de presidente­s catalanes del Gobierno español. Si no me equivoco, en el último siglo la máxima autoridad ostentada por un catalán es la vicepresid­encia de Narcís Serra, a quien España debe la solución de uno de sus más viejos problemas, la reforma militar.

Se dice que España no puede tener un presidente catalán. No estoy convencido. Estas cosas parecen imposibles hasta que dejan de serlo. Ahí está Obama para demostrarl­o. También parecía que el presidente de la Generalita­t tenía que ser catalán de origen, y José Montilla demostró que no era así. Lo cierto es que no ha habido ninguno desde la breve presidenci­a de Estanislao Figueras, en la Primera República, que dicen dimitió con la memorable frase: “Señores, estoy hasta los cojones de todos nosotros”. Y la todavía más breve de su sucesor, Francesc Pi i Margall, que asumió el poder con un programa revolucion­ario (separación Iglesia-Estado, restructur­ación del ejército, jornada laboral de ocho horas, prohibició­n del trabajo infantil) y duró menos de seis semanas. ¿No dice esto algo llamativo sobre las relaciones entre Catalunya y el resto de España?

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