La Vanguardia

Querida abuela

BAJO EL EFECTO DE LA MARIHUANA, LA ABUELA HERMINIA HA REVIVIDO EN LA 1 TODOS LOS CAMBIOS Y RECAMBIOS QUE VAN DESDE EL FRANQUISMO HASTA EL FELIPISMO

- JOAQUIM ROGLAN Barcelona

María Galiana, o doña Herminia, es la abuela de la familia Alcántara en Cuéntame cómo

pasó, la teleserie de La 1 que marca un largo hito en la historia televisiva de España y en la crónica sentimenta­l de la audiencia. Desde que apareció en la pantalla el primer año del presente siglo, doña Herminia ha revivido, junto a su familia de ficción y a sus seguidores de carne y hueso, todos los cambios y recambios que van desde el franquismo hasta el felipismo, de momento. Y ahora que le toca vivir en casa los primeros efectos del divorcio con papeles, sigue siendo la misma que la de antes de la Constituci­ón, una abuela que vela por sus hijos y sus nietos. La que pone paz, la que se desvive por ellos, la que reparte buenos consejos, el referente inmutable de una familia que vivía unida y se va dispersand­o conforme se adentra en la posmoderni­dad.

Actriz tardía que debutó en el cine y el teatro cuando tenía cincuenta años, María Galiana es una profesora de historia jubilada que pidió la excedencia en su instituto de Sevilla cuando una alumna y el azar la pusieron ante las cámaras y sobre los escenarios. Desde aquel debut casual en Ma

dre in Japan hace casi treinta años, ha trabajado en más de veinte películas junto a directores y actores de prestigio. Galardonad­a con el premio Goya a la mejor actriz de reparto por su papel en Solas, Galiana se fue convirtien­do en la imagen de la mujer andaluza que nació con el martirio en las sienes. Algo así como la Bernarda Alba de la pantalla grande y pequeña, obra dramática que también interpretó en el teatro.

Nacida el año antes del comienzo de la Guerra Civil, Galiana, al igual que doña Herminia, es una andaluza marcada por la guerra y la posguerra, de la cual procura hablar poco en la teleserie y sólo lo hace para recordar el hambre. Tal vez por eso, y a punto de entrar en el club de las personas octogenari­as, en la vida real le ha dado por la cocina para familia numerosa, por jugar con sus nietos, por el fútbol del Betis y por seguir trabajando hasta que el cuerpo aguante. Laureada con la Medalla de Andalucía, sintetiza y transmite desde la pantalla algunas esencias del alma andaluza, como son un cierto estoicismo, un cierto dramatismo, una cierta rebeldía y esa alegría que dura poco en casa del pobre.

Pasional y a veces algo exagerada y aspaventos­a, como se dice que son las andaluzas, la abuela Herminia se ha ganado el cariño, afecto y respeto de una audiencia que prefiere buenos mitos viejos que malos mitos nuevos. Pero como suele pasar, la densa y sólida biografía artística de Galiana corre el riesgo de quedar reducida a ese más que brillante y genial momento en que la abuela Herminia se come un pastel de marihuana sin saberlo y se pone a cantar villancico­s con una botella de Anís del Mono como instrument­o musical. A partir de ese episodio estelar y antológico de la fusión entre el neorrealis­mo y el surrealism­o andaluz, sólo queda exigir a los guionistas que la querida abuela cumpla más de cien años.

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