Impresionante traición
Els dies feliços Autor: Samuel Beckett Traducción y dirección: Sergi Belbel Lugar y fecha: Teatre Lliure de Gràcia (15/V/2014)
Si ahora mismo me hicieran escoger la interpretación más destacada, más impresionante registrada en Barcelona en el ejercicio teatral 2013-2014 que pronto se acaba, creo que no encontraría otra que superara la que Emma Vilarasau acaba de ofrecernos en el Lliure de Gràcia con Els dies feliços de Samuel Beckett. El final de la representación, con todo el público prácticamente en pie aplaudiendo la actuación, sin duda, excepcional de la actriz, era la prueba concluyente de uno de aquellos fenómenos de seducción que de vez en cuando se producen, irresistibles, entre el escenario y el público. También, claro está, se aplaudía con fervor la salida a saludar del director Sergi Belbel y de todo el equipo artístico y técnico del espectáculo.
Inmersa la concurrencia en un entusiasmo general, cerca de mi butaca veía temblar la lágrima en los ojos de algunos espectadores (as), observación que me convencía –además del gran éxito de Vilarasau– del triunfo insólito de Bel- na), el compañero/marido de la mujer, que son de lamentar, sobre todo unas cuñas en el periódico que el hombre está leyendo. De todos modos, donde la intervención de Belbel ha sido más desenvuelta –sinónimo eufemístico de desvergonzada– es en la dirección del recital de muecas y expresiones faciales de la actriz, en el supuesto que no todo sea improvisación de la mujer, y en la concepción del paisaje escénico.
Beckett pide un “campo de hierba (...) que tenga una montañita en medio”, y Belbel encarga o acepta que Max Glaenzel diseñe un desierto pedregoso colosal por todo el ancho de la escena, realizado con aquel realismo entrañable de las asociaciones de pesebristas, la montañita convertida en una especie de ruina elevada (donde los artesanos navideños pondrían el anuncio del ángel a los pastores). Beckett pide “el máximo de simplicidad y simetría” y el paisaje del Lliure es un caos total.
Con respecto al lenguaje facial de Vilarasau, extraordinariamente explícito –la actriz, realmente inmensa, sabe ser melancólica, triste, trágica, cómica, alegre, grotesca, payasa...–, esta expresividad es el mismísimo corazón del espectáculo. Ni Peter Brook, ni Sanchis Sinisterra con la querida y espléndida Rosa Novell, ni en su día Carme Sansa..., fieles al dramaturgo, hicieron nada parecido. Justamente la naturalidad de la mujer, hundida en el desierto hasta el cuello (y que tendría que acabar cantando), es la imagen, debería ser la imagen de la más siniestra alienación. bel. El director, en efecto, acababa de conseguir que Beckett... hiciese llorar (!). Me consta que Sergi Belbel otorga una alta cotización a la emoción escénica –que en buena parte comparto– probablemente demasiado devaluada desde que un brechtismo mal digerido la guardó en el desván de las mercancías espurias. Conviene recordar, sin embargo, que Beckett en general y Els dies feliços en particular exhibe un humor singular, a ratos terriblemente sarcástico en el que el autor sumerge a los protagonistas de las grandes metáforas de la soledad, de la insatisfacción, del fracaso, de la inútil espera... alusiones tenebrosas todas ellas a una contemporaneidad deshumanizada que pretenden dejar al espectador en un estado de ánimo reflexivo, quizás caviloso pero probablemente algo más lúcido que antes de la función. Beckett no pide compasión para sus personajes, sino comprensión por lo que significan y por lo que nos quiere decir su situación. Beckett no explica, ni mucho menos, calamidades lacrimógenas.
Prescindiendo de la preexistente y magnífica de Joaquim Mallafrè, la traducción de Sergi Belbel ha sido elaborada con el ordenador (supongo) y con unas tijeras, usadas prudentemente. Sin embargo hay algunos cortes en el comportamiento de Winnie (Emma Vilarasau), la protagonista, sencillamente incomprensibles, y otros en el de Villie (Òscar Moli-