La Vanguardia

El canto de Titono

- Susana Quadrado

Si ante el parto nos desearon una horita corta, ante la muerte que nos deseen un minuto rápido. Pensamos en ello ante las fotos de Nicole Kidman en Cannes. La estrella envejece. Querríamos haber escrito hoy de Kidman, una buena actriz atrapada en una máscara de bótox. A Kidman se le ha ido la mano con el relleno de pómulos, tanto que quizá tendría más gracia en el papel de Joker de Batman que en el de Grace. Pero no hemos venido a esta columna a hablar de Nicole, decíamos.

Publicó Efe hace unos días que un hombre de Valencia, de 78 años, mató el martes a su mujer, cuatro años más joven, afectada por un cáncer terminal. La asfixió con una almohada y luego se colgó. ¿Un crimen machista? Parece que no. Se trataba de un matrimonio ejemplar en el que nunca hubo malos tratos y sí mucho cariño. Esa es la diferencia.

Por descabella­do que parezca, esta historia inspira ternura. En cierta manera recuerda la tragedia de Eos. Diosa de la Aurora, hija de los Titanes, Eos cayó rendida a Titono. No podía soportar la idea de perderle pues él era mortal. Y suplicó a Zeus: “Hazle inmortal”. El rey de los dioses le concedió el favor. Pudieron haber sido felices y comido perdices, y Andersen escribir otro cuento. Pero el troyano envejeció, se arrugó y se encogió: Eos no pidió para Titono la eterna juventud. Una inmortalid­ad tortuosa condenó a su amante a una agonía sin fin.

El mito de Titono es una parábola de la vejez. Nos recuerda que hay un mundo de diferencia­s entre una vejez vibrante y un degradante estado de dependenci­a. A viejo no se llega de un día para otro sino con la inercia de los años. Se dice que te acostumbra­s a las arrugas a

La medicina se empeña en condenar a los hombres a una vejez de decrepitud, a una agonía sin fin

fuerza de verlas en el espejo, como te acostumbra­s a madrugar, a tomar el café caliente y al hilo musical. Lo realmente preocupant­e no es envejecer sino la idea de lo que puede ocurrir si pasas a un mundo de incapacida­d, indignidad e incontinen­cia. Como Titono.

La muerte es un hecho biológico. Un trámite. Por qué la humanidad se resiste a simplifica­rlo resulta un misterio. Si dejaran elegir, todo el mundo querría morir deprisa, rodeado de familiares que se muerden las lágrimas y rezan palabras cariñosas para retrasar el momento definitivo. Morirse será un trámite, pero agonizar es una faena. Sinceramen­te, demasiadas veces la medicina se empeña en condenar a los hombres a la pesadilla de una vejez decrépita y frágil.

Llegó un momento en que Titono ya ni siquiera podía salir del tálamo nupcial y la pobre Eos se conformaba con escuchar su voz. El troyano siguió marchitánd­ose cada vez más hasta que llegó a caber en una pequeña cesta. Por fin, Eos terminó con la tortura de su amado y le transformó en grillo. Desde entonces, cuando Eos se despierta por la mañana, llora produciend­o el rocío con sus lágrimas, de las que Titono se alimenta mientras canta con el reconocibl­e sonido del grillo: Mori, mori, mori...

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